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Temas de historia regional y local

viernes, 26 de diciembre de 2008

Poblamiento rural falconiano de fines del siglo XIX y oleadas migratorias hacia los campos petroleros durante la primera mitad del siglo XX


Conferencia dictada en el curso Historia y Geografía del Poblamiento de Venezuela. Universidad Católica Andrés Bello.

Maestría en Historia de Venezuela.

Noviembre del 2007

Prof. Dra. Blanca De Lima

Centro de Investigaciones Históricas Pedro Manuel Arcaya

UNEFM. Coro.

INTRODUCCIÓN

Hablar de la historia del poblamiento rural falconiano es hablar de migraciones, pobreza, agricultura, ganadería, comercio y petróleo. Es hablar de un estado que forma parte de una región –la centro occidental-, caracterizada por la dispar fortaleza de los estados que la integran, constituyéndose Lara en el estado-eje, centralizador de los grandes procesos administrativos y receptor de migrantes de los estados vecinos. Pero es hablar también de un estado heterogéneo y polarizado en términos de su poblamiento.

En esta disertación recorreremos los distintos planos geográficos del estado Falcón, recreando la historia de su dinámica poblacional a partir del área rural y el impacto del petróleo.

Se me ha pedido no rebasar la primera mitad del siglo XX; sin embargo, el pasado no cesa de arrastrarme hacia el presente. Así, pues, pido disculpas por las disgresiones que sobre la actualidad escapen en este texto. Sirvan para no olvidar que los historiadores nos movemos siempre en sentido bidireccional: del pasado al presente y del presente al pasado.

CONCLUSIONES PARA INICIAR

El territorio del hoy estado Falcón ha sido, históricamente, un área de baja población, con un crecimiento inferior al nacional. Baste decir que para 1873 contaba con el 25% de la población de la región centro occidental teniendo 99.920 habitantes, y 108 años después, en 1981, el porcentaje era de 22,1% cuando la población era de 503.896 personas[1]. Para el último cuarto del siglo XIX Falcón y su capital no presentaban –a diferencia de otros estados- un incremento poblacional a tono con las aspiraciones de progreso de la época. Era un poblamiento esencialmente rural y altamente disperso en toda la geografía del estado. El primer censo nacional (1873) apoya esta afirmación. Contaba Coro –como excepción- con una población de 8172 habitantes y el estado con un total de 99.920, distribuidos en diez departamentos: Acosta, Buchivacoa, Churuguara, Colina, Coro, Democracia, Falcón, Petit, Riera y Zamora.

La visualización de estos departamentos revela un escaso poblamiento –entre 11.000 y 15.000 habitantes por departamento- en el eje sur-norte, constituido por los departamentos Petit (zona serrana), Coro (sede de la capital del estado) y Falcón (península de Paraguaná); flanqueado por dos polos de similar comportamiento: Zamora al este y Buchivacoa al oeste.

El otro 50% del estado presentaba cifras aún más bajas, destacando el despoblamiento de la costa oriental desde Capadare hasta Tucacas y por el sur hasta los límites mismos del estado, donde un único Departamento, el Acosta, constituido por los distritos Capadare, Carorita, Jacura, San Juan, San Francisco, Tocuyo y Tucacas, tenía escasamente 8847 habitantes. Esta inmensa área –que abarca casi en su totalidad los llamados valles fluvio marinos del estado- ha tenido como característica histórica el despoblamiento; ocasionado por sus densas zonas selváticas –hoy desaparecidas- la insalubridad de un entorno húmedo y caluroso, propicio a enfermedades epidémicas que desde la época colonial diezmaron la escasa población esclava, los pocos centros poblados y la ausencia de vías de comunicación terrestre; situación que, sin embargo, ha cambiado dramática y negativamente desde hace unos treinta años, y que por sí sola ameritaría una disertación especial a partir del hecho de que los cinco poblados más importantes de la zona (Tucacas, Yaracal, Chichiriviche, Boca de Aroa y Palmasola) han incrementado en el lapso 1971-2001 su población el triple y hasta ocho veces.

Para 1892, de 22 poblados ubicados en el eje costero, 14 no llegaban a 500 habitantes, uno superaba escasamente los 500, cuatro rebasaban los 1000 (Capatárida, Dabajuro, Tucacas y San Miguel del Tocuyo), dos los 2000 (La Vela de Coro y Cumarebo), y Coro alcanzaba los 8752. El interior del estado se encontraba igualmente despoblado.[2]

En el estado Falcón, a diferencia de otras entidades nacionales, la acumulación de excedentes producto de la economía agroexportadora no estimuló el crecimiento demográfico, a esto debe agregarse las epidemias, hambrunas y eventos climáticos críticos –como la atroz sequía del año 1912 y la del año 1926-. El proceso de acumulación de capitales derivado del comercio de exportación con el exterior, el cual caracterizó a la economía coriana desde el siglo XIX y hasta los años 20 del siglo XX, no revirtió sus beneficios sobre la zona, la cual conservó el poblamiento rural disperso que desde la época colonial se había dado. Al llegar el patrón exportador de hidrocarburos, a la inicial reconfiguración demográfica con migraciones intra y extra estado le siguió –al agotarse los campos- la emigración, y Falcón se configuró en forma progresiva como una entidad expulsora de población hasta el censo 1971, unida a una marcada ruralidad que siguiendo los criterios censales apenas en 1971 llegó a menos del 50%. Aún hoy, en todo el estado se puede hablar de entornos urbanos ruralizados si nos atenemos a la calidad de la vivienda, servicios públicos, infraestructura médico-sanitaria, vías de penetración y otros elementos.

La sierra coriana

En la postindependencia coriana surgió, sobre la base del poblamiento espontáneo del sur serrano, lo que llama Cunill la nueva frontera agrícola del café: Los espacios vacíos meridionales comienzan a ser más densamente ocupados y se avanza hacia la cordillera de Buena Vista y sierra de Churuguara, formándose en estas comarcas un próspero paisaje de haciendas cafetaleras y el surgimiento de nuevas villas y pueblos, muchos de ellos antiguos poblados ayamanes, jirajaras y gayones, como Churuguara, que quedó favorecida por su ubicación sobre el camino Coro-Barquisimeto, Mapararí y Bucaral[3].

El último cuarto del siglo XIX presenta ya consolidado el paisaje demográfico de la sierra coriana, que ha sido poblada en su área más sureña durante la primera mitad y presenta una miríada de pequeños poblados altamente dispersos en las sierras y serranías, dedicados al cultivo del café, la caña de azúcar y otros productos agrícolas. La mayor parte de esta población era negra o mestiza, resultante del esclavismo colonial, pero también había descendientes del antiguo estado llano y migrantes de origen italiano y árabe, provenientes del desaparecido imperio otomano. Apellidos árabes como Abraham, Bohana, Sarquis, Elies, Eljuri, Saher, Jatem y Jatar, entre otros; e italianos como Faraco, Gonnella, Cardosi y Magrini se ubican tanto en documentos públicos como en la correspondencia privada y comercial del Fondo Senior. No hay hasta la fecha ninguna aproximación histórica hacia estas migraciones.

Encontramos pequeños propietarios de tierras resultantes de la redistribución habida tras la guerra Federal, campesinos pisatarios, peones, arrieros y pequeños comerciantes que dependían de las grandes casas importadoras-exportadoras ubicadas en la ciudad de Coro.

Para 1873 el departamento Petit, corazón de la sierra coriana, integrado por los distritos Cabure, Curimagua, Pecaya, San Luis y Soledad; era el tercero más poblado del estado, con 13.786 habitantes y 2147 casas. Por el contrario Churuguara, el otro departamento serrano, presentaba una dinámica poblacional a la baja, con escasos 6759 habitantes y apenas 1002 casas.

