Clío

Temas de historia regional y local

lunes, 31 de marzo de 2008

El negocio exportador de pieles en la región coriana

Antigua aduana del puerto
de La Vela de Coro.
Ponencia presentada en:
IV Jornadas de Investigación Históricas en Homenaje a Don Mariano Picón Salas
Universidad Central de Venezuela
Facultad de Humanidades y Educación-Instituto de Estudios Hispanoamericanos-Escuela de Historia
Caracas, Venezuela
07-09 de noviembre del 2001



El contexto geográfico

La franja de unos 40 kilómetros de ancho que integra la llanura litoral del occidente falconiano tuvo desde la época colonial vocación para la ganadería menor, particularmente la caprina. Se realizaba sobre la base de la raza criolla, animales de talla baja, con deficiencias nutricionales, alta incidencia parasitaria, sin patrón definido de color y sometidos al pastoreo extenso. Una pléyade de pequeños rebaños de 30-50 animales que acompañaban a los también pequeños poblados dispersos en este plano costero, sometidos a las duras condiciones de los veranos extremosos, pero también la presencia de hatos con rebaños de consideración. Animales habituados al consumo de la vegetación local de espinares y bosques deciduos xerofíticos de dividive (Caesalpinia coriaria), cují (Prosopis juliflora) y otros, cuyas hojas y frutos eran solución alternativa en una región deficiente en pastos. En las prolongadas sequías, el ganado era trasladado al piedemonte serrano, en busca de pastos naturales no agredidos por la falta de agua.

Por el norte, buscando las escasas fuentes de agua y teniendo como puerto oriental a Adícora y occidental a Los Taques, diversos poblados y hatos de la península de Paraguaná repitieron la dinámica ganadera de la costa occidental. Similares condiciones de vegetación y clima, escasas precipitaciones y alta evaporación, predominancia de espinares y plantas xerófitas aprovechados por el ganado como alimento. Una tradición ganadera diversificada que venía desde la colonia había dado vida económica a la península, mencionada por Depons como suplidora de carne para las Antillas Holandesas por vía del contrabando de exportación, y por diversos documentos como región de ganadería diversificada (vacuno, ovino, caprino, caballar y mular), llevada con éxito bajo severas condiciones ambientales. Por el sur, la ruta de las pieles remontó las serranías y penetró a profundidad el valle de Carora y en menor medida el de Barquisimeto. Depresiones con similares características de clima, pluviosidad y vegetación; igualmente sembradas de rebaños de ganado caprino, cuya piel era curtida desde la época colonial con el dividive local y trabajada artesanalmente, produciéndose aperos para bestias, botas, zapatos y otros objetos para el comercio local y regiones aledañas.

La exportación de pieles de caprino no era novedad a fines del siglo XIX. La prensa local registró la intensidad e interés en ese ramo de exportación a través de diversos insertos que informaban precios y describían el comportamiento del mercado estadounidense, en particular el de New York. Ejemplo de esto es la reseña sobre la quiebra del Mechanic´s N. Bank de Newark (New York) en 1881, del cual se dijo eran acreedoras casi todas las firmas comisionistas que recibían pieles de Curazao y Venezuela, bajando las exportaciones de 10 a 6 millones de pesos[1]. Si nos atenemos a la memoria periodística local en 1884 se comentaba, al respecto de negociaciones con pieles hacia los Estados Unidos: «hace más de 40 años que existe ese negocio»[2]. Esto remite a los años cuarenta, quizás treinta, del siglo XIX.

En su ruta hacia el exterior las pieles se hicieron acompañar por la especulación, las guerras y guerrillas, los conflictos diplomáticos, la hambruna, la sequía y otros imponderables. No hubo en su trasunto héroes ni gestas. Sólo hombres empecinados, hombres empobrecidos, pequeños criadores atados a tecnologías atrasadas y sometidos a las imposiciones del comerciante exportador. Hatos, hatillos y pueblos perdidos en el horizonte pre petrolero de una región que nunca pudo convertir la actividad pecuaria en torno a los caprinos en decidido motor de su crecimiento.

Los actores del negocio exportador

Los comerciantes exportadores corianos fueron, durante décadas, un pequeño grupo asentado en la ciudad de Coro, del cual formaban parte firmas y nombres como Salomón López Fonseca, Abraham Senior, Constantino Petit, Isaac A. Senior e hijo, entre otros. Se fueron agregando, con el avance del siglo XX, dos o tres firmas más –entre ellas Boccardo & Co., que aperturó sucursal para venta de calzado y compra de pieles en 1907, y Andrés Levy en 1910 para venta de mercancías secas y compra de pieles de chivo[3]- y que no alteraron en lo fundamental la correlación de fuerzas entre los exportadores locales. Más importante fue la acción y competencia de los exportadores larenses, específicamente barquisimetanos o con sucursales en Barquisimeto –entre ellos Eduardo Lindheimer & Ca., Blohm & Co., Braschi e hijos.

Los intermediarios-criadores se ubicaban generalmente en los pueblos de importancia, por ejemplo Adícora, Pedregal y Churuguara; y hacia Lara en Siquisique, Baragua y Carora. Acompañándolos apareció en el panorama de las pieles un nuevo actor: el agente intermediario de casas estadounidenses que recorría los puntos de su interés adquiriendo bien las pieles o los animales en pie, causando a su paso y en más de una ocasión verdaderos desastres al alterar la estructura de precios vigente, para desesperación de los exportadores locales y sus socios en el exterior.

En este entramado de actores sociales los perdedores fueron los pequeños criadores, incapaces de ajustarse a las transformaciones que vivió Venezuela en su último cuarto de siglo XIX. La caída de la oligarquía resultante de la guerra Federal trajo cambios violentos iniciados por Zamora y Falcón y usufructuados por Guzmán Blanco. La República había terminado de tomar cuerpo y en el plano económico se impuso la palabra inversión. Sin embargo, los hombres relacionados con la cría de caprinos durante el último cuarto del siglo XIX y hasta su desaparición como renglón de exportación la mantuvieron como una actividad productiva ajena a cualquier concepto de acumulación de capitales, donde el término inversión estaba ausente. Se evidenciaba la baja inversión de dinero, tecnología y trabajo. No había cuidado genético ni sistema alguno de selección en los animales, siendo destinada esencialmente a la subsistencia familiar. La pobreza marcó a la explotación del ganado caprino. Todo ello se tradujo en la imposibilidad para los criadores de imprimir velocidad a la reproducción del ciclo del capital, pues como ya se explicó la explotación era primitiva. La resultante de ser el último y más débil eslabón de la cadena era la de siempre: sufría con mayor fuerza las crisis de mercado, la inestabilidad política y los rigores del extremoso clima del plano costero falconiano. El criador quedó hipotecado a la comercialización de un producto que se vio sometido a nuevas fuerzas económicas que exigían una nueva mentalidad, además de la inestabilidad política interna e incluso los devenires de la política interior y exterior estadounidense; y una vez alcanzado el «orden y progreso» gomecista, le esperaba la dura prueba de la crisis climática del año 1912, la primera guerra mundial, la crisis internacional de 1920-1921 y el comienzo del fin del patrón agroexportador como soporte de la economía venezolana.

Es concluyente que los soportes empleados por los criadores de chivos para aproximarse al mercado los mantuvieron en la periferia de las nuevas relaciones de poder que surgieron en la post guerra Federal y que tuvieron un nuevo centro de gravedad: la inversión. Fueron incapaces de asumir las nuevas formas de generación de riqueza, de propiedad y de poder. Fueron incapaces de rebasar la subsistencia y pasar a la acumulación de capital. No pudieron dar a su explotación la vitalidad económica que exigieron los nuevos tiempos, quedando atados a relaciones que evocaban comportamientos atrasados del capital.


El mercado de pieles en Nueva York

La industria estadounidense de la curtiembre demandaba grandes cantidades de pieles de toda clase, destinadas a su ávido mercado interno. Nueva York era el puerto receptor de los envíos. La exportación se realizaba bajo dos modalidades: el contrato y las consignaciones. Las operaciones por contrato fueron las más comunes. Por ellas el exportador se comprometía a enviar en un lapso determinado una cantidad también determinada de pieles, que debían corresponderse a los promedios de calidad manejados por el mercado y que llevaban un precio asegurado. Muchas veces el contrato garantizaba el precio ante las bajas imprevistas, protegiendo así las pieles en camino o en almacén. En caso contrario el vendedor tenía la opción de deshacer el convenio. Bajo la modalidad de consignación el comisionado retenía un porcentaje por comisión, las pieles eran pagadas al precio vigente en el momento de su colocación, fuera que quedaran almacenadas, se vendieran por selección o al barrer, sistema que consistía en vender lotes cerrados, sin selección de pieles, a cambio de lo cual el precio era mucho menor; como ventaja tenía el que permitía manejar mayor cantidad de pieles y hacer envíos más grandes y frecuentes. El ritmo de aceleración del circuito comercial venía a compensar la aparente desventaja del sacrificio en el precio. Se trataba, simplemente, de imprimir la máxima velocidad a la reproducción del ciclo del capital. Sin embargo, las ventas al barrer tenían sus momentos. Generalmente se asociaban a falta o insuficiencia de pieles en los compradores, que una vez surtidos sus depósitos y pasada la emergencia preferían el sistema de compra por selección.

