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Temas de historia regional y local

jueves, 27 de julio de 2023

La mivke de Coro: arraigo y cambio cultural de los sefarditas corianos

 

La mivke de Coro: arraigo y cambio cultural de los sefarditas corianos

 

Publicado en:

HAMUI SUTTON, Silvia (Coord.), La mikve: el baño ritual como símbolo del judaísmo a través del tiempo. Centro de Documentación de Investigación Judío de México-CDIJUM, México, 2022, pp. 145-173. ISBN 978-607-8400-05-8.

 

 

Dra. Blanca Isabel De Lima Urdaneta

Academia Nacional de la Historia de Venezuela-Capítulo Falcón

blancadelima@hotmail.com

 

Mikve de la Casa Senior 

Fotografía: Blanca De Lima. 2016.

RESUMEN

 

La primera migración sefardita hacia Venezuela fue de comerciantes de las Antillas Holandesas, que llegaron a Coro desde 1823. La comunidad judía coriana no tuvo rabino, ni sinagoga dado que el culto no podía ser público por prohibición constitucional que se mantuvo hasta fines del siglo XIX. La ritualidad quedó en manos de oficiantes, y los sitios para cumplir con el shabat cambiaron en el tiempo. Se ignora cómo se cumplió la ritualidad en relación a bodas, partos y menstruación. El grupo vivió un retroceso hacia prácticas criptojudías que desembocaron en un proceso gradual de asimilación, el cual se advierte en una nueva articulación de valores –como actividades asociadas al catolicismo y uso de estatuas en tumbas-, uniones consensuales y matrimonios mixtos. La única mikve, encontrada en el 2013, se ubica en una casa comprada por David Senior en 1852. Tres años después, eventos xenofóbicos hicieron partir a las familias judías, que retornaron hacia 1858, pero en menor número. Consideramos la mikve un intento de conservar parte de la ritualidad, hecho por el grupo judío ante las bodas que se dieron a partir de los años sesenta. La mikve y la sala de oración, ubicada en la misma casa, fueron elementos unificadores, que prolongaron la identidad religiosa y grupal. Se ignora cuándo fue tapiada la mikve. En 1908 el dueño de la casa, Josias Senior, asentó en Europa; quizás ese haya sido el momento del cierre de la mikve, constituyendo una pérdida irreparable que contribuyó, seguramente, al cambio cultural de este colectivo.

 

Palabras clave: matrimonio, criptojudaísmo, libertad de culto.

 

ABSTRACT

The first Sephardic migration to Venezuela consisted of merchants from the Netherlands Antilles, who arrived in Coro as early as 1823. The Jewish community of Coro had no rabbi, no synagogue, and no public worship was allowed due to the constitutional prohibition that was maintained until the end of the 19th Century. The rituals were left in the hands of lay officiants and Shabbat was observed in a number of different private homes over time. It is unknown how the mikvah ritual was carried out with relation to weddings, childbirth, and menstruation. The group experienced a gradual process of assimilation, as seen in a new articulation of values ​​- such as activities associated with Catholicism, the use of tombstone statuary, consensual unions, and mixed marriages. The only mikvah, found in 2013, is located in a house bought by David Senior in 1852. Three years later, anti-semitic events caused the Coro Jews to leave. They return around 1858, but in smaller numbers. The mikvah was an attempt to preserve part of the ritual before the weddings that took place during the 1860s. The mikvah and the prayer room were both, located in the same house, an effort to prolong the religious and group identity. It is unknow when the mikvah was bricked up. Between 1860 and 1905 there were at least 21 Jewish weddings in Coro. In 1908 the owner of the house, Josias Senior, settled in Europe; perhaps that was the moment of closure of the mikvah, constituting an irreparable loss associated with the cultural change experienced by the community.

 

Keywords: marriage, crypto-Judaism, religious freedom.

Introducción

El texto que se presenta es la primera reflexión que se hace sobre la mikve encontrada de manera fortuita, en el año 2013, en la ciudad de Coro, capital de la provincia del mismo nombre y principal centro de residencia de los sefarditas antillanos que llegaron en los inicios de la Venezuela republicana. Esta mivke perteneció a la primera comunidad judía que hubo en Venezuela, constituida por la oleada migratoria que se dio a partir de 1823, una vez que la Provincia de Coro, ubicada al occidente de Venezuela, quedó bajo control patriota.