Diez años después, el censo 1881 comienza a mostrar comportamientos negativos en la dinámica poblacional, al presentar cinco de los diez distritos serranos un balance negativo de crecimiento de su población con respecto al primer censo nacional. Situación particularmente llamativa por cuanto la merma comenzaba por poblados de primer rango, como San Luis y Cabure –con una pérdida superior al 10%-, y Churuguara como caso especial, con más de la mitad de su población, bajando de 5330 a 2105 habitantes.

No hay estudios para detectar el porqué de esta merma demográfica, ignorándose si fue producto de migraciones hacia zonas de mayor fortaleza económica intra o extra estado, de mortalidades asociadas a epidemias u otra causa. No encontramos en el plano económico una causa de peso, toda vez que el lapso 1873-1881 fue de expansión de la actividad cafetalera en esa zona con consolidación de la exportación del grano hacia Curazao por el puerto de La Vela, y no hubo desórdenes políticos ni naturales –como plagas, lluvias o sequías intensas- que propiciaran la emigración. Otra posible explicación es una deficiente recopilación del dato censal, bien en el primero o en el segundo censo. Los especialistas afirman que el primer censo se organizó y ejecutó sin pautas profesionales, que probablemente hubo improvisación, pero en el segundo censo también se observan «comportamientos erráticos» en ciertas cifras[4]; así que es posible que alguno de los dos esté la explicación a esta aparente pérdida demográfica en la serranía falconiana.

Lo cierto es que para el tercer censo de población (1891) la situación se había revertido en su totalidad, presentando los poblados dentro de la nueva división político-administrativa (distrito-municipio-pueblo-vecindario-caserío-sitio-hato) un comportamiento positivo, con Churuguara triplicando su población, que alcanzó los 6481 habitantes; y San Luis incrementando la suya en 1661 pobladores, casi un 50% con respecto al censo anterior.

Este aparente renacimiento demográfico del área serrana se dio en el apogeo del cultivo del café, con 1283 plantíos de ese fruto, 975 plantíos de caña y 135 trapiches entre los dos distritos; además de ubicarse en el distrito Churuguara una empresa de corte de madera.

Para fines del siglo XIX todos los poblados serranos presentaban un balance poblacional favorable. Por el occidente, el impacto sobre el piedemonte de la sierra de San Luis favoreció a Pecaya y Pedregal, pequeños poblados que combinaban la ganadería de caprinos con la agricultura de riego. Desde Purureche y Agua Larga se dieron poblamiento aún más al sur: Maica, Suruy, El Reloj, Mamón, El Buco y otros. La sierra de Churuguara con sus pueblos, caseríos y cafetales destacó como productora de café, ubicándose el pueblo de Churuguara como la segunda población del estado para 1891.

Tras el profundo lapsus censal de 35 años –no se incluye el censo de 1920 por estar severamente cuestionado- el censo nacional de 1926 es indicativo del desplome demográfico que experimentaba la sierra falconiana, ya impactada por la crisis del café y el severo estancamiento general de la actividad agro-exportadora. Los municipios San Luis y Churuguara retrocedieron a 2443 y 4455 habitantes respectivamente, lo que implicó una pérdida para San Luis de más de la mitad de su población, y para Churuguara de un tercio. La sierra coriana no logró recuperarse del cambio de economía agro-exportadora a exportadora de hidrocarburos; persistiendo hasta la actualidad un poblamiento rural o ruralizado, altamente disperso, con tendencias a migraciones intra estado desde el sur-este hacia la costa oriental falconiana y desde San Luis y Churuguara hacia el estado Lara.

El occidente falconiano

La franja de unos 40 kilómetros de ancho que integra la llanura litoral del occidente falconiano tuvo durante el periodo agroexportador vocación para la ganadería menor, particularmente la caprina. Para el último cuarto del siglo XIX estaba representada por dos departamentos: Buchivacoa, con siete distritos: Capatárida, Zazárida, Dabajuro, San José de Seque, Borojó, Casigua y San Félix; y Democracia, con seis distritos: Pedregal, Purureche, Urumaco, Agua Clara, Abaria y Piedra Grande.

El poblamiento del occidente del estado se soportó en los originales pueblos indígenas caquetíos ubicados en la zona, y que el poder colonial convirtió en pueblos de doctrina. Escasos fueron los pueblos de blancos, uno de ellos Casigua, al extremo occidental del estado. La crónica de Guillermo Sievers, quien recorrió esta zona en el año 1892, describe una serie de pequeños poblados que llamó «lugarejos ganaderos», en su mayoría dedicados a la cría bien de chivos, ovejas, burros, mulas y/o caballos; algunos, como Capatárida, con exportación de cueros y pieles. Esta ganadería se acompañaba de sembradíos de autoconsumo con yuca y maíz «por doquier los productos más importantes de la agricultura», a la par de auyama, guisantes, caraotas, melón y algodón, entre otros productos.

Era una zona poblada por descendientes de indígenas, blancos del antiguo estado llano, mestizos y nuevamente una pequeña cuota de inmigrantes de origen italiano y árabes; todos dedicados a las mismas actividades del área serrana. Contrastaba para el primer censo nacional la fortaleza del Departamento Buchivacoa, con 12.563 habitantes; mientras que Democracia apenas alcanzaba los 9744. Esta es una situación histórica, en función de que los poblados de Buchivacoa, más cercanos al mar, han presentado siempre mayor población, han fungido como receptores intermitentes de migrantes, tenían para la época mayores opciones económicas normadas y no normadas y, en términos de comunicación, estaban cercanos o sobre el camino real hacia Maracaibo.

El desglose de la población de ambos departamento arroja un escenario de escasa población, viviendo en muy pequeños poblados, sometida al rigor de prolongados veranos, escasez de agua y clima semi desértico. Capatárida, el más poblado para el periodo agroexportador, apenas alcanzaba los 1620 moradores para 1891. Lo usual eran poblados como Borojó, con 226 habitantes; San Félix, con 350; o Urumaco, con 429. Esta situación demográfica se mantuvo hasta que, como dice una tradicional canción falconiana «mene y tierra se juntaron en ubérrimo panal»… y todo cambió.

Para 1920, iniciándose en Falcón las exploraciones y explotaciones de hidrocarburos, ya había concesiones petroleras en los distritos Colina y Democracia. Pero fue hasta 1922 que se inició la explotación petrolera en forma comercial, ubicándose en El Mene de Mauroa, municipio San Félix del distrito Buchivacoa, el primer campo de este tipo. Al sobrevenir el hallazgo de petróleo en la zona limítrofe Falcón-Zulia, todos los proyectos carreteros en curso o en diseño se alteraron de manera definitiva. El trazado de la nueva vía terrestre hacia Los Puertos de Altagracia cambio drástica y radicalmente, marcando el comienzo de la destrucción de parte de la red de veredas y caminos ubicados al occidente del estado, cuyo eje sobre el plano costero era el antiguo camino real, y que por siglos fue la principal área de enlace con los espacios larenses del valle de Carora. Casigua, el más importante poblado occidental en la colonia y profundamente enlazado a la dinámica de los arreos, quedó fuera del nuevo trazado. Lo mismo ocurrió con Capatárida, Urumaco y Mitare, antes ubicados sobre la ruta del camino real pero relegados en la nueva ruta occidental. La carretera Coro-Maracaibo, obedeciendo a los nuevos criterios económicos, se alejó de la costa y del camino real que bordeaba el mar, y se enrumbó hacia Dabajuro y Mene de Mauroa.

El campo de El Mene de Mauroa, explotado por la British Controlled Oilfields, estaba situado en el entonces municipio San Félix, próximo al estado Zulia; de ahí que el petróleo saliera por un pequeño oleoducto hasta el lago de Maracaibo. La fuerza económica que el petróleo dio a Mene de Mauroa y la presión demográfica sobre la zona dio cuerpo en forma progresiva a lo que hoy es el municipio autónomo Mauroa. Su explosivo crecimiento demográfico asociado a la explotación petrolera llevó al municipio de 855 habitantes en 1920 a 2613 en 1926. De ser sólo un punto en el distrito Buchivacoa pasó a ser capital de municipio San Félix el 12 de enero de 1928, decretándose la construcción de su casa municipal en 1939[5].