Inicialmente las operaciones se hicieron por pacas cerradas y por docenas, pero desde los años ochenta los importadores estadounidenses impusieron las pacas escogidas, estableciendo una clasificación de tres clases sobre una base que combinaba el peso de la piel y sus características externas. Las pieles de primera pesaban entre ¾ y dos libras, el pelo era brillante, la piel no tenía cortadas ni agujeros en el centro, y cuando mucho dos cortadas o agujeros en los bordes; la parte interior estaba limpia, sin manchas de humedad o sudor. Las pieles de segunda pesaban entre 2 y 3 libras y conservaban las mismas características de presentación que las de primera. Las pieles de tercera incluían todas las rechazadas[4]. Una paca de exportación pesaba en promedio 92 kilos, una docena debía pesar poco menos de 11 kilos. Los sistema de venta por convenio y por selección implicaban que las pieles fueran examinadas a su llegada por un especialista que dictaminaba el porcentaje de pieles de primera, segunda y tercera y hacía comentarios generales al lote, en lo que era un seguimiento constante al exportador y permitía, incluso, introducir modificaciones a la venta convenida y emitir recomendaciones específicas.

Al mercado neoyorquino llegaban pieles de muchos puntos: las de Rusia, India y El Cabo competían con las suramericanas. De América latina entraban pieles de México, Brasil, Colombia y Argentina -que enviaba pieles de res-. El Caribe se hacía presente con pieles remitidas desde Haití, Curazao, Aruba, Bonaire y Venezuela, desde donde se enviaban pieles procedentes de Maracaibo, Coro, Barquisimeto, Puerto Cabello, La Guaira, Guanta, Carúpano y Ciudad Bolívar[5].

La mayoría de los problemas para hacer competitivas las pieles corianas resultaban de un deficiente manejo del desuello del animal y la defectuosa salazón de las pieles. Pese a que Falcón y Lara eran grandes productores de pieles, era evidente que los procesos de salado y curtiembre –cuando se daba- dejaban mucho que desear. A esto se unía el almacenamiento, que encarecía el costo del producto al implicar inversión adicional en gastos de almacenaje y el riesgo del calor, que desmejoraba las pieles depositadas, sobre todo si no habían sido adecuadamente tratadas con algún producto que evitara la corrupción.

La primera década del siglo fue estable para los precios de las pieles, que en promedio se mantuvieron alrededor del medio dólar por docena. La prensa coriana estimulaba la cría de cabras: «La exportación de pieles de cabra ha alcanzado grande incremento, siendo el mercado de New York el principal para la América Meridional. Las fábricas de calzado hacen enormes demandas del artículo, por medio de agentes que van de república en república comprando los cueros o los animales vivos»[6].

El siglo se inició con la competencia que desde Barquisimeto hicieron varias casas comerciales, en especial la firma Eduardo Lindheimer & Co., quien comenzó a captar la producción de Carora, Baragua y Siquisique. A esto se agregó la Revolución libertadora y el bloqueo imperialista de 1902. Se impuso la dificultad para realizar transacciones con pieles, pues los eventos bélicos hacían inseguros los caminos y destrozaban los establecimientos comerciales. Los precios se abatieron por momentos debido a los trastornos políticos y la dificultad para sacar las pieles, pues el peligro de intercepción y pérdida estaba a la orden del día. El ferrocarril a Tucacas bloqueado, el ferrocarril La Vela-Coro sufrió la quema de su puente principal, quedando inutilizado. Pero la agresividad del mercado salió a relucir apenas repuestas las condiciones mínimas de comercialización. Para mediados de 1903 los caminos hacia el interior se abrieron nuevamente y Maracaibo invadió el occidente ofertando por las pieles corianas[7].

Los intermediarios presionaron al alza buscando en forma acelerada captar clientes. La competencia era con todos los hierros. Los barquisimetanos colocaban, avisó Boulton, Bliss & Dallet, lotes con altísimos porcentajes de primeras, empujando al alza los precios de las pieles barquisimetanas en Nueva York. Fue un mal cierre de año ese de 1903, con elevada competencia interna y el anuncio desde Nueva York del probable retiro del principal comprador de pieles corianas que tenía Boulton, Bliss & Dallet[8]. Debido a ello, las pieles corianas también viajaron en esos años hacia Europa, trasbordadas a vapores alemanes de línea Hamburguesa Americana.

Fue un lapso muy reñido para las pieles, en el cual los comerciantes hicieron sobre esfuerzos para colocar lotes en el mercado exportador, ya que la Revolución libertadora mermó las recuas y ello dificultó sacar el producto hacia los puertos, además del deterioro que implicó el prolongado almacenamiento en condiciones climáticas adversas al buen cuido y conservación de las pieles: calor, humedad y deficiente desinfección que acortaban la vida del producto. Curazao, que entonces formaba con Coro una unidad económica, resultó muy afectada por la Libertadora y el bloqueo. Para 1905 había crisis en la isla: casas comerciales cerrando, ventas deprimidas, casi nulo movimiento marítimo.

El segundo quinquenio vertió sobre los criadores dos períodos de sequía: 1905 y 1908. El plano costero una vez más se vio afectado. Bajo las condiciones normales del verano las pieles se tornan livianas, en las sequías prolongadas el producto sufre severa afectación que agudiza la merma de su peso. Estas pieles no eran apetecible en el mercado internacional. No faltaron quienes procedieron incluso al sacrificio de cabritos para aumentar las pacas, pero estas pieles, excesivamente pequeñas, casi no tenían valor. La competencia no cesó en toda la década. Blohm & Co. de Barquisimeto penetró Baragua hacia 1906. Maracaibo tampoco cesó en su avance, dando las mismas condiciones y precios de Barquisimeto en Carora. Lindheimer recibía pieles de una libra, garantizaba el precio en caso de baja y pagaba la diferencia en caso de alza. Algunos vendedores llegaron al extremo de recoger las pieles ya entregadas para depósito en Coro. A esto se sumaba el sustancial descenso del costo de los arreos en las rutas Carora-Barquisimeto y Baragua-Barquisimeto.

A la competencia se unió la dificultad de los criadores para cumplir los requisitos de exportación. La piel coriana con dificultad daba el peso de libra y media que el mercado internacional exigía, y los productores apelaban al truco usual de recargarlas de sal para alcanzar el peso, además de que la sal ayudaba a ocultar imperfecciones. Pero la piel arrojaba sal primero en el tránsito, y luego en Coro al ser sacudida y raspada para remover el exceso y posibles sustancias gomosas que, mezcladas con la sal, agregaban peso al producto. El resultado era siempre en desfavor de quien vendía, hiciera lo que hiciera. Para el vendedor, el cambio de sistema fue equivalente a una brusca caída en los precios, pero no tardó en resignarse a los designios del mercado internacional.

En la segunda década, dos acontecimientos marcaron el negocio de las pieles: la crisis ambiental de 1912 en el plano costero coriano y la primera guerra mundial. Año 1912 en la región coriana. Paraguaná reportó en enero: «Ya estarán ustedes al corriente de la situación apremiante porque ha atravesado la península en este último semestre, y que continúa aún sin declinar. Tenemos buena existencia de mercancía sin esperanzas de venderla por los momentos porque la cosecha está totalmente perdida, los rebaños inútiles por la escasez de pasto en la sabana...»[9]; desde la sierra informaron en febrero: «... las labranzas de maíz y pira que era lo mejor que podía verse este año, abandonadas a merced de la multitud de langosta que nos azotó la primera siembra y la mejor que era la segunda siembra, la concluyó el saltón»[10].

Cierre del año 1912. Desde Cumarebo escribieron en octubre: «Ciertamente que con las lluvias muy pronto se habrían animado los negocios de por acá, pero últimamente nos ha invadido la langosta y se teme la pérdida de una parte de la cosecha»[11]; el 24 de noviembre de 1912 los documentos dejaron asentado: «En Piedra Grande, Pecaya, Cieneguita y aquí no he podido vender (...) y todavía muere gente de hambre»[12].

1913. El balance llegó desde el corazón mismo de la sierra falconiana: «en este lugar donde habito se han perdido cuatro cosechas a consecuencia de los veranos y la langosta»[13].

La producción de pieles se abatió, exterminados los rebaños por la sequía. Las cosechas se perdieron en manos del verano y la langosta. Los pequeños productores e intermediarios de todos los puntos del plano costero y la sierra entraron en situación de mora al no poder honrar sus compromisos. La merma de pieles se reflejó en las exportaciones, llegando a Nueva York progresivamente menos cantidad de pacas. Se hizo lento y dificultoso el cumplimiento de los contratos adquiridos. Pesaba la presión pausada, cortés y permanente de las casas estadounidenses sobre los exportadores. El desaliento de los dueños de goletas se unió al de los comerciantes estadounidenses: «Siento mucho saber que, por lo pronto, queda poca esperanza de conseguir lotes de pieles para la remontada; esta noticia es por cierto muy mala»[14].

Mal acababa el verano desolador cuando llegó la desoladora Gran Guerra. La estrechez repercutió en la industria del calzado y aparecieron las mezclas de pieles con lona o gabardina, abriéndose paso el calzado a dos tonos. La ropa deportiva hizo su nicho en el vestir del día a día y con ella salieron al mercado los primeros «silenciosos», llamados Keds, en 1917. El imperio de la piel sobre el calzado se fisuraba[15].