Los inmigrantes eran naturales de las Antillas Holandesas (Curaçao, Aruba y Bonaire), islas muy próximas a las costas de la entonces Provincia de Coro; tan cercanas como que en las noches se ven las luces de los poblados desde ambas costas; y desde las islas, en días despejados, puede verse con claridad el perfil del Cerro de Santa Ana, principal elevación de la península de Paraguaná, cuya máxima altura es 830 msnm. Entre ellos se encontraban judíos sefardíes provenientes de Curaçao y Aruba. Todos eran comerciantes y arribaron al hoy estado Falcón y su capital, la ciudad de Coro, por el puerto de La Vela. Curaçao tenía ya para ese entonces una colonia judía arraigada, llegada a la isla en el siglo XVII, tiempo después de que esta pasara a ser ocupada por los holandeses, exactamente el 28 de julio de 1634, al serle arrebatada a la corona española junto con las islas vecinas de Aruba y Bonaire.

Por tradición, el estudio de esta comunidad se ha hecho desde ángulos estrictamente económicos o políticos, particularmente en torno a los eventos anti-judíos de 1831 y 1855, en conexión con el poder económico alcanzado por estos comerciantes. No hay estudios previos sobre la ritualidad de esta comunidad, de ahí que este primer análisis se enfoca en enlazar la mikve encontrada con la vida religiosa de los sefarditas corianos y el obstáculo legal a la manifestación pública de su fe, debido a lo cual no tuvieron sinagoga, rabino ni una estructura que diera soporte y permitiera el despliegue de su mundo de vida religioso.

Con este aporte, sustentado en el arqueo de fuentes primarias en el Archivo Histórico del Estado Falcón (Coro, Venezuela), el Archivo Nacional de Curaçao y el Archivo General de la Nación (Caracas, Venezuela); se busca ampliar el horizonte de estudio en torno a esta comunidad, visualizando su devenir a partir de un nuevo elemento: la religiosidad, enlazado al elemento legal que normó las relaciones entre el Estado venezolano y estos inmigrantes, y a los procesos sociales, económicos, culturales y otros vividos por los sefarditas de Coro.

1.- Los personajes y el contexto curazoleño

 

En mayo de 1823 se retiran de la Provincia de Coro las últimas fuerzas coloniales. El 24 de julio del mismo año se da la Batalla Naval del Lago de Maracaibo y los independentistas se imponen en el mar, quedando la Provincia de Coro incorporada al Departamento del Zulia. Ese año se da una oleada migratoria de Curaçao hacia Coro, que ha quedado reflejada en la efervescente actividad entre los puertos de La Vela y Willemstad al año siguiente: de 13 embarcaciones arribadas entre febrero y julio de 1824, se pasó a 21 entre agosto y diciembre. 1823, entonces, marca el avance que un puñado de holandeses hizo sobre Coro.[1] Todo estaba por hacerse en una tierra de oportunidades. Muchos decidieron abandonar la isla para instalarse en lo que hoy es el estado Falcón. Los recién llegados fueron, inicialmente, hombres solos en búsqueda de mejores horizontes económicos.

Estos inmigrantes provenían de una comunidad en franco descenso, ya que la isla de Curaçao había sufrido problemas políticos que se revirtieron de forma negativa sobre su economía, a lo cual se añadieron recurrentes sequías. Los franceses habían conquistado los Países Bajos en 1795 y fundado la República Bátava. Todas las colonias holandesas quedaron incorporadas a ella. Curaçao se vio forzada a participar en la guerra franco-británica, incorporada a la nueva república. En respuesta, Inglaterra bloqueó el puerto de Willemstad entre 1800-1803, no pudiendo atracar barcos de Holanda ni de España. La isla pasó reiteradamente del control francés al británico, el resultado fue la debacle económica y un proceso de emigración de capitales hacia distintos puntos del Caribe. Los ingleses entregaron la isla en 1803, pero entre 1804 y 1805 nuevamente la bloquearon: Albión quería Curaçao a toda costa, incluso destruyendo lo que en ella quedaba.