La dinámica económica del municipio se alteró en su totalidad. Las discusiones entre la British, los agricultores y la Junta Comunal del municipio San Félix por las amplias concesiones de tierras a la petrolera, mismas que restaban libertad a la autoridad municipal en materia de ornato y ensanche del pueblo y afectaban derechos de los productores agropecuarios, y que resultaban siempre en dictámenes a favor del capital extranjero, permiten ver el declive de la actividad agrícola en Falcón, en reflujo ante el ímpetu del capital petrolero y el desinterés del Estado por el sector agropecuario. Opacada, la economía agropecuaria de la zona aprendió a convivir con la industria del petróleo.

Paralela a esta actividad petrolera en el occidente del estado, hacia el oriente se inició la explotación del campo Mene de Acosta, distrito Silva, en 1929; y en 1931 el campo Cumarebo, distrito Zamora, en la costa centro-norte del estado. El campo Mene de Acosta no tuvo el éxito esperado y la producción fue suspendida en 1937; mientras que Cumarebo, aunque con baja producción, siguió activo hasta los años cincuenta[6].

De interés para este tema no es el impacto que tuvieron estos campos en la economía de la nación –muy marginal respecto al lago de Maracaibo-, ni la cortedad de su producción, que en conjunto sólo alcanzó el segundo lugar nacional en 1930, detrás del estado Zulia[7]. La actividad extractiva petrolera en Falcón nunca tuvo importancia decisiva, y se diluye en el cúmulo de expectativas que en el conjunto del país generó el inicio de la economía monoexportadora de hidrocarburos. Más importante fue y sigue siendo, en una segunda etapa, su capacidad como centro refinador y de embarque para exportación. Lo esencial a rescatar es que en su corta o dilatada actividad, la actividad extractiva generó cambios definitivos en la geografía, comunicaciones, demografía y el perfil económico del estado y su región de influencia.

Nos interesa enfatizar aquí el aspecto demográfico. La memoria oral es contundente. Los más viejos de hoy cuentan cómo entre las sequías, la merma del comercio agroexportador y el empuje del petróleo las zonas rurales se fueron despoblando y los antes arrieros, campesinos o pequeños comerciantes en cuestión de meses tornaban en obreros, albañiles o choferes. El campo falconiano se descapitalizó en términos demográficos y económicos, el estado dio la espalda al agro y concentró sus intereses en una primera etapa en la extracción y embarque, y en una segunda en la refinación del petróleo.

La dinámica poblacional del estado quedó sujeta en su totalidad al juego del petróleo, pudiendo distinguirse dos grandes etapas: una primera entre 1920-1936, que podríamos calificar de expansión, con un máximo de crecimiento relativo de 39.3% en el año 1926[8]; y entre 1936-1981 otra de contracción, resultante de una emigración que mermó el crecimiento poblacional, quedando Falcón con una tasa media anual de 1,9%, cuando la tasa nacional era de 3,1%. En este sentido coincido con Guevara y de Guevara cuando indican que: «Estas cifras son indicativas de las grandes migraciones que se han producido desde el Estado Falcón a otros estados de la región Centrooccidental y diferentes regiones del país»[9]. De hecho, el estado nunca ha vuelto a repetir una cifra de crecimiento como la del año 1926.

La península de Paraguaná

Por el norte, buscando las escasas fuentes de agua y teniendo como puerto oriental a Adícora y occidental a Los Taques, diversos poblados de la península de Paraguaná presentaban la misma vocación ganadera del occidente del estado; una ganadería diversificada llevada bajo severas condiciones ambientales (escasas precipitaciones y alta evaporación) que suplía las necesidades locales y de las vecinas Antillas Holandesas. Esta ganadería se combinaba con la agricultura de temporal y la pesca, almacenándose el agua en rudimentarios tanques como única manera de combatir la sequía. Hatos y hatillos formaron parte del paisaje peninsular por siglos, así como escasos poblados –algunos de ellos antiguos pueblos de indios- y pequeños puertos al oriente y occidente que soportaban el contrabando de importación-exportación. Una población escasa, altamente dispersa, suficiente para adelantar una economía de autoconsumo bajo condiciones climáticas extremosas.

La totalidad de la península paraguanera se unificaba en el Departamento Falcón, constituido por ocho distritos: Buena Vista, Pueblo Nuevo, Jadacaquiva, Santa Ana, Moruy, Baraibed, González y Miranda. Era el segundo departamento más poblado para el censo 1873, con 13.912 habitantes, que subieron a 15.049 para el censo 1881. Un departamento que desde la postindependencia recibía migrantes de las cercanas Antillas Holandesas, así como una fuerte población flotante oriunda de las mismas islas, y que se revela no sólo en los apellidos, sino en datos de interés como los 159 holandeses y 26 protestantes censados en el distrito Falcón para 1891.

Nuevamente se repite, en términos sociales, la presencia de una cuota de población indígena proveniente de antiguos pueblos de doctrina, mestizos y, en este caso particular, holandeses; todos teniendo como eje económico fundamental el comercio normado, el contrabando tanto de exportación como de importación, acompañados de las actividades agropecuarias y de pesca antes mencionadas.

El poblamiento rural y altamente disperso de Paraguaná no sufrió cambios sino hasta los años 20 del siglo XX, cuando se inicia en esa península un proceso que la apartó por completo de su secular dinámica poblacional y del esquema demográfico del resto del estado. Imposibilitado el lago de Maracaibo para embarcar el petróleo por su bajo calado, se construyeron en Paraguaná diversos muelles destinados a ensanchar el radio de acción de la explotación petrolera zuliana y falconiana, esta última iniciada hacia 1918. Se autorizan así, en el curso de 1923, la construcción de los muelles de Cardón, Amuay, Punta Gorda y Las Piedras, con sus obras accesorias. Punta Cardón y Amuay, mirando hacia el golfo de Venezuela con sus aguas profundas, fueron rápidamente habilitados como puntos de embarque para el petróleo marabino, primero a través de pequeños tanqueros que trasvasaban el producto a otros más grandes; este petróleo era refinado en Curazao, Aruba y New Jersey (EUA). En 1948 entró en servicio el oleoducto Ulé (Zulia)-Amuay, y en los años cincuenta el oleoducto Palmarejo (Zulia)-Punta Cardón. De forma progresiva la pesca, la cría de chivos, el cultivo del maní, ajonjolí y mijo, la cosecha del dividive (Caesalpinia coriaria) y otras actividades del periodo agroexportador fueron abandonados por la población, sumida en la dinámica del petróleo.

Paraguaná se conformó como polo de atracción demográfica sobre el eje petrolero, generando un mercado local fuerte y pasando gradualmente a convertirse en el punto más atractivo, económicamente, del Estado. Las actividades tradicionales prácticamente desaparecieron.[10]

El despoblamiento de las áreas rurales de la península de Paraguaná es posterior a la década de 1950, tras los oleoductos y la creación del complejo refinador Paraguaná, por ello no los distraigo con este punto en particular, que formaría parte junto a la costa oriental del estado del boom demográfico de la segunda mitad del siglo XX para Falcón.