Las cifras nacionales de exportación entre 1914-1916 se desconocen. De alguna manera la guerra impidió llevar un registro confiable. Pero la región coriana continuó su comercio con el mercado estadounidense. Los precios de las pieles venían desde 1911 en deslizamiento progresivo y tocaron piso en enero de 1916, cuando el producto coriano se cotizó en 31 cts. A partir de allí hubo un año de estabilidad, con mercado firme como promedio y precios que quizás se vieron favorecidos por especulaciones bursátiles asociadas al invierno. La guerra no parecía tocar a los Estados Unidos, el precio de las pieles continuó su ascenso hasta rebasar los 80 cts. Parecía que la crisis europea potenciaba la prosperidad del hijo de Albión.

El ingreso de Estados Unidos a la guerra en abril de 1917 puso fin al auge de precios. En menos de un año retrocedieron para posicionarse alrededor del medio dólar. De manera estrepitosa, entre abril y septiembre los precios se desplomaron en un 50%. Los exportadores corianos libraron sus propias guerras: contra el ántrax y el desplome de precios en 1917, y en 1918 contra la circular Nº 58 del Consejo de Curtidores, institución estadounidense que intervino en ese momento para regular el proceso importador de pieles. La guerra generó cambios tendentes a controlar los mercados con mano férrea en momentos difíciles, quizás buscando un punto de equilibrio al aplicar criterios de austeridad, centrando la producción y el gasto en la industria bélica. Los precios de las pieles venían a la baja desde abril de 1917. Tal vez con miras a estabilizarlos, el Comité del Consejo de Curtidores recomendó en abril de 1918 a la Oficina Comercial de Guerra fijar precios para los productos derivados de pieles, basándose en el comportamiento del mercado en ese mes. Es posible que con esta medida el cartel neoyorquino de las pieles buscara una salida a la nueva situación del mercado, tratando de poner fin a la baja de precios. Nadie podría pagar más ni menos que el precio fijado.

La referida Circular Nº 58 prohibió la importación de cueros de res, pieles, suela, etc.; revocando las licencias de importación de estos artículos para embarques posteriores al 15 de junio de 1918[16]. El gobierno estadounidense sólo dio entrada a pieles de res, quizás destinadas a fabricar botas de guerra. De nada sirvieron las protestas de la Asociación Nacional de Importadores de Cueros de Res y Pieles sobre tal embargo, el Gobierno Nacional sólo atendería los casos que involucraran pérdidas para ciudadanos estadounidenses. Fue evidente cómo se protegían los intereses del cartel en detrimento del importador directo, que quedó atado de manos mientras el cartel lograba su objetivo: detener la baja de precios, que quedaron congelados durante el tiempo que duró la prohibición, manteniéndose en medio dólar entre mayo y diciembre de 1918. El resultado del ingreso estadounidense a la guerra y las medidas extraordinarias para defender el precio de las pieles fue la caída de las exportaciones nacionales, que entre 1917-1918 llegaron a cifras jamás vistas durante el siglo.

La firma del armisticio que puso fin a la primera conflagración mundial, en noviembre de 1918, reactivó de inmediato el mercado de las pieles en Nueva York. La barrera del medio dólar se quebró. Para la navidad de 1918 las pieles se colocaron a 53 cts., en año nuevo alcanzaron los 55 cts. Un vertiginoso ascenso en 1919 llevó a las pieles por encima de un dólar en el furor de la recién terminada guerra mundial. Las cifras de exportación se dispararon y Venezuela exportó casi cuatro veces más pieles que en 1918. El frenesí duró cerca de año y medio. Como nunca, la barrera del dólar se superó y se alcanzaron precios tan altos como 1,20 dólares entre noviembre y diciembre de 1919. Se trataba de reanudar operaciones y recuperar el tiempo perdido. Los precios del artículo no parecían alcanzar un techo pese a los intentos de los compradores por controlar el mercado[17]. Era previsible una reacción de descenso luego de tanta apoteosis post bélica... y eso fue lo que pasó.

Fue una dura etapa la de los años veinte. Como el café, las pieles iban de salida. Todo parecía confabularse en contra del que hubiera sido desde la Colonia productivo negocio: las fuerzas de la naturaleza, la economía mundial y la nacional, la tecnología del calzado y la moda misma.

Y mientras transcurrían los años locos en el norte, en Venezuela reventó el pozo Los Barrosos-2 lanzando al aire 16 mil metros cúbicos diarios de petróleo y anunciando con su chorro la estructuración de la industria petrolera y la retracción de una economía agroexportadora que, por demás, iba de salida por su propio pie. Una vez más quedó al descubierto la rigidez de la oferta de las pieles corianas, sometidas las oscilaciones extremas de un nuevo verano que asoló la región entre 1919-1921, seguido de un lluvioso invierno, todo ello mermando volúmenes y trayendo la consabida morosidad.

La febrilidad del fin de guerra cedió paso lentamente. La espiral ascendente de las pieles, las fantásticas cotizaciones culminaron y con la primavera de 1920 se inició un agudo descenso que nada detuvo, quizás provocado por exceso de existencias y presión por vender: en seis meses perdieron un dólar, y al finalizar 1920 valían casi un 80% menos que a comienzos del año. A lo anterior se unió la depresión mundial, corta pero profunda, que al generar caída de precios y contracción de demanda implicó menos importaciones. Los países industrializados habían alcanzado niveles tecnológicos que provocaron sobreproducción en el agro. A excedente agrícola baja de precios, menos importaciones.

La circunstancia llevó al ahogo, cuando no a la quiebra, a más de un comerciante en la región coriana. Todo se ofrecía y todo se exigía, de todo se pedía: animales, hatos, haciendas, quintas, moratorias, fraccionamiento de deuda, arreglo extrajudicial... Nunca volvieron los precios a ser iguales. Se mantuvieron toda la década alrededor de los 30 centavos de dólar. La región acompañó esta dinámica con períodos alternos de lluvias intensas y de sequía que restaron fuerza al negocio. Mientras Lenin salía de la escena política y nacía la URSS, en Falcón se entronizaba un agudo invierno. En el último quinquenio de los años veinte se vivió la agresión climática de veranos particularmente duros, especialmente en la península de Paraguaná, afectando los rebaños.

Ante un mercado desanimado, que no salía de la depresión, los importadores tendieron a almacenar las pieles, esperando la aproximación del otoño para ver si la demanda invernal resucitaba los precios. Pero en octubre de 1926, pese a la cercanía del frío, los compradores no se interesaban en los lotes almacenados y ya había de 2500 a 3000 pacas, lo que tenía nerviosos a sus dueños[18]. Las pieles almacenadas, que con el tiempo se deshidrataban, perdían precio a la par que acumulaban gastos como acarreo a almacén, almacenaje y seguro contra incendio; mientras los compradores finales esperaban pieles frescas, con mejor margen de negociación. No fue mucho lo que pudo hacerse en lo poco que restó de la década, sacudida violentamente por el crack de 1929.

Enero de 1930 llegó, acentuando la crisis. El trimestre transcurrió sin cambios: «los cueros no tienen valor para la exportación; el cacao está en las mismas condiciones que el café, sino en peores», los detalles de la crisis de las pieles fueron dramáticos: «Nuestros cueros no tienen mercado exterior. La expresión del exportador de cueros con respecto a la situación de ese elemento nuestro de exportación es la de que no hay que pensar siquiera en exportarlo. Cantidades de ellos puestas a remates en Londres por ciertas casas consignatarias no tienen comprador. Las industrias europeas y norteamericanas se abastecen de la producción local»[19]; y una vez más las deficiencias tecnológicas se hicieron sentir: «Los cueros de chivo y venado han padecido las consecuencias de la depreciación de las materias primas, (...) Entre nosotros este producto tiene la agravante, como ya hemos dicho repetidas veces, de su mala preparación»[20]. Para mediados de año se reportaban las pieles como una de las materias primas que guardaba peores condiciones en el mercado mundial: «El mercado exterior para los cueros no existe: la sobreproducción, aunada con la disminución del poder adquisitivo, han hecho nulo ese mercado»[21].

El comercio venezolano desplazó sus esperanzas hacia el invierno, cuando las pieles para calzado comenzaban a ser más solicitadas. En este sentido el mes de junio era un parteaguas que marcaba el lento ascenso de las exportaciones invernales. Pero en 1930 no se dio tal circunstancia: «En estos meses, en otras épocas, los manufactureros extranjeros se proveían de la materia prima en los países productores para atender a las necesidades de la temporada de invierno, pero en este año no se ha efectuado esa acostumbrada operación»[22].

Venezuela, oliendo a capital petrolero, modificó sus relaciones de intercambio al compás del nuevo juego internacional. Las pieles, asaltadas por otros materiales y con el plástico a corta distancia, perdieron terreno. No lograron sostenerse como factor de acumulación de capitales, ya que el oportunismo de los empresarios –verdaderos depredadores de la exportación- les hizo abandonar todo esfuerzo sobre los productos que cesaban de ser atractivos para el exterior, encaminando sus esfuerzos de inversión hacia los que mantenían o generaban interés.

Por otra parte, no se generó en los criadores esfuerzo alguno por trabajar el negocio, aplicando tecnologías que prolongaran su competitividad. El productor criollo, sin control alguno en la selección, continuó con las montas indiscriminadas y el manejo artesanal del salamiento, lo cual convirtió a la piel coriana en un producto poco apetecible, ya que la industria de la curtiembre avanzó hacia mayores grados de exigencia que demandaban locales adecuados y selección genética que garantizara pieles de animales de raza, que facilitaran el curtido y dieran cueros resistentes, suaves y flexibles.