Los ingleses tomaron la isla de forma definitiva en 1807 y no la dejaron sino hasta 1816. Esta segunda toma incluyó la confiscación y envío a Jamaica de grandes cantidades de efectivo. El comercio quedó confinado, literalmente, a Inglaterra y sus colonias, únicas autorizadas para suplir de mercancías a la isla; solo podían importarse de los Estados Unidos harina y maíz. Las redes comerciales trasatlánticas quedaron desechas, impedidos de negociar con Holanda. Una muestra de la debacle la da el comercio de embarcaciones. No hay registros entre 1799-1802 y 1804-1810, y cuando reaparecen la cantidad de operaciones es ínfima comparada con el siglo XVIII: una embarcación en 1811, una en 1812, una en 1814 y tres en 1816, año del retorno de Curaçao a manos holandesas (Emmanuel y Emmanuel, II, 1970: 724). La isla regresó a posesión de Holanda sólo hasta la firma del Pacto de Londres, el 13 de agosto de 1814, y será hasta 1816 cuando vuelva a tener un gobernador holandés; pero el daño ya estaba hecho, buena parte de los capitales habían emigrado y sus emprendedores también. En términos demográficos, fue una debacle para los sefarditas. La comunidad judía curazoleña pasó de 1200 miembros en 1785 a sólo 864 en 1835 (Emmanuel y Emmanuel, I, 1970: 301-302, 346-347). Nunca se recuperó de este traumático período.

Como colofón, en Europa desaparece en 1830 el proyecto de la Gran Holanda, al escindirse Bélgica. Abandonado por sus aliados, que avalaron la separación belga, el Reino Unido de los Países Bajos pierde su estatus de potencia europea.

 

2.- Los personajes y el contexto venezolano

 

A principios del siglo XIX Venezuela era Capitanía General, y así fue hasta su incorporación a la Gran Colombia, de la que tiempo después se separó para llamarse, a partir de 1830, República de Venezuela. Estos cambios sucedieron tras una cruenta guerra civil de independencia, que dejó una nación con su aparato económico destruido y la población diezmada. 

Durante el periodo bélico, Simón Bolívar y los jefes principales habían estado en contacto con los judíos curazoleños, algunos de los cuales suplían a los patriotas con armamento y vituallas; otros se incorporaron de lleno a las fuerzas insurrectas, como el general Juan de Sola, el teniente coronel Benjamín Henríquez y Samuel Henríquez. No olvidemos el paso y refugio de Bolívar y sus hermanas en Curaçao en el año 1812, cuando fueron hospedados por la familia Frois Ricardo, sefarditas de importancia en la isla. Estas relaciones cimentaron las bases de disposiciones legales posteriores, mismas que años después facilitaron la emigración de isleños hacia la Tierra Firme.

 Venezuela nace en 1830, con brillo propio y el aura de la novedad y la esperanza. Esta situación marcó el derrotero para cientos de judíos curazoleños, que emigraron hacia puertos en el occidente venezolano una vez terminada la conflagración en la Provincia de Coro, la cual se había resistido a abandonar su adhesión a la corona española. Tras 18 meses de guerra en esa provincia los independentistas se alzaron con la victoria, controlando un territorio donde había hambre y falta de brazos para trabajar. La población pasó de más de 50 000 en 1819 a 23 509 según el censo de 1825 (Lovera, 2007: 136).

Atraer población, atraer capitales y facilitar la inversión empresarial eran puntos que estaban en la agenda política de la naciente República de Venezuela. En 1830, el abogado Rufino González proclamaba: «¡Extranjeros! Cambiemos ese nombre por el de hermanos. Gozáis de unos mismos bienes: estrechémonos pues por unos mismos deberes. La Constitución os protege: amadla y bendecidla» (Aizenberg, 1995: 34). Al año siguiente, Antonio Leocadio Guzmán en su calidad de secretario del despacho de interior y justicia, dijo ante el Congreso de Valencia:

 

Esta, [la inmigración] que es a los ojos del Gobierno la gran necesidad de