Termino este repaso a Paraguaná con un párrafo de la carta que José Quezada, personaje de Alí Brett Martínez en su obra «Suriquiva Mar Afuera», dirigiera a Juan Vicente Gómez para denunciar los abusos de la compañía petrolera, y que nos retrata en la literatura el violento cambio que vivió Paraguaná:

«Como conozco su patriotismo me he tomado la libertad de dirigirle esta carta con el fin de imponerlo de algunas cosas que vienen ocurriendo aquí desde la llegada de la Willing Petroleum Company. En Suriquiva hasta los mismos trabajadores reportados por la Willing están siendo desalojados de las cuevas que habían heredado de sus antepasados indígenas que poblaron estas playas. La escasa vegetación ha sido arrasada por las máquinas petroleras. Está desapareciendo hasta el paisaje de cujíes y urupagüitas. En las explanadas donde antes relinchaba el chivo frente a su corral y se encamaba el conejo, lucen ahora casas blancas de madera con techos verdes. Todo está cambiando y hasta nuestro viento ha empezado ya a secar ropa norteamericana. Ella se esponja en los tendederos de la Compañía como para mantener la presencia de los jefes petroleros en el bombacho de sus pantalones. Los americanos están desviando a nuestros pescadores hacia la captura de especies marinas que jamás habían sido comerciales en estas costas. La gente de la playa sube todos los días al Campamento con sartas de langostas. El lenguado, llamado antes tapaculo, nunca se comió en Suriquiva. Ahora es uno de los platos favoritos de los americanos, por eso la gente quiere dedicarse exclusivamente a la pesca de langostas y lenguados, en vez de la lisa, el jurel y el carite, pescados de gran utilidad comercial. Aquí está llegando gente de todas partes, especialmente de Margarita. No estamos contra los que vienen a ganarse la vida con su trabajo, pero si nos preocupa que los nativos estén abandonando sus canoas para irse a la Compañía entusiasmados por los cinco bolívares que les pagan. Ya el chivo no retoza en sus majadas y la guarura está siendo sustituida por el pito petrolero»[11].

Balance general

Falcón, su capital y sus puertos no se consolidaron como polos de atracción demográfica durante el último cuarto del siglo XIX debido, entre otros aspectos, a la relativamente pobre producción del estado y el peso del estado Lara, punto nodal hacia el sur entre el centro y el extremo occidental que avanzó a un ritmo muy superior a los estados vecinos. Bien valdría la pena un estudio para dilucidar las diferencias entre el impacto del comercio legal y el contrabando de exportación e importación hacia las islas holandesas vecinas. Los puertos corianos, en lo esencial, destacaron como puertos asociados al contrabando, herencia recibida del periodo colonial. Estaba y Alvarado lo resumen de esta manera: «La reorientación de la funcionalidad del incipiente sistema liderizado por Barquisimeto, tuvo efectos negativos sobre el antiguo papel de Coro, y su puerto La Vela, como centro de intercambio comercial de la región con el exterior. A pesar de su importancia como enclave financiero del Banco de Venezuela, Coro, entre 1891 y 1920, reduce su población de 8752 habitantes a 7760 y La Vela, que sostiene unos 2560 habitantes, en 1910 era un pequeño puerto, cuyas exportaciones no representaban sino el 1% del total nacional. En su defecto, en Falcón proliferan numerosos embarcaderos menores aptos para el cabotaje y el contrabando, actividades que propician un poblamiento rural muy disperso»[12].

El petróleo tampoco logró la pujanza demográfica durante la primera mitad del siglo XX porque el impacto de las explotaciones petroleras no se mantuvo en el tiempo, decayendo los distritos donde estas se ubicaron en pocas décadas. De 215.140 habitantes en 1936 (6.39% del total de población del país), el estado subió a 232.644 para 1941 (6.04% del total de población del país), lo cual indica un crecimiento por debajo del nacional pese a haber iniciado actividades petroleras desde 1920.

En términos generales el estado vio decrecer su población, que al decaer los campos falconianos activos entre los años 20 y 30 optó por la migración hacia el Zulia o el centro del país. Igualmente decayó la importancia de su principal puerto (La Vela), sustituido por Amuay y Las Piedras como puertos petroleros, y Guaranao como puerto aduanero. Escasamente hasta el censo de 1970 el estado presentó mayor población urbana que rural, con un 54.8%. Desde entonces y hasta hoy el estado se mantiene como emisor de población hacia estados vecinos y el centro del país.

Como dato de actualidad e interés, las migraciones ya han ocasionado que cuatro municipios del estado presenten envejecimiento demográfico por emigración, ellos son Bolívar, Píritu, Sucre y Tocópero. Bolívar y Sucre son nuevos municipios pertenecientes al plano de la sierra, Píritu y Tocópero son desagregaciones del desaparecido distrito Zamora, capital Cumarebo. Por su parte, la parte oriental de la sierra presenta signos de envejecimiento poblacional ocasionado por recurrentes oleadas migratorias hacia la costa oriental y el estado Lara.

FUENTES

PRIMARIAS

Archivo Histórico de Falcón-UNEFM, Actas Asamblea Legislativa del Estado Falcón (AAL) 1925-1929.

Archivo Histórico de Falcón-UNEFM, Memorias del Secretario General de Gobierno (MSGOB) 1939.

Ministerio de Fomento (1882). Memorias del Ministerio de Fomento 1881. Tomo II. Caracas, Imprenta de La Opinión Nacional.

Ministerio de Fomento (1950). VIII Censo General de Población. Estados Falcón y Guárico.

Sievers, Guillermo, «Coro y Barquisimeto». En: Humanidades. Mérida, Tomo I, Nº 2, abril-junio de 1959.

BIBLIOGRÁFICAS

- Bolívar, Pedro (1994). Población y sociedad en la Venezuela del siglo XX. Caracas, Edición Fondo Editorial Tropykos/FACES-UCV.

Brett, Alí (1978). Suriquiva mar afuera. Caracas, Ediciones Adaro.

- Cunill, Pedro (1999). Geografía del poblamiento venezolano en el siglo XIX, Tomo II. Caracas, Edición Comisión Presidencial V Centenario/FHE-UCV.

- De Lima, Blanca (1996). The Coro and La Vela Railroad and Improvement Company (1897-1938). Coro, edición UNEFM.

- Estaba, Rosa y Alvarado, Ivonne (1985). Geografía de los paisajes urbanos e industriales de Venezuela. Caracas, Ariel-Seix Barral Venezolana.

- Guevara, César y de Guevara, Catherine (1983). Geografía de la región centro-occidental. Caracas, Ariel-Seix Barral Venezolana.

- OCEI (1993). El Censo 90 en Falcón. Caracas, edición OCEI.



[1] César Guevara y Catherine de Guevara. Geografía de la región centro-occidental, p. 79.

OCEI. El Censo 90 en Falcón, p. XIII.

[2] Sievers, Guillermo. Coro y Barquisimeto. Revista Humanidades, ULA.

[3] Pedro Cunill, Geografía del poblamiento venezolano en el siglo XIX, 1999, Tomo II, p. 1356.

[4] Miguel Bolívar Chollett. Población y sociedad en la Venezuela del siglo XX, cap. 1.

[5] AHF-UNEFM, Actas Asamblea Legislativa del Estado Falcón (AAL) 1925-1929, p. 124; AHF-UNEFM, Memorias del Secretario General de Gobierno (MSGOB) 1939, p. 72-73.

[6] Ministerio de Fomento. VIII Censo General de Población. Estados Falcón y Guárico, p. XIX.

[7] Idem.

[8] OCEI, Ob. Cit., p. XIII.

[9] César Guevara y Catherine de Guevara. Ob. Cit., p. 79.

[10] De Lima, Blanca. The Coro and La Vela Railroad and Improvement Co. 1897-1938, pp. 45-48.

[11] Ali Brett. Suriquiva mar afuera, pp. 53-54.