Cercadas por condiciones aciagas que terminaron por sumirlas en un receso profundo que dura hasta el presente, hoy vemos en las zonas de criadores la carne fresca o salada, la leche procesada en algún derivado y las pieles desechadas y en descomposición, sin un nicho regional ni nacional que las active como generadoras de bienestar económico.

NOTAS Y BIBLIOHEMEROGRAFÍA

[1] La Industria, Coro, 1 de diciembre de 1881, p. 1.
[2] La Industria, Coro, 17 de junio de 1884, p. 3.
[3] Archivo Histórico de Coro-UNEFM, Fondo Senior, caja sin número (1893-1909), Docs. 432 y 190 (En adelante AHC-UNEFM, FS).
[4] La Industria, Coro, 17 de junio de 1884, p. 3; véase también la edición del 4 de julio de 1884, p. 3.
[5] «Informe de mercado de pieles de Bliss, Dallet & Co. [29-07-1910]», AHC-UNEFM, FS, caja 120; «Informe de mercado de pieles de Bliss, Dallet & Co. [15-03-1916]», AHC-UNEFM, FS, caja 161; «Cotizaciones de pieles de Frank C. Cooper [17-11-1919]», AHC-UNEFM, FS, caja 179; «Cotizaciones de pieles de American Trading Co. [26-05-1921]», AHC-UNEFM, FS, caja 188.
[6] El Águila, Coro, 22-03-1904, p. 8.
[7] «Informe sobre el negocio de pieles [6-06-1903]», AHC-UNEFM, FS, caja 52; caja 54, Doc. 27.
[8] «Respuesta de Senior a Boulton, Bliss & Dallet sobre el problema de especulación con pieles [18-12-1903]», AHC-UNEFM, FS, caja 52.
[9] «Carta de Delgado & López sobre el verano en Paraguaná [3-01-1912]». AHC-UNEFM, FS, caja 136.
[10] «Carta de José Benjamín Gutiérrez sobre la plaga de langosta [1-02-1912]», AHC-UNEFM, FS, caja 146.
[11] «Máximo Lugo informa la situación del verano en Cumarebo [29-10-1912]», AHC-UNEFM, FS, caja 137.
[12] «Reporte de Efraim Curiel, agente viajero de la Casa Senior [24-11-1912]» , AHC-UNEFM, FS, caja 139.
[13] «Catalino Torres informa la situación del verano en Aracua [7-09-1913]», AHC-UNEFM, FS, caja 157.
[14] «C. B. de Gorter sobre la baja de exportaciones [3-02-1913]», AHC-UNEFM, FS, caja 146.
[15] Isaac Asimov, Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología, pp. 367, 442, 477, 564, 619 y 620.
«The century in shoes: 1910» en http://centuryinshoes.com/decades/1910/1910_02.html
[16] Toda la correspondencia sobre este problema de la circular Nº 18 se ubica en la caja 173. AHC-UNEFM, FS.
[17] «Bliss, Dallet & Co. informa sobre negocio con pieles de chivo [24-04-1919]», AHC-UNEFM, FS, caja 173; «Informe sobre el mercado de pieles de chivo en New York [22-08-1919]», AHC-UNEFM, FS, caja 179.
[18] «R. Desvernine contesta oferta de Senior sobre pieles [25-10-1926]», AHC-UNEFM, FS, caja 247.
[19] Boletín Cámara de Comercio de Caracas, Año XIX, Nº 196, marzo 1930, pp. 4693-4694 (En adelante BCCC).
[20] BCCC, Año XIX, Nº 197, abril 1930, p. 4724.
[21] BCCC, Año XIX, Nº 199, junio 1930, p. 4778.
[22] BCCC, Año XIX, Nº 205, diciembre 1930, p. 4964.

Treinta años de industrialización en Coro (1880-1910)


Ponencia presentada en:

IX Jornada de Investigación y docencia en la Ciencia de la Historia

Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado

Barquisimeto, estado Lara, Venezuela

25-28 de julio del 2001



Introducción
Pareciera estéril hablar de industrialización en la región coriana, por tradición historiográfica asociada a reducidas actividades de exportación y a la importación soportada en el contrabando. No había habido hasta este aporte aproximación alguna a procesos económicos distintos a aquellos que han contribuido a crear un discurso histórico de menguadas dimensiones sobre su historia económica y social.
La aproximación a los procesos de industrialización que se dieron en la ciudad de Coro, independiente a su éxito o fracaso como proyectos individuales o de clase, permite conocer una historia compleja, donde los planos económicos se sobreponen, pugnan y se contradicen, para generar en su devenir cambios de forma y fondo en la composición social de la región y en los capitales y razones sociales que tuvieron como sede, durante el lapso que ocupa a esta investigación, a la ciudad de Coro.

Los componentes del proceso
El entramado social
La Guerra de independencia y la Guerra federal trastocaron las relaciones productivas en la región coriana. Los grandes apellidos asociados a la plantación serrana y al esclavismo se dispersaron. El surgimiento de una miríada de pequeños propietarios y de nuevos grandes propietarios marcó la región.
Un campo con baja productividad, pobre inversión en capital y recursos técnico-productivos. Una pléyade de pequeños propietarios orgánicamente débiles, sujetos a las condiciones que imponía el comerciante asentado en Coro. Una ciudad más fuerte que el campo, donde había echado raíces un grupo de comerciantes respaldados por sus iguales de Curazao: los sefarditas, descendientes de aquellos que vivieran los motines antijudíos de 1831 y 1855; para fines del siglo XIX en franco proceso de cambio cultural y asimilación a la sociedad venezolana.
Este cambio profundo en la tenencia de la tierra y la recomposición de las clases sociales sentó el germen para la formación del mercado interno y vio transitar, en la ciudad de Coro, el capital comercial a capital industrial y financiero durante el último cuarto del siglo XIX.
La transición del comercio a la industrialización tuvo que superar diversos obstáculos, uno de ellos la liberación de la mano de obra otrora atada al campo. El campo comenzó a alimentar a la ciudad de mano de obra atraído por la agitación comercial del plano costero, esencialmente del eje Coro-La Vela. La población serrana bajó de las áreas donde estuviera circunscrita por siglos; así como población de origen caquetío, venida del occidente del estado. Esta población fue recurso humano que el campo transfirió al sector terciario y a la industria que llegó a formarse en Coro y que ocupa a este trabajo.

El mercado interno
El segundo obstáculo era el mercado interno. Una economía débil, autárquica, no favorecía los intentos de industrialización. La ruptura de la autarquía, la sujeción del pequeño consumidor y del pequeño productor al comerciante importador será clave en la formación de este mercado interno. Una hábil gestión comercial logrará integrar este mercado en la región coriana, mercado que permitió primero la consolidación del capital comercial y luego estimuló el surgimiento del industrial. La superación de este obstáculo abrió el paso a transformaciones cualitativas que hicieron posible que la riqueza acumulada en el comercio de exportación-importación se trasladara al capital industrial. Este proceso ocupó el último cuarto del siglo XIX.
Los comerciantes corianos lograron aglutinar una población que pese a su bajo poder adquisitivo y dispersión, como conjunto integraba un brote de mercado interno necesitado y consumidor de mercaderías cuyos precios publicaba la prensa local ya en 1880[1]. En la región coriana existió un comercio que manejó en gran escala la importación de productos de consumo masivo y logró mantener un estable mercado interno sobre la base de artículos como los textiles económicos y de segunda, herramientas agrícolas, harina, manteca, especias, arroz, cerveza, vino dulce y seco y otros productos que entraban por el puerto de La Vela.

El capitalista y sus inversiones
Será hasta el último cuarto cuando las condiciones básicas mínimas para hacer intentos industriales cristalicen en la capital del estado[2]. Un capitalista industrial surge, emergiendo desde el sector comercial exportador-importador. Es un empresario netamente urbano, sin raíces en el campo; más aún, está ligado a la dinámica comercial de la isla de Curazao, ya que casi todos son de origen sefardita, arraigados en Coro pero con fuertes intereses económicos y familiares en la isla holandesa. Su contacto con el campo se reduce a la compra de productos de alta cotización en el mercado internacional.
Es una nueva generación de capitalistas, descendientes de los primeros judíos asentados en el eje Curazao-Coro, con estrechos contactos en Estados Unidos y Europa, políglotas, con educación europea, con una nueva mentalidad a tono con los nuevos tiempos. Correspondió a sus ascendientes el duro trabajo de abrirse camino en tierra firme, aperturar casas comerciales, enfrentar los conflictos y los motines antijudíos que sacudieran a Coro en 1831 y 1855, hasta el presente sólo analizados desde la óptica étnica o religiosa, pero que requieren una aproximación más compleja e integrada, para comprenderlos también como resultados del violento proceso de acumulación que marcó al grupo sefardita en su arraigo en la región coriana, y del que es ejemplo por excelencia en las referencias documentales el caso de Jeudah Senior. A personajes como Jeudah e Isaac Senior y Manasés Capriles correspondió en lo esencial la primera y más dura etapa, a ellos y a sus descendientes la expansión y diversificación de sus intereses económicos.
A estas mentalidades modernas, afianzadas sobre conceptos como progreso, cultura y civilización; les correspondió en su lógico avance captar en su beneficio las nuevas aunque escasas ventajas y oportunidades que estaban a su alcance para convertir el dinero acumulado por sus padres y abuelos en capital industrial. La magna obra de ingeniería representada por el dique de Caujarao, prolegómeno de este intento industrializador, inaugurado por Juan Crisóstomo Falcón en 1866, permitió a estos industriales utilizar la energía del vapor en diversas empresas. Igualmente, estuvieron a la cabeza en el uso del telégrafo, teléfono, cable, máquinas, materias primas y otras tecnologías foráneas que aplicaron a sus negocios fabriles.