[12] Rosa Estaba y Ivonne Alvarado. Geografía de los paisajes urbanos e industriales de Venezuela, p. 115.

lunes, 31 de marzo de 2008

El negocio exportador de pieles en la región coriana

Antigua aduana del puerto
de La Vela de Coro.
Ponencia presentada en:
IV Jornadas de Investigación Históricas en Homenaje a Don Mariano Picón Salas
Universidad Central de Venezuela
Facultad de Humanidades y Educación-Instituto de Estudios Hispanoamericanos-Escuela de Historia
Caracas, Venezuela
07-09 de noviembre del 2001



El contexto geográfico

La franja de unos 40 kilómetros de ancho que integra la llanura litoral del occidente falconiano tuvo desde la época colonial vocación para la ganadería menor, particularmente la caprina. Se realizaba sobre la base de la raza criolla, animales de talla baja, con deficiencias nutricionales, alta incidencia parasitaria, sin patrón definido de color y sometidos al pastoreo extenso. Una pléyade de pequeños rebaños de 30-50 animales que acompañaban a los también pequeños poblados dispersos en este plano costero, sometidos a las duras condiciones de los veranos extremosos, pero también la presencia de hatos con rebaños de consideración. Animales habituados al consumo de la vegetación local de espinares y bosques deciduos xerofíticos de dividive (Caesalpinia coriaria), cují (Prosopis juliflora) y otros, cuyas hojas y frutos eran solución alternativa en una región deficiente en pastos. En las prolongadas sequías, el ganado era trasladado al piedemonte serrano, en busca de pastos naturales no agredidos por la falta de agua.

Por el norte, buscando las escasas fuentes de agua y teniendo como puerto oriental a Adícora y occidental a Los Taques, diversos poblados y hatos de la península de Paraguaná repitieron la dinámica ganadera de la costa occidental. Similares condiciones de vegetación y clima, escasas precipitaciones y alta evaporación, predominancia de espinares y plantas xerófitas aprovechados por el ganado como alimento. Una tradición ganadera diversificada que venía desde la colonia había dado vida económica a la península, mencionada por Depons como suplidora de carne para las Antillas Holandesas por vía del contrabando de exportación, y por diversos documentos como región de ganadería diversificada (vacuno, ovino, caprino, caballar y mular), llevada con éxito bajo severas condiciones ambientales. Por el sur, la ruta de las pieles remontó las serranías y penetró a profundidad el valle de Carora y en menor medida el de Barquisimeto. Depresiones con similares características de clima, pluviosidad y vegetación; igualmente sembradas de rebaños de ganado caprino, cuya piel era curtida desde la época colonial con el dividive local y trabajada artesanalmente, produciéndose aperos para bestias, botas, zapatos y otros objetos para el comercio local y regiones aledañas.

La exportación de pieles de caprino no era novedad a fines del siglo XIX. La prensa local registró la intensidad e interés en ese ramo de exportación a través de diversos insertos que informaban precios y describían el comportamiento del mercado estadounidense, en particular el de New York. Ejemplo de esto es la reseña sobre la quiebra del Mechanic´s N. Bank de Newark (New York) en 1881, del cual se dijo eran acreedoras casi todas las firmas comisionistas que recibían pieles de Curazao y Venezuela, bajando las exportaciones de 10 a 6 millones de pesos[1]. Si nos atenemos a la memoria periodística local en 1884 se comentaba, al respecto de negociaciones con pieles hacia los Estados Unidos: «hace más de 40 años que existe ese negocio»[2]. Esto remite a los años cuarenta, quizás treinta, del siglo XIX.

En su ruta hacia el exterior las pieles se hicieron acompañar por la especulación, las guerras y guerrillas, los conflictos diplomáticos, la hambruna, la sequía y otros imponderables. No hubo en su trasunto héroes ni gestas. Sólo hombres empecinados, hombres empobrecidos, pequeños criadores atados a tecnologías atrasadas y sometidos a las imposiciones del comerciante exportador. Hatos, hatillos y pueblos perdidos en el horizonte pre petrolero de una región que nunca pudo convertir la actividad pecuaria en torno a los caprinos en decidido motor de su crecimiento.

Los actores del negocio exportador

Los comerciantes exportadores corianos fueron, durante décadas, un pequeño grupo asentado en la ciudad de Coro, del cual formaban parte firmas y nombres como Salomón López Fonseca, Abraham Senior, Constantino Petit, Isaac A. Senior e hijo, entre otros. Se fueron agregando, con el avance del siglo XX, dos o tres firmas más –entre ellas Boccardo & Co., que aperturó sucursal para venta de calzado y compra de pieles en 1907, y Andrés Levy en 1910 para venta de mercancías secas y compra de pieles de chivo[3]- y que no alteraron en lo fundamental la correlación de fuerzas entre los exportadores locales. Más importante fue la acción y competencia de los exportadores larenses, específicamente barquisimetanos o con sucursales en Barquisimeto –entre ellos Eduardo Lindheimer & Ca., Blohm & Co., Braschi e hijos.

Los intermediarios-criadores se ubicaban generalmente en los pueblos de importancia, por ejemplo Adícora, Pedregal y Churuguara; y hacia Lara en Siquisique, Baragua y Carora. Acompañándolos apareció en el panorama de las pieles un nuevo actor: el agente intermediario de casas estadounidenses que recorría los puntos de su interés adquiriendo bien las pieles o los animales en pie, causando a su paso y en más de una ocasión verdaderos desastres al alterar la estructura de precios vigente, para desesperación de los exportadores locales y sus socios en el exterior.

En este entramado de actores sociales los perdedores fueron los pequeños criadores, incapaces de ajustarse a las transformaciones que vivió Venezuela en su último cuarto de siglo XIX. La caída de la oligarquía resultante de la guerra Federal trajo cambios violentos iniciados por Zamora y Falcón y usufructuados por Guzmán Blanco. La República había terminado de tomar cuerpo y en el plano económico se impuso la palabra inversión. Sin embargo, los hombres relacionados con la cría de caprinos durante el último cuarto del siglo XIX y hasta su desaparición como renglón de exportación la mantuvieron como una actividad productiva ajena a cualquier concepto de acumulación de capitales, donde el término inversión estaba ausente. Se evidenciaba la baja inversión de dinero, tecnología y trabajo. No había cuidado genético ni sistema alguno de selección en los animales, siendo destinada esencialmente a la subsistencia familiar. La pobreza marcó a la explotación del ganado caprino. Todo ello se tradujo en la imposibilidad para los criadores de imprimir velocidad a la reproducción del ciclo del capital, pues como ya se explicó la explotación era primitiva. La resultante de ser el último y más débil eslabón de la cadena era la de siempre: sufría con mayor fuerza las crisis de mercado, la inestabilidad política y los rigores del extremoso clima del plano costero falconiano. El criador quedó hipotecado a la comercialización de un producto que se vio sometido a nuevas fuerzas económicas que exigían una nueva mentalidad, además de la inestabilidad política interna e incluso los devenires de la política interior y exterior estadounidense; y una vez alcanzado el «orden y progreso» gomecista, le esperaba la dura prueba de la crisis climática del año 1912, la primera guerra mundial, la crisis internacional de 1920-1921 y el comienzo del fin del patrón agroexportador como soporte de la economía venezolana.

Es concluyente que los soportes empleados por los criadores de chivos para aproximarse al mercado los mantuvieron en la periferia de las nuevas relaciones de poder que surgieron en la post guerra Federal y que tuvieron un nuevo centro de gravedad: la inversión. Fueron incapaces de asumir las nuevas formas de generación de riqueza, de propiedad y de poder. Fueron incapaces de rebasar la subsistencia y pasar a la acumulación de capital. No pudieron dar a su explotación la vitalidad económica que exigieron los nuevos tiempos, quedando atados a relaciones que evocaban comportamientos atrasados del capital.


El mercado de pieles en Nueva York

La industria estadounidense de la curtiembre demandaba grandes cantidades de pieles de toda clase, destinadas a su ávido mercado interno. Nueva York era el puerto receptor de los envíos. La exportación se realizaba bajo dos modalidades: el contrato y las consignaciones. Las operaciones por contrato fueron las más comunes. Por ellas el exportador se comprometía a enviar en un lapso determinado una cantidad también determinada de pieles, que debían corresponderse a los promedios de calidad manejados por el mercado y que llevaban un precio asegurado. Muchas veces el contrato garantizaba el precio ante las bajas imprevistas, protegiendo así las pieles en camino o en almacén. En caso contrario el vendedor tenía la opción de deshacer el convenio. Bajo la modalidad de consignación el comisionado retenía un porcentaje por comisión, las pieles eran pagadas al precio vigente en el momento de su colocación, fuera que quedaran almacenadas, se vendieran por selección o al barrer, sistema que consistía en vender lotes cerrados, sin selección de pieles, a cambio de lo cual el precio era mucho menor; como ventaja tenía el que permitía manejar mayor cantidad de pieles y hacer envíos más grandes y frecuentes. El ritmo de aceleración del circuito comercial venía a compensar la aparente desventaja del sacrificio en el precio. Se trataba, simplemente, de imprimir la máxima velocidad a la reproducción del ciclo del capital. Sin embargo, las ventas al barrer tenían sus momentos. Generalmente se asociaban a falta o insuficiencia de pieles en los compradores, que una vez surtidos sus depósitos y pasada la emergencia preferían el sistema de compra por selección.

Inicialmente las operaciones se hicieron por pacas cerradas y por docenas, pero desde los años ochenta los importadores estadounidenses impusieron las pacas escogidas, estableciendo una clasificación de tres clases sobre una base que combinaba el peso de la piel y sus características externas. Las pieles de primera pesaban entre ¾ y dos libras, el pelo era brillante, la piel no tenía cortadas ni agujeros en el centro, y cuando mucho dos cortadas o agujeros en los bordes; la parte interior estaba limpia, sin manchas de humedad o sudor. Las pieles de segunda pesaban entre 2 y 3 libras y conservaban las mismas características de presentación que las de primera. Las pieles de tercera incluían todas las rechazadas[4]. Una paca de exportación pesaba en promedio 92 kilos, una docena debía pesar poco menos de 11 kilos. Los sistema de venta por convenio y por selección implicaban que las pieles fueran examinadas a su llegada por un especialista que dictaminaba el porcentaje de pieles de primera, segunda y tercera y hacía comentarios generales al lote, en lo que era un seguimiento constante al exportador y permitía, incluso, introducir modificaciones a la venta convenida y emitir recomendaciones específicas.

Al mercado neoyorquino llegaban pieles de muchos puntos: las de Rusia, India y El Cabo competían con las suramericanas. De América latina entraban pieles de México, Brasil, Colombia y Argentina -que enviaba pieles de res-. El Caribe se hacía presente con pieles remitidas desde Haití, Curazao, Aruba, Bonaire y Venezuela, desde donde se enviaban pieles procedentes de Maracaibo, Coro, Barquisimeto, Puerto Cabello, La Guaira, Guanta, Carúpano y Ciudad Bolívar[5].

La mayoría de los problemas para hacer competitivas las pieles corianas resultaban de un deficiente manejo del desuello del animal y la defectuosa salazón de las pieles. Pese a que Falcón y Lara eran grandes productores de pieles, era evidente que los procesos de salado y curtiembre –cuando se daba- dejaban mucho que desear. A esto se unía el almacenamiento, que encarecía el costo del producto al implicar inversión adicional en gastos de almacenaje y el riesgo del calor, que desmejoraba las pieles depositadas, sobre todo si no habían sido adecuadamente tratadas con algún producto que evitara la corrupción.

La primera década del siglo fue estable para los precios de las pieles, que en promedio se mantuvieron alrededor del medio dólar por docena. La prensa coriana estimulaba la cría de cabras: «La exportación de pieles de cabra ha alcanzado grande incremento, siendo el mercado de New York el principal para la América Meridional. Las fábricas de calzado hacen enormes demandas del artículo, por medio de agentes que van de república en república comprando los cueros o los animales vivos»[6].

El siglo se inició con la competencia que desde Barquisimeto hicieron varias casas comerciales, en especial la firma Eduardo Lindheimer & Co., quien comenzó a captar la producción de Carora, Baragua y Siquisique. A esto se agregó la Revolución libertadora y el bloqueo imperialista de 1902. Se impuso la dificultad para realizar transacciones con pieles, pues los eventos bélicos hacían inseguros los caminos y destrozaban los establecimientos comerciales. Los precios se abatieron por momentos debido a los trastornos políticos y la dificultad para sacar las pieles, pues el peligro de intercepción y pérdida estaba a la orden del día. El ferrocarril a Tucacas bloqueado, el ferrocarril La Vela-Coro sufrió la quema de su puente principal, quedando inutilizado. Pero la agresividad del mercado salió a relucir apenas repuestas las condiciones mínimas de comercialización. Para mediados de 1903 los caminos hacia el interior se abrieron nuevamente y Maracaibo invadió el occidente ofertando por las pieles corianas[7].

Los intermediarios presionaron al alza buscando en forma acelerada captar clientes. La competencia era con todos los hierros. Los barquisimetanos colocaban, avisó Boulton, Bliss & Dallet, lotes con altísimos porcentajes de primeras, empujando al alza los precios de las pieles barquisimetanas en Nueva York. Fue un mal cierre de año ese de 1903, con elevada competencia interna y el anuncio desde Nueva York del probable retiro del principal comprador de pieles corianas que tenía Boulton, Bliss & Dallet[8]. Debido a ello, las pieles corianas también viajaron en esos años hacia Europa, trasbordadas a vapores alemanes de línea Hamburguesa Americana.

Fue un lapso muy reñido para las pieles, en el cual los comerciantes hicieron sobre esfuerzos para colocar lotes en el mercado exportador, ya que la Revolución libertadora mermó las recuas y ello dificultó sacar el producto hacia los puertos, además del deterioro que implicó el prolongado almacenamiento en condiciones climáticas adversas al buen cuido y conservación de las pieles: calor, humedad y deficiente desinfección que acortaban la vida del producto. Curazao, que entonces formaba con Coro una unidad económica, resultó muy afectada por la Libertadora y el bloqueo. Para 1905 había crisis en la isla: casas comerciales cerrando, ventas deprimidas, casi nulo movimiento marítimo.

El segundo quinquenio vertió sobre los criadores dos períodos de sequía: 1905 y 1908. El plano costero una vez más se vio afectado. Bajo las condiciones normales del verano las pieles se tornan livianas, en las sequías prolongadas el producto sufre severa afectación que agudiza la merma de su peso. Estas pieles no eran apetecible en el mercado internacional. No faltaron quienes procedieron incluso al sacrificio de cabritos para aumentar las pacas, pero estas pieles, excesivamente pequeñas, casi no tenían valor. La competencia no cesó en toda la década. Blohm & Co. de Barquisimeto penetró Baragua hacia 1906. Maracaibo tampoco cesó en su avance, dando las mismas condiciones y precios de Barquisimeto en Carora. Lindheimer recibía pieles de una libra, garantizaba el precio en caso de baja y pagaba la diferencia en caso de alza. Algunos vendedores llegaron al extremo de recoger las pieles ya entregadas para depósito en Coro. A esto se sumaba el sustancial descenso del costo de los arreos en las rutas Carora-Barquisimeto y Baragua-Barquisimeto.

A la competencia se unió la dificultad de los criadores para cumplir los requisitos de exportación. La piel coriana con dificultad daba el peso de libra y media que el mercado internacional exigía, y los productores apelaban al truco usual de recargarlas de sal para alcanzar el peso, además de que la sal ayudaba a ocultar imperfecciones. Pero la piel arrojaba sal primero en el tránsito, y luego en Coro al ser sacudida y raspada para remover el exceso y posibles sustancias gomosas que, mezcladas con la sal, agregaban peso al producto. El resultado era siempre en desfavor de quien vendía, hiciera lo que hiciera. Para el vendedor, el cambio de sistema fue equivalente a una brusca caída en los precios, pero no tardó en resignarse a los designios del mercado internacional.