El Estado y el entramado legal
Los textos oficiales expresan una preocupación que no tuvo enlace con el hecho real: la necesidad de crear industrias. En el último cuarto del siglo XIX fue usual en las memorias ministeriales encontrar, bajo el halo mágico de la palabra progreso y todo el discurso que ella contenía, ya no simples alusiones, sino apartados dedicados al tema. Y es interesante detectar como entre 1877 y 1898, es decir en casi un cuarto de siglo, los textos no avanzan un paso en torno al tema, que se resume en dos momentos, cada uno con sus ideas centrales. Un primer momento donde se establece el problema y se plantean acciones a emprender: 1) La industria es elemento de progreso y civilización, 2) Sin apoyo del Estado no hay industria, 3) El Estado debe favorecer y proteger las industrias. Un segundo momento, ya culminando el siglo XIX, que expresa ya no el optimismo del comienzo, sino un problema reiterado y la voluntad de una solución : 1) La industria es la base de la riqueza, 2) La república carece de industrias, 3) La escasa industria no exporta, 4) Hay que favorecer las industrias[3].
¿Qué sucedió? Del guzmancismo al final del castrismo transcurrieron casi cuarenta años, en los que el Estado venezolano manejó un doble y notoriamente sesgado discurso: por un lado argumentando la defensa de la industria nacional, por el otro negándole recursos al sector de fomento y obras públicas[4] y estimulando el asentamiento de monopolios extranjeros.
El Estado venezolano, empeñado en una política de puertas abiertas a un capital extranjero que se dedicó a extraer materias primas y ejecutar obras públicas sin sembrar en Venezuela un céntimo de sus ganancias, se negó a sí mismo y a los potenciales capitalistas industriales, la infraestructura mínima requerida: crédito público, sistema impositivo moderno, protección a la industria ...
Al confinar el Estado la dinámica económica a un expolio extranjero que no se interesaba por la producción de bienes sino por la extracción de materias primas, y al mantener en el rezago al sector agrícola, el país se negó a sí mismo la posibilidad de generar un mercado interno vigoroso, que respaldara los intentos de industrialización. La productividad de la mano de obra era baja, los salarios igual y, además, persistían mecanismos atrasados como la pulpería, que impedía al escaso salario alimentar los esfuerzos industriales.
Con todo, en un país sin circunstancias propicias, Coro logró interesantes brotes industriales que, independiente a su éxito o fracaso, se tornan en puntos de referencia fundamentales para comprender la evolución de la economía capitalista nacional. A tono con los cambios mundiales, el capital comercial coriano intentó cambios importantes que dieron origen a nuevos nombres con peso decisivo en la vida regional; se enlazaron el capital comercial, industrial y bancario; despuntando nuevas fuerzas económicas.



La Compañía Jabonera del Estado Falcón, primera industria coriana
Manasés Capriles Ricardo es el empresario ubicado con mayor antigüedad e interés por el sector industrial, al instalar en 1878 una fábrica de jabones con capacidad para producir 250 cajas diarias, gerenciada por José y Abraham Capriles: la "Compañía Jabonera (limitada) del Estado Falcón". El especialista en el proceso de fabricación fue traído de los Estados Unidos[5]. Las fuentes periodísticas indican que fue la primera fábrica que tuvo el estado Falcón, en aquél entonces Sección Falcón del estado Falcón-Zulia. No tenía competencia y fabricaba jabones amarillo, negro y azul superior. Para el año 1880 anunciaba surtido de jabones y velas esteáricas superiores, lo cual indica una expansión y diversificación tempranas que le permitieron avanzar y captar el mercado interno de la Sección Falcón y plazas del estado Lara para dar origen, posteriormente, a un galpón industrial[6].
Un artículo 1881 la describía como una industria en crecimiento, exhortando a su gerente, el Sr. Capriles, y al encargado de la fábrica, el Sr. Litter, a: "... mejorar la condición de esa industria, puede decirse la única que existe en esta Sección"[7]. El éxito debe haber animado a Manasés Capriles a participar en la Gran Exposición Nacional de Artes e Industrias, que con motivo del centenario del natalicio de Bolívar se inauguró el 2 de agosto de 1883 en el edificio anexo a la Universidad Central[8]. La prensa local reseñó la presencia de la Jabonería Falconiana de M. Capriles, con jabón blanco, azul y amarillo de sebo, además de aceite de tártago; hechos con materia prima nacional[9]. El ascenso prosiguió y para el año siguiente otro artículo, titulado “Progreso Industrial II”, la calificó como: “... una de las mejores que existen en el país, tanto por el capital en ella invertido y el número de elementos de que dispone para la buena elaboración de la especie, como por la organización, método y regularidad observados en los trabajos y en la parte económica del establecimiento”[10].


Manases Capriles: de la jabonería al galpón industrial
Su proceso de capitalización debe haber continuado sin mayores obstáculos, ya que con posterioridad a la fábrica de velas, entre 1883-1884 Capriles inauguró la fábrica de aceites, ofertando desde entonces por la prensa jabones, velas esteáricas y aceite de castor[11]. A éstas siguió una fábrica de tabaco manilla y planchita[12]. Se conformó así en forma progresiva un galpón industrial.
El uso de materia prima nacional marcó a estas fabricas. Por vía de anuncios de prensa, los gerentes de la compañía jabonera captaban vendedores de sebo en rama y de aceite y/o semilla de tártago[13], que se empleaban en la fabricación de jabón[14].
Respaldado por el periódico La Industria, Capriles insertó en este bisemanario durante 1884 artículos que comentaban las propiedades medicinales (laxantes) del aceite de castor elaborado por la Cia. Jabonera, considerándolo superior a otros aceites importados[15]. Por su parte, la "Revista del Mercado", del comerciante y comisionista Salomón López Fonseca, apuntaba que la Cia. Jabonera compraría semilla de ajonjolí para extracción de aceite, lo que constituyó una diversificación dentro del ramo aceites, originalmente limitado al de castor[16]. El resultado fue reseñado por la prensa el mismo año, se comentaba la expansión de los cultivos de tártago en diversas zonas del estado (Distritos Cumarebo, Cabure, Pedregal y faldas de la sierra), estimulados por la fábrica de aceites[17].
El galpón continuó su expansión, al anunciarse a mediados de 1884 la llegada de la maquinaria -importada de los Estados Unidos- para el establecimiento de una fábrica de tabaco hueva, que si bien tuvo registro legal por separado operó en el galpón de la Jabonería[18]. Fue ésta la primera fábrica de su género que se estableció en el país, inaugurándose el primero de agosto de 1884. Contaba con cinco prensas mecánicas, una de las cuales admitía fuerza motriz o de vapor; más de 40 obreros, sala de oficinas, maquinaria, un operador mecánico traído desde New York y capacidad para generar hasta 120 empleos directos destinados a la elaboración manual de tabaco manilla y planchita. Para esta empresa se asoció a Jacobo Myerston, quien fungió como gerente[19]. La fábrica se llamó “El Atalaya” y comenzó operando con asalariados extranjeros que durante el curso de sus contratos entrenarían personal del país, el cual se incorporaría una vez concluido el compromiso contractual con los primeros[20].
Capriles estaba decidido a lograr la fabricación de un tabaco con las mismas características que el importado, utilizando materia prima nacional. Las relaciones de Capriles con las más altas instancias oficiales deben haber estado en su mejor punto para este momento, al lograr la firma de un contrato con el gobierno nacional fechado 5 de agosto de 1884, suscrito entre el Ministerio de Fomento y Capriles. Por medio de este contrato Capriles, sus cesionarios o sucesores, se comprometían a establecer la industria en nueve meses teniendo una exclusividad de 25 años, exención de impuestos para introducir maquinaria y equipos. Capriles debería establecer, donde lo juzgara conveniente, fundos de tabaco propios para el consumo de la empresa[21].
Se desconoce la estructura y el rumbo de esta sociedad Capriles-Myerston. El dato hemerográfico indica operaciones con acciones de la “Fábrica Nacional de Tabaco de Hueva”, como fue el caso de Juan R. y Pedro Blanch, traspasando acciones en 1887, hecho que fue participado al público por el gerente J. Myerston[22]. Con certeza, Manasés Capriles continuó involucrado en contratos referidos a tabaco cuando menos hasta 1893, año en que nuevamente suscribió con el gobierno nacional un contrato que le daba derecho exclusivo durante quince años para establecer una fábrica de tabaco hueva usando tecnología estadounidense, quedando a su vez comprometido a fomentar el cultivo del tabaco en el país pero autorizado para introducir durante los ocho primeros años 20000 kg/año de tabaco Virginia, en lo que venía a representar un viraje con respecto a su intención de 1884 de utilizar sólo materia prima nacional[23].
Convertida ya en un galpón industrial[24], la empresa de Capriles era muestra palpable del avance de la producción capitalista en Venezuela. El galpón contaba con carpinteros, latoneros, jaboneros, peones, carreteros, entre otros asalariados. Casi toda su materia prima era nacional (sebo, soda, aceite de coco, maderas y resinas, por ejemplo). En Coro y Maracaibo se hacían las cajas para embalar. En el mismo Coro los envases de lata. En litografías de Caracas e imprentas corianas se elaboraban las etiquetas y rótulos de los envases [25].
Paralelamente a su galpón industrial, Manasés Capriles comenzó a interesarse por otras inversiones alejadas de la manufactura: las comunicaciones. En 1884 se integró a una promotora que invertiría en el proyecto de ferrocarril LaVela-Coro[26]. Manasés Capriles firmó el que sería el cuarto contrato para el tendido de esta vía férrea el 12 de diciembre de 1892[27]. El 24 de agosto de 1893, desplazando sus intereses del área industrial al área de las comunicaciones, Capriles Ricardo vendió a la firma I. A. Senior e hijo el galpón industrial de su propiedad, al que Senior agregó una tenería que fabricaba suelas y calzado, y aún más tarde un aserradero al vapor[28]. Este aceite de castor y las suelas llegaron a ser colocados en Puerto Cabello y Caracas, compitiendo el castor con el importado de Italia y las suelas con las de las tenerías de Valencia, Puerto Cabello y Caracas[29].
En el año 1898, I. A. Senior e hijo formalizó la venta de este galpón a la firma Senior Hermanos, propiedad de los hermanos Josías y Abraham Senior[30]. Para el año 1904 Senior Hermanos se suscribía como propietaria de la fábrica de los jabones “Estrella” y “Escudo”, y velas, aceite, tenería y aserradero al vapor[31]. En 1905 hubo cambios y la firma Senior Hermanos fue liquidada, quedando el galpón en manos de otro hermano, Morry, quien lo reimpulsó y para 1909-1910 agregaba en su publicidad a los ya conocidos jabones, velas, aceites y suelas, la fábrica de alpargatas superiores blancas y de color[32]. Morry I. Senior lo mantuvo hasta su muerte en 1920, cuando sus sucesores lo ofrecieron en venta[33].

Otros intentos industriales
Se dieron por los mismos años otros intentos de industrias, unas más, otras menos exitosas. Tomas Chapman ha quedado registrado como fabricante de tabaco de mascar en planchas, jabones, vainilla y aloe. Por su parte, Isaac Chapman intentó la fabricación licores finos dulces (crema de vainilla, anicete, Curazao y Socorrito), ron y anisado de Mallorca de clase superior, y jarabes dulces, que fueron llevados también a la Gran Exposición Nacional de Artes e Industrias de 1883[34].
Ya en 1884 existían cuando menos dos fábricas de velas esteáricas en Coro anunciadas en la prensa local, la Jabonería y otra propiedad de Murray R. A. Correa, inaugurada a fines de 1883 con el nombre de “Industria Coriana”[35]. Domingo Peralta insertaba la publicidad de su fábrica de “Tabacos y Cigarrillos La Pureza”, hechos con tabaco de Capadare[36].
El agro también tuvo sus intentos. Así, el 14 de agosto de 1884 se inauguró la máquina de vapor y el molino de viento que Víctor Brigé estableció en la margen izquierda del río Coro, abajo del Paso Real, para extraer agua para riego de sus terrenos, que dedicaría a la agricultura. Fue la primera máquina de vapor que se instaló en Coro y el primer molino de viento construido por artesanos corianos. La importancia de este evento se revela en los personajes que acudieron al acto de inauguración, entre ellos el presidente del estado, el secretario de gobierno y el presidente del concejo municipal[37].
No se sabe de nuevos progresos en la materia sino hasta la última década del siglo XIX. Hacia 1890 Salomón López Fonseca inicia un acelerado avance con su establecimiento industrial velería y jabonería “Santa Ana de Coro” que usaba estearina importada de Amberes[38]. En 1895 se anuncia “La Coriana”, fábrica de pastas italianas de Antenor Delima e hijo[39]. A estas se unió en 1896 la fábrica de velas esteáricas "El Cóndor", de Abraham H. Senior[40]. El mismo López Fonseca agregó a su publicidad en 1896 la fabricación de pastas italianas, y en 1898 los cigarros “La Libertad”, hechos con picadura habanera[41]. Como Manases Capriles, Salomón López Fonseca logró impulsar varias industrias, sus velas esteáricas fueron premiadas en el Concurso Agroindustrial de Caracas, y para 1900 se anunciaba como fabricante de jabón negro de pez, jabón azul, velas esteáricas, cigarros "Libertad" y fideos[42]. En 1906 registró sus marcas de fábrica jabón “Liverpool”, velas esteáricas “Salomón López Fonseca-velas esteáricas” y jabón “Una mano S.L.F. Ca.”[43].
El hielo, artículo de lujo para la época, también tuvo sus intereses en la figura de Isaac López Fonseca, quien manejaba la fábrica “Nevería Coriana” para 1891[44]. La literatura periodística indica que Isaac López Fonseca fue un empresario particularmente emprendedor, primero en introducir a Coro un aparato de destilación continua y en aplicar a las distintas industrias que tuvo la máquina de vapor, un aparato de 15 caballos de fuerza y cinco toneladas de peso que llegó al puerto de La Vela de Coro en diciembre de 1888[45]. Tuvo, inclusive, un proyecto para hacer un viñedo en Coro, y llegó a plantar mil vides; el objetivo era producir vinos y otros derivados de la vid[46].

El imperio de la libre competencia
Estos industriales reprodujeron la competencia agresiva y sin ceder posiciones que caracterizó al capitalismo en su contexto inicial de industrialización, imperio de la libre competencia. No existían controles legales ni regulaciones derivadas de acuerdos entre las partes. Era una actividad comercial presa de febril actividad, donde la cartelización resultaba desconocida y el monopolio, que ya había sentado sus reales en Estados Unidos y Europa, no estaba presente. El único ejemplo ubicado en fuentes primarias que permite visualizar este ambiente es el de las fábricas de velas esteáricas. En el año 1896, tres fabricantes sefarditas: Salomón López Fonseca, Josías L. Senior y Abraham Senior, saturaron el mercado regional causando la violenta caída de los precios y parálisis de las ventas[47]. Josías Senior informaba en Hamburgo a su tío Sigismundo Weil, en una carta fechada 3 de junio de 1896, que había en Coro tres fábricas de velas "... y un mercado muy repartido, con existencias crecidas"[48].
Las cartas de Weil para su sobrino, escritas en el transcurso de 1896, son una sucesión de consejos sobre cómo manejar las diferencias entre empresarios. Ante la situación conflictiva, le sugirió reiteradamente acordar con López Fonseca y con su hermano Abraham un convenio de fabricación y precios fijos de velas, con el fin de mejorar el negocio[49]. En su opinión había demasiado crédito y poca ganancia, por lo cual las tres fábricas debían convenir un precio tanto al contado como a crédito, multando por caja a quien vendiera más barato que lo pactado. Este, decía e insistía, era el camino asumido por los fabricantes alemanes de cemento a raíz de una guerra de precios: cartelizar y multar al que venda más barato[50].

Un nuevo siglo
Los comienzos del siglo XX indican la presencia de la fábrica de cigarros “La Sultana”, propiedad de Julio César Capriles bajo la razón social Capriles & Co[51]. El 1 de agosto de 1901 se constituyó la firma Chumaceiro & Co. al fusionarse el establecimiento de mercancías y víveres propiedad de Jacob M. Chumaceiro y la fábrica de Capriles[52]. Para 1902 Salomón López Fonseca se presentaba como comerciante, comisionista e industrial[53]. Segismundo I. Senior se inició con la fábrica de cigarrillos “El Ideal” en 1904, y en años sucesivos, como se verá, avanzó hacia otros intentos[54].
En 1908 se detecta en prensa la fábrica de jabones de Segismundo I. Senior, especializada en el detergente de ropa "El Incomparable", quien pasó a competir con "El Solicitado", producto de "La Jabonería" de su hermano Morry I. Senior. Segismundo Senior mantuvo varias fábricas que prolongaron por lo menos hasta los años veinte, entre ellas alpargatas, suelas, el jabón –que para 1922 se publicitaba bajo la marca SIS- y los cigarrillos marca “India”, “Mara” y “Occidente”[55].
Se cierra este recuento en 1910, cuando el Directorio Industrial ubicó en Falcón escasas siete industrias manufactureras, con una inversión de 410.000 Bs., ocupando el séptimo lugar nacional en establecimiento y el octavo en inversión[56]. En ese año Isaac A. de Lima -del ramo de farmacia- anunció el envasado de bebidas no espirituosas en el periódico “Agencia Coriana”, presentándose como fabricante de limonadas y aguas gaseosas[57]. La firma J. Boccardo & Ca. insertó en 1910 publicidad sobre su cigarrería "La Especial", que empleaba picadura de hebra de La Habana y del país, y papel de algodón. Al año siguiente, la misma firma promocionó su "Gran fábrica de calzado elaborado a mano"[58]. Todavía, en 1914, se ubica "La Jabonería" de Morry I. Senior, publicitada como "El primer establecimiento fabril del estado Falcón"[59].
Este decaimiento del sector se asocia a la crisis estructural de Venezuela en el periodo 1900-1908, que implicó deterioro político, escasez presupuestaria, agotamiento extremo de las actividades productivas en general, desempleo y empobrecimiento en aumento, deficiente sistema tributario y mermado crecimiento económico, entre otras.