En la segunda década, dos acontecimientos marcaron el negocio de las pieles: la crisis ambiental de 1912 en el plano costero coriano y la primera guerra mundial. Año 1912 en la región coriana. Paraguaná reportó en enero: «Ya estarán ustedes al corriente de la situación apremiante porque ha atravesado la península en este último semestre, y que continúa aún sin declinar. Tenemos buena existencia de mercancía sin esperanzas de venderla por los momentos porque la cosecha está totalmente perdida, los rebaños inútiles por la escasez de pasto en la sabana...»[9]; desde la sierra informaron en febrero: «... las labranzas de maíz y pira que era lo mejor que podía verse este año, abandonadas a merced de la multitud de langosta que nos azotó la primera siembra y la mejor que era la segunda siembra, la concluyó el saltón»[10].

Cierre del año 1912. Desde Cumarebo escribieron en octubre: «Ciertamente que con las lluvias muy pronto se habrían animado los negocios de por acá, pero últimamente nos ha invadido la langosta y se teme la pérdida de una parte de la cosecha»[11]; el 24 de noviembre de 1912 los documentos dejaron asentado: «En Piedra Grande, Pecaya, Cieneguita y aquí no he podido vender (...) y todavía muere gente de hambre»[12].

1913. El balance llegó desde el corazón mismo de la sierra falconiana: «en este lugar donde habito se han perdido cuatro cosechas a consecuencia de los veranos y la langosta»[13].

La producción de pieles se abatió, exterminados los rebaños por la sequía. Las cosechas se perdieron en manos del verano y la langosta. Los pequeños productores e intermediarios de todos los puntos del plano costero y la sierra entraron en situación de mora al no poder honrar sus compromisos. La merma de pieles se reflejó en las exportaciones, llegando a Nueva York progresivamente menos cantidad de pacas. Se hizo lento y dificultoso el cumplimiento de los contratos adquiridos. Pesaba la presión pausada, cortés y permanente de las casas estadounidenses sobre los exportadores. El desaliento de los dueños de goletas se unió al de los comerciantes estadounidenses: «Siento mucho saber que, por lo pronto, queda poca esperanza de conseguir lotes de pieles para la remontada; esta noticia es por cierto muy mala»[14].

Mal acababa el verano desolador cuando llegó la desoladora Gran Guerra. La estrechez repercutió en la industria del calzado y aparecieron las mezclas de pieles con lona o gabardina, abriéndose paso el calzado a dos tonos. La ropa deportiva hizo su nicho en el vestir del día a día y con ella salieron al mercado los primeros «silenciosos», llamados Keds, en 1917. El imperio de la piel sobre el calzado se fisuraba[15].

Las cifras nacionales de exportación entre 1914-1916 se desconocen. De alguna manera la guerra impidió llevar un registro confiable. Pero la región coriana continuó su comercio con el mercado estadounidense. Los precios de las pieles venían desde 1911 en deslizamiento progresivo y tocaron piso en enero de 1916, cuando el producto coriano se cotizó en 31 cts. A partir de allí hubo un año de estabilidad, con mercado firme como promedio y precios que quizás se vieron favorecidos por especulaciones bursátiles asociadas al invierno. La guerra no parecía tocar a los Estados Unidos, el precio de las pieles continuó su ascenso hasta rebasar los 80 cts. Parecía que la crisis europea potenciaba la prosperidad del hijo de Albión.

El ingreso de Estados Unidos a la guerra en abril de 1917 puso fin al auge de precios. En menos de un año retrocedieron para posicionarse alrededor del medio dólar. De manera estrepitosa, entre abril y septiembre los precios se desplomaron en un 50%. Los exportadores corianos libraron sus propias guerras: contra el ántrax y el desplome de precios en 1917, y en 1918 contra la circular Nº 58 del Consejo de Curtidores, institución estadounidense que intervino en ese momento para regular el proceso importador de pieles. La guerra generó cambios tendentes a controlar los mercados con mano férrea en momentos difíciles, quizás buscando un punto de equilibrio al aplicar criterios de austeridad, centrando la producción y el gasto en la industria bélica. Los precios de las pieles venían a la baja desde abril de 1917. Tal vez con miras a estabilizarlos, el Comité del Consejo de Curtidores recomendó en abril de 1918 a la Oficina Comercial de Guerra fijar precios para los productos derivados de pieles, basándose en el comportamiento del mercado en ese mes. Es posible que con esta medida el cartel neoyorquino de las pieles buscara una salida a la nueva situación del mercado, tratando de poner fin a la baja de precios. Nadie podría pagar más ni menos que el precio fijado.

La referida Circular Nº 58 prohibió la importación de cueros de res, pieles, suela, etc.; revocando las licencias de importación de estos artículos para embarques posteriores al 15 de junio de 1918[16]. El gobierno estadounidense sólo dio entrada a pieles de res, quizás destinadas a fabricar botas de guerra. De nada sirvieron las protestas de la Asociación Nacional de Importadores de Cueros de Res y Pieles sobre tal embargo, el Gobierno Nacional sólo atendería los casos que involucraran pérdidas para ciudadanos estadounidenses. Fue evidente cómo se protegían los intereses del cartel en detrimento del importador directo, que quedó atado de manos mientras el cartel lograba su objetivo: detener la baja de precios, que quedaron congelados durante el tiempo que duró la prohibición, manteniéndose en medio dólar entre mayo y diciembre de 1918. El resultado del ingreso estadounidense a la guerra y las medidas extraordinarias para defender el precio de las pieles fue la caída de las exportaciones nacionales, que entre 1917-1918 llegaron a cifras jamás vistas durante el siglo.

La firma del armisticio que puso fin a la primera conflagración mundial, en noviembre de 1918, reactivó de inmediato el mercado de las pieles en Nueva York. La barrera del medio dólar se quebró. Para la navidad de 1918 las pieles se colocaron a 53 cts., en año nuevo alcanzaron los 55 cts. Un vertiginoso ascenso en 1919 llevó a las pieles por encima de un dólar en el furor de la recién terminada guerra mundial. Las cifras de exportación se dispararon y Venezuela exportó casi cuatro veces más pieles que en 1918. El frenesí duró cerca de año y medio. Como nunca, la barrera del dólar se superó y se alcanzaron precios tan altos como 1,20 dólares entre noviembre y diciembre de 1919. Se trataba de reanudar operaciones y recuperar el tiempo perdido. Los precios del artículo no parecían alcanzar un techo pese a los intentos de los compradores por controlar el mercado[17]. Era previsible una reacción de descenso luego de tanta apoteosis post bélica... y eso fue lo que pasó.

Fue una dura etapa la de los años veinte. Como el café, las pieles iban de salida. Todo parecía confabularse en contra del que hubiera sido desde la Colonia productivo negocio: las fuerzas de la naturaleza, la economía mundial y la nacional, la tecnología del calzado y la moda misma.

Y mientras transcurrían los años locos en el norte, en Venezuela reventó el pozo Los Barrosos-2 lanzando al aire 16 mil metros cúbicos diarios de petróleo y anunciando con su chorro la estructuración de la industria petrolera y la retracción de una economía agroexportadora que, por demás, iba de salida por su propio pie. Una vez más quedó al descubierto la rigidez de la oferta de las pieles corianas, sometidas las oscilaciones extremas de un nuevo verano que asoló la región entre 1919-1921, seguido de un lluvioso invierno, todo ello mermando volúmenes y trayendo la consabida morosidad.

La febrilidad del fin de guerra cedió paso lentamente. La espiral ascendente de las pieles, las fantásticas cotizaciones culminaron y con la primavera de 1920 se inició un agudo descenso que nada detuvo, quizás provocado por exceso de existencias y presión por vender: en seis meses perdieron un dólar, y al finalizar 1920 valían casi un 80% menos que a comienzos del año. A lo anterior se unió la depresión mundial, corta pero profunda, que al generar caída de precios y contracción de demanda implicó menos importaciones. Los países industrializados habían alcanzado niveles tecnológicos que provocaron sobreproducción en el agro. A excedente agrícola baja de precios, menos importaciones.