CONCLUSIONES
El intento industrializador llevado a cabo por los capitales sefarditas migrados del comercio tuvo un final no feliz, que pudiera resumirse en esta breve frase: un tardío intento por ingresar al siglo XIX. Y cuando digo ingresar al siglo XIX me refiero a ese del cambio a sociedades con industrias de la entonces tecnología de punta, con cambios radicales en el sector agrícola, con un nuevo marco para el desarrollo social, un nuevo comportamiento demográfico, nuevas formas de vida, nuevos esquemas de pensamiento y acción.
Las rupturas fundamentales, esas que hubieran hecho posible el fraguado de aquel proceso no se lograron. ¿Cómo explicarlo? Puede jugarse con varios planos.
En una primera aproximación, de orden macro, Venezuela pertenecía ayer como hoy a la masa de países sometidos a la férula del capitalismo hegemónico liderado por los Estados Unidos y parte de Europa. La opción de una industria nacional, de capital nacional, fuerte y en expansión sobre su entorno, no contabilizaba en los planes de los monopolios que se cernían sobre Venezuela. Su debilidad estructural la llevaría, finalmente, a acceder a procesos de industrialización ya con el siglo XX en franco avance y bajo un esquema de relaciones de dominio muy particular, donde el paso de la economía agroexportadora a monoexportadora de hidrocarburos trajo como consecuencia la tan deseada industrialización pero no el tan deseado desarrollo.
Pasando al orden regional, la burguesía de origen sefardita que adelantó el proceso en la región coriana resumía a su interior una contradicción: expoliaba el campo utilizando los sistemas tradicionales, manteniendo a su propio mercado interno en condiciones de estancamiento, reprimido en sus potencialidades de crecimiento. No se interesó por una explotación racional del suelo que elevara la productividad, incrementara el poder adquisitivo y robusteciera el mercado interno; se limitó a captar en forma masiva lo que encontró en su entorno, sin interesarse por las formas en que era producido. Así, si bien el capital comercial logró la acumulación necesaria para avanzar hacia intentos industriales, no se dio la consolidación y robustecimiento del mercado interno en los términos que la industria lo requería.
Pero además, los cambios cualitativos que debieron emprenderse y acompañar al intento industrializador no se dieron, ya que el mercado interno no reaccionó como consumidor más allá de productos básicos. La región conservó, en lo esencial, su mismo patrón de poblamiento, el campo conservó su misma dinámica productiva y la ciudad creció, sí, pero débil, incapaz de respaldar el intento de cambio que se gestaba a su interior y que finalmente abortó.
Por otra parte estuvo la actitud del Estado, ambivalente en el discurso, pero muy clara en su ejecución. La ausencia de una política de Estado coherente, secuencial y decidida que permitiera consolidarse a la naciente industria nacional. De nada servía el intento si faltaba el entramado de vías de comunicación para aglutinar ese mercado interno, de nada servía el intento si no había una política de empleo, de nada servía si la demanda del mercado interno era débil, si el país se desangraba entre pugnas políticas intestinas y la transferencia del beneficio en manos del capital extranjero hacia los Estados Unidos y Europa.
Batallando con un entorno adverso, los intentos industriales tanto de Coro como de otras regiones quedaron como esbozo de lo que pudo haber sido pero, definitivamente, no se logró, ya que en general perdieron su impulso y desaparecieron o se mantuvieron en la hipotrofia, como desvanecidas evocaciones de un esfuerzo que se vio inhibido por la inarmónica acción de las distintas fuerzas que eran necesarias para hacerlo avanzar. Se ratificaba así, la específica inserción de Venezuela al capitalismo mundial en calidad de importadora de productos de la industria foránea y dedicada a la monoexportación de productos primarios.


FUENTES
FUENTES PRIMARIAS
Archivo Histórico de Coro-UNEFM, Fondo Senior. Cajas 2, 4, 6, 10, sin número (1896-1897), sin número (1893-1909), sin número (1902-1903), sin número (1903-1904).
Archivo Histórico de Coro-UNEFM, Sección Instrumentos Públicos (SIP).

FUENTES IMPRESAS
Documentos oficiales
Leyes y decretos de Venezuela. Tomo 11. Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela. Caracas, 1990.
Leyes y decretos de Venezuela. Tomo 12. Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela. Caracas, 1990.
Leyes y decretos de Venezuela. Tomo 16. Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela. Caracas, 1990.
Leyes y decretos de Venezuela, tomo 29. Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela. Caracas, 1992.
Memorias del Ministerio de Agricultura, Industria y Fomento 1898. Caracas, Tipografía Universal, 1899.
Memorias del Ministerio de Fomento 1877. Caracas, Imprenta Nacional, 1878.
Memorias del Ministerio de Fomento 1892. Caracas, Imprenta y Litografía Nacional, 1894.
Memorias del Ministerio de Obras Públicas 1894, tomo 2. Caracas,

Hemerográficas
Periódicos de Falcón: Agencia Coriana, Auras de Occidente, El Águila, El Anunciador Comercial, El Ciudadano, El Conciliador, El Constitucional, El Delta, El Día, El Federal, El Horizonte, El Nacional, El Obrero, El Semanario, El Trabajo, La Crónica, La Industria, La Juventud, La Península, Lampos Corianos, Médanos y Leyendas, Nardos.

FUENTES SECUNDARIAS
Acosta, Vladimir, Revolución Industrial y Desarrollo Capitalista. Caracas, edición FACES/UCV, 1986.
Estaba, Rosa e Ivonne Alvarado, Geografía de los Paisajes Urbanos e Industriales de Venezuela. Caracas, Ariel-Seix Barral Venezolana, 1985.
Maza Zavala, Domingo, Venezuela una Economía Dependiente. Caracas, Fondo editorial del Instituto Universitario de Tecnología Antonio José de Sucre, 1985.
Moreno, Juan, Monumentos Históricos Nacionales. Caracas, Edición CONAC, Serie Inventarios N° 1, 1998.
Pino Iturrieta, Elías (Comp.), Cipriano Castro y su Época. Caracas, Monte Ávila editores, 1991.
Quintero, Inés (Comp.), Antonio Guzmán Blanco y su Época. Caracas, Monte Ávila editores, 1994.
Rangel, Domingo Alberto, El Proceso del Capitalismo Contemporáneo en Venezuela. Caracas, Edición UCV, 1968.
Vetencourt, Lola, Monopolios contra Venezuela 1870-1914. Caracas, Edición FACES/UCV-Vadell Hnos., 1988.