La circunstancia llevó al ahogo, cuando no a la quiebra, a más de un comerciante en la región coriana. Todo se ofrecía y todo se exigía, de todo se pedía: animales, hatos, haciendas, quintas, moratorias, fraccionamiento de deuda, arreglo extrajudicial... Nunca volvieron los precios a ser iguales. Se mantuvieron toda la década alrededor de los 30 centavos de dólar. La región acompañó esta dinámica con períodos alternos de lluvias intensas y de sequía que restaron fuerza al negocio. Mientras Lenin salía de la escena política y nacía la URSS, en Falcón se entronizaba un agudo invierno. En el último quinquenio de los años veinte se vivió la agresión climática de veranos particularmente duros, especialmente en la península de Paraguaná, afectando los rebaños.

Ante un mercado desanimado, que no salía de la depresión, los importadores tendieron a almacenar las pieles, esperando la aproximación del otoño para ver si la demanda invernal resucitaba los precios. Pero en octubre de 1926, pese a la cercanía del frío, los compradores no se interesaban en los lotes almacenados y ya había de 2500 a 3000 pacas, lo que tenía nerviosos a sus dueños[18]. Las pieles almacenadas, que con el tiempo se deshidrataban, perdían precio a la par que acumulaban gastos como acarreo a almacén, almacenaje y seguro contra incendio; mientras los compradores finales esperaban pieles frescas, con mejor margen de negociación. No fue mucho lo que pudo hacerse en lo poco que restó de la década, sacudida violentamente por el crack de 1929.

Enero de 1930 llegó, acentuando la crisis. El trimestre transcurrió sin cambios: «los cueros no tienen valor para la exportación; el cacao está en las mismas condiciones que el café, sino en peores», los detalles de la crisis de las pieles fueron dramáticos: «Nuestros cueros no tienen mercado exterior. La expresión del exportador de cueros con respecto a la situación de ese elemento nuestro de exportación es la de que no hay que pensar siquiera en exportarlo. Cantidades de ellos puestas a remates en Londres por ciertas casas consignatarias no tienen comprador. Las industrias europeas y norteamericanas se abastecen de la producción local»[19]; y una vez más las deficiencias tecnológicas se hicieron sentir: «Los cueros de chivo y venado han padecido las consecuencias de la depreciación de las materias primas, (...) Entre nosotros este producto tiene la agravante, como ya hemos dicho repetidas veces, de su mala preparación»[20]. Para mediados de año se reportaban las pieles como una de las materias primas que guardaba peores condiciones en el mercado mundial: «El mercado exterior para los cueros no existe: la sobreproducción, aunada con la disminución del poder adquisitivo, han hecho nulo ese mercado»[21].

El comercio venezolano desplazó sus esperanzas hacia el invierno, cuando las pieles para calzado comenzaban a ser más solicitadas. En este sentido el mes de junio era un parteaguas que marcaba el lento ascenso de las exportaciones invernales. Pero en 1930 no se dio tal circunstancia: «En estos meses, en otras épocas, los manufactureros extranjeros se proveían de la materia prima en los países productores para atender a las necesidades de la temporada de invierno, pero en este año no se ha efectuado esa acostumbrada operación»[22].

Venezuela, oliendo a capital petrolero, modificó sus relaciones de intercambio al compás del nuevo juego internacional. Las pieles, asaltadas por otros materiales y con el plástico a corta distancia, perdieron terreno. No lograron sostenerse como factor de acumulación de capitales, ya que el oportunismo de los empresarios –verdaderos depredadores de la exportación- les hizo abandonar todo esfuerzo sobre los productos que cesaban de ser atractivos para el exterior, encaminando sus esfuerzos de inversión hacia los que mantenían o generaban interés.

Por otra parte, no se generó en los criadores esfuerzo alguno por trabajar el negocio, aplicando tecnologías que prolongaran su competitividad. El productor criollo, sin control alguno en la selección, continuó con las montas indiscriminadas y el manejo artesanal del salamiento, lo cual convirtió a la piel coriana en un producto poco apetecible, ya que la industria de la curtiembre avanzó hacia mayores grados de exigencia que demandaban locales adecuados y selección genética que garantizara pieles de animales de raza, que facilitaran el curtido y dieran cueros resistentes, suaves y flexibles.

Cercadas por condiciones aciagas que terminaron por sumirlas en un receso profundo que dura hasta el presente, hoy vemos en las zonas de criadores la carne fresca o salada, la leche procesada en algún derivado y las pieles desechadas y en descomposición, sin un nicho regional ni nacional que las active como generadoras de bienestar económico.

NOTAS Y BIBLIOHEMEROGRAFÍA

[1] La Industria, Coro, 1 de diciembre de 1881, p. 1.
[2] La Industria, Coro, 17 de junio de 1884, p. 3.
[3] Archivo Histórico de Coro-UNEFM, Fondo Senior, caja sin número (1893-1909), Docs. 432 y 190 (En adelante AHC-UNEFM, FS).
[4] La Industria, Coro, 17 de junio de 1884, p. 3; véase también la edición del 4 de julio de 1884, p. 3.
[5] «Informe de mercado de pieles de Bliss, Dallet & Co. [29-07-1910]», AHC-UNEFM, FS, caja 120; «Informe de mercado de pieles de Bliss, Dallet & Co. [15-03-1916]», AHC-UNEFM, FS, caja 161; «Cotizaciones de pieles de Frank C. Cooper [17-11-1919]», AHC-UNEFM, FS, caja 179; «Cotizaciones de pieles de American Trading Co. [26-05-1921]», AHC-UNEFM, FS, caja 188.
[6] El Águila, Coro, 22-03-1904, p. 8.
[7] «Informe sobre el negocio de pieles [6-06-1903]», AHC-UNEFM, FS, caja 52; caja 54, Doc. 27.
[8] «Respuesta de Senior a Boulton, Bliss & Dallet sobre el problema de especulación con pieles [18-12-1903]», AHC-UNEFM, FS, caja 52.
[9] «Carta de Delgado & López sobre el verano en Paraguaná [3-01-1912]». AHC-UNEFM, FS, caja 136.
[10] «Carta de José Benjamín Gutiérrez sobre la plaga de langosta [1-02-1912]», AHC-UNEFM, FS, caja 146.
[11] «Máximo Lugo informa la situación del verano en Cumarebo [29-10-1912]», AHC-UNEFM, FS, caja 137.
[12] «Reporte de Efraim Curiel, agente viajero de la Casa Senior [24-11-1912]» , AHC-UNEFM, FS, caja 139.
[13] «Catalino Torres informa la situación del verano en Aracua [7-09-1913]», AHC-UNEFM, FS, caja 157.
[14] «C. B. de Gorter sobre la baja de exportaciones [3-02-1913]», AHC-UNEFM, FS, caja 146.
[15] Isaac Asimov, Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología, pp. 367, 442, 477, 564, 619 y 620.
«The century in shoes: 1910» en http://centuryinshoes.com/decades/1910/1910_02.html
[16] Toda la correspondencia sobre este problema de la circular Nº 18 se ubica en la caja 173. AHC-UNEFM, FS.
[17] «Bliss, Dallet & Co. informa sobre negocio con pieles de chivo [24-04-1919]», AHC-UNEFM, FS, caja 173; «Informe sobre el mercado de pieles de chivo en New York [22-08-1919]», AHC-UNEFM, FS, caja 179.
[18] «R. Desvernine contesta oferta de Senior sobre pieles [25-10-1926]», AHC-UNEFM, FS, caja 247.
[19] Boletín Cámara de Comercio de Caracas, Año XIX, Nº 196, marzo 1930, pp. 4693-4694 (En adelante BCCC).
[20] BCCC, Año XIX, Nº 197, abril 1930, p. 4724.
[21] BCCC, Año XIX, Nº 199, junio 1930, p. 4778.
[22] BCCC, Año XIX, Nº 205, diciembre 1930, p. 4964.