NOTAS
[1] La Industria. Coro, 22 de julio de 188, p. 1.
[2] Igual sucedió en toda Venezuela, caracterizada en la década de los setenta y ochenta del siglo XIX por la presencia de intentos de industrias en Maracaibo, Caracas, Valencia, Coro, Ciudad Bolívar y Puerto Cabello. Al respecto, léase: Manuel Rodríguez Campos, “Federación, economía y centralismo” en Inés Quintero (Comp.), Antonio Guzmán Blanco y su Época, pp. 84-85.
[3] Estas ideas se extrajeron de: Memorias del Ministerio de Fomento 1877, pp. XXVII-XXIX; Memorias del Ministerio de Agricultura, Industria y Fomento 1898, pp. XX-XXI.
[4] Es emblemático este párrafo de las Memorias del Ministerio de Agricultura, Industria y Fomento 1898:”El Ministerio tiene elaborada sus medidas con el propósito indicado [creación de industrias]; pero la limitada asignación con que le dotasteis en la Ley de Presupuesto del año anterior, corta su iniciativa”, p. XXI.
[5] La Industria. Coro, 17 de julio de 1879, p. 5. Sin embargo, para 1881, un editorial del mismo periódico describía la situación del estado en términos críticos, mencionando como única industria a la “jabonería limitada”. Con todo, debe haberse salvado este momento álgido, ya que la industrialización prosiguió su avance a lo largo de las dos últimas décadas del siglo que terminaba. La Industria. Coro, 28 de julio de 1881.
[6] La Industria. Coro, 15 de julio de 1880, p. 1. Sin embargo, el 18 de julio de 1884 La Industria, en un artículo sobre las fábricas de Coro, indica el año 1882 como el inicio de la fábrica de velas esteáricas de M. Capriles. Tal vez la producción anterior a 1882 no haya resultado de importancia.
[7] La Industria. Coro, 10 de febrero de 1881, p. 2.
[8] El naturalista alemán Adolfo Ernst, entonces director del Museo Nacional, fue designado por Guzmán Blanco para la organización de esta gran exposición. Capriles no llevó muestras de velas a la Gran Exposición de 1883, lo que puede ser indicativo de una producción que aún no alcanzaba los niveles de calidad y/o cantidad por él ambicionados.
[9] La Industria. Coro, 6 de septiembre de 1883, p. 2.
[10] La Industria. Coro, 18 de julio de 1884, p. 2.
[11] La Industria. Coro, 4 de abril de 1884, p. 4; La Industria. Coro, 18 de julio de 1884, p. 2; El Delta. Coro, 27 de noviembre de 1884, p. 3; La Industria. Coro, 4 de marzo de 1886, p. 1.
[12] La Industria. Coro, 9 de septiembre de 1884, p. 2.
[13] Tártago (Ricinus comunis). También conocido como ricino, palma cristi o higuerilla. Planta que vegeta de forma espontánea en climas cálidos o templados y es poco exigente en cuanto a suelos. De su semilla se extrae un aceite que tiene variados usos: medicinal (purgativo), lubrificante de máquinas, en la industria del cuero, en la fabricación de jabones, tintorería, preparación de tintas para imprenta, etc.
[14] La Industria. Coro, 28 de diciembre de 1882, p. 3; La Industria. Coro, 24 de mayo de 1883, p. 1.
[15] La Industria. Coro, 2 de mayo de 1884, p. 2.
[16] La Industria. Coro, 20 de junio de 1884, p. 3.
[17] La Industria. Coro, 22 de julio de 1884, p. 2.
[18] La Industria. Coro, 18 de julio de 1884, p. 2.
[19] La Industria. Coro, 17 de agosto de 1884, p. 2; La Industria. Coro, 9 de septiembre de 1884, p. 2; El Delta. Coro, 27 de noviembre de 1884, p. 3.
[20] La Industria. Coro, 5 de septiembre de 1885 p. 2.
[21] Leyes y decretos de Venezuela, tomo 11, p. 119; La Industria. Coro, 19 de agosto de 1884, p. 2.
[22] La Industria. Coro, 20 de enero de 1887, p. 3.
[23] Memorias del Ministerio de Fomento 1892, pp. 132-133.
[24] El galpón industrial de Capriles Ricardo se ubicaba al sur de la ciudad, teniendo como linderos: al este, el camino del paso real; al oeste, el camino del acueducto; al sur, la huerta de Nicolás M. Gil; y al norte, calle pública. En la actualidad, aún una calle conserva el nombre de Jabonería.
[25] La Industria. Coro, 22 de julio de 1884, p. 2.
La materia prima de las velas, la estearina, era importada. El arqueo de fuentes del archivo comercial de I. A. Senior e hijo ratifica que esta materia prima era traída desde Europa, habiéndose detectado adquisiciones en Amberes y Marsella.
[26] El contrato fue suscrito por Alejandro C. Salcedo el 21 de enero de 1884, logrando aglutinar a diversos personajes y razones sociales bajo un contrato de promoción: Sucesores de J. & J. R. Blanch, Manuel Leyba, Eudoro Iturbe, José L. Fonseca y José María Gil. El negocio incluía además lanchas de vapor para carga y descarga de buques en La Vela. Con un capital numerario de 320 acciones, se estimaban ganancias anuales de cien mil bolívares menos gastos. La Industria. Coro, 21 de octubre de 1884, p. 1.
[27] Memorias MOP 1894, tomo 2, Documentos, pp. 6-8.
[28] Archivo Histórico de Coro-Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda, Fondo Senior (en adelante AHC-UNEFM, FS), caja 2, Doc. 150; El Conciliador. Coro, 24 de diciembre de 1903, p. 3.
El Fondo Senior permite perfilar esta tenería y fábrica de calzado, que para adquirir sus equipos consultó a las firmas newyorquinas D. A. De Lima & Co. y Neuss, Hesslein & Co. Senior solicitó información o bien hizo pedidos de hormas para calzado, una prensa en base a cilindro, martillo o rueda que sustituyera al vapor; cortes para calzado; catálogos para zapatería y talabarterías, cola y tachuelas para calzado, entre otros. AHC-UNEFM, FS, caja 2, Docs. 159, 160, 169, 172, 181, 196, 202 y 209; Caja 4, Docs. 406, 408, 410 y 412.
[29] AHC-UNEFM, FS, caja 2, Docs. 41, 64 y 444; caja 10, Doc. 360; caja sin número (1896-1897), Docs. 192 y 273.
[30] En los Protocolos del Municipio Miranda del cuarto trimestre de 1898, reposa con fecha 15 de octubre de 1898 el registro de la escritura de venta de I. A. Senior a Senior Hermanos de: “... un edificio construido de adobes y techado de tejas, así como también los establecimientos industriales de belería, javonería, tenería y extracción de aceites con todas sus maquinarias, aparatos, aparejos, tanque y depósitos de mampostería sólida, enseres y demás accesorios pertenencias necesarias para el funcionamiento y ejercicio de dichas industrias,...”. La operación se tasó en 40.000 bs. El documento explicita que desde su compra en 1893 a Manasés Capriles, fue pasada a Senior Hermanos, y que sólo estaban extendiendo la escritura de venta para registrarla como mandaba la ley. AHC-UNEFM, Sección Instrumentos Públicos (SIP).
[31] AHC-UNEFM, FS, caja sin número (1903-1904); El Águila. Coro, 16 de abril de 1904, p. 4. Sin embargo, quizás por la estrecha unidad de capitales, I. A. Senior e hijo continuó presentándose como propietaria en la prensa local. El Conciliador. Coro, 24 de diciembre de 1903, p. 3.
[32] La Juventud. Coro, 5 de marzo de 1909, p. 4; Nardos. Coro, 11 de marzo de 1910, p. 4.
[33] El Día. Coro, 7 de mayo de 1920, p. 1.
[34] La Industria. Coro, 6 de septiembre de 1883, p. 2.
[35] La Industria. Coro, 4 de abril de 1884, p. 4; La Industria. Coro, 15 de abril de 1884, p. 4; La Industria. Coro, 18 de julio de 1884, p. 2; El Delta. Coro, 22 de noviembre de 1884, p. 4.
[36] La Industria. Coro, 22 de abril de 1884, p. 3.
[37] La Industria. Coro, 19 de agosto de 1884, p. 1.
[38] La Industria. Coro, 15 de octubre de 1890, p. 1; El Federal. Coro, 29 de abril de 1891, p. 1; El Nacional. Coro, 16 de marzo de 1893, p. 4; El Ciudadano. Coro, 10 de julio de 1896, p. 3.
[39] La Península. Pueblo Nuevo de Paraguaná, 30 de noviembre de 1895, p. 4.
[40] La Industria. Coro, 9 de mayo de 1896, p. 3; El Ciudadano. Coro, 10 de julio de 1896, p. 4.
[41] Lampos Corianos. Coro, 27 de mayo de 1896, p. 4; Lampos Corianos. Coro, 13 de abril de 1898, p. 1.
[42] La Crónica. Coro, 1896, año I, mes I, N° 6, p. 2 (fecha mutilada en el original); El Constitucional. Coro, 17 de abril de 1897, p. 4; El Obrero. Coro, 11 de diciembre de 1900, p. 1.
[43] Leyes y decretos de Venezuela, tomo 29, p. 155.
[44] La Industria. Coro, 12 de noviembre de 1891, p. 2; El Federal. Coro, 29 de abril de 1891, p. 3.
[45] El Anunciador Comercial. Coro, 3 de diciembre de 1888, p. 1; 15 de diciembre de 1888, p. 1.
[46] El Obrero. Coro. 2 de marzo de 1901. P. 2; El Anunciador Comercial. Coro, 3 de diciembre de 1888, p. 1.
[47] La correspondencia del Fondo Senior permite advertir algún tipo de diferencias entre los hermanos Abraham y Josías Senior, que condujeron a Abraham hacia el año 1895 a separarse de su familia en lo tocante al ejercicio del comercio; para lo cual estableció su propio negocio y montó una fábrica de velas que entró a competir con la de su hermano. AHC-UNEFM, FS, caja 6, Docs. 109, 119, 228.
[48] AHC- UNEFM, FS, caja 6, Doc. 210.
[49] AHC- UNEFM, FS, caja 6, Doc. 150. Sigismundo Weil era familiar de los Senior. Residía en Hamburgo para fines del pasado siglo y tenía intereses económicos tanto en Europa como en Venezuela (Puerto Cabello). Residió en Coro y Curazao, donde casó con Clara de Abraham Mordechay Senior y Senior, hermana de Isaac A. Senior, fundador de la razón social I. A. Senior. Surtía a I. A. Senior e hijo de materias primas para sus industrias (estearina, cueros patentes, pinturas para pieles, soda caústica ...), le enviaba muestras de productos europeos similares a los manufacturados por Senior y le apoyaba buscando asesoría sobre los problemas técnicos y de adquisición de maquinaria y equipos que se le presentaban. También daba servicios a la fábrica de Abraham Senior. AHC- UNEFM, FS, caja 6, Docs. 172, 177, 182, 195, 210, 211, 225, 228, 240, 243, 295.
[50] AHC- UNEFM, FS, caja 6, Docs. 236 y 256.
[51] El Obrero. Coro, 20 de diciembre de 1900, p. 4.
[52] El Horizonte. Coro, 14 de octubre de 1901, p. 4; AHC- UNEFM, FS, caja sin número (1893-1909), Docs. 296 y 326. El anuncio oficial lo suscribieron Jacob M. Chumaceiro y Julio César Capriles, dando poder general a Ismael Capriles. El 1 de enero de 1903 se anunció la separación del socio Julio César Capriles, quedando Jacob M. Chumaceiro con los activos.
[53] AHC- UNEFM, FS, caja sin número (1902-1903).
[54] El Águila. Coro, 10 de septiembre de 1904, p. 4.
[55] La Juventud. Coro, 18 de enero de 1908, p. 4; Médanos y Leyendas. Coro, 30 de abril de 1922, p. 14; El Semanario. Coro, 29 de agosto de 1922, p. 4.
[56] Estaba, Rosa e Ivonne Alvarado. Geografía de los Paisajes Urbanos e Industriales de Venezuela, Cuadro N° 6.
[57] Agencia Coriana. Coro, 23 de agosto de 1910, p. 1.
[58] Auras de Occidente. Coro, 9 de febrero de 1911, p. 4; El Conciliador. Coro, 22 de abril de 1910, p. 2.
[59] El Día. Coro, 12 de enero de 1914, p. 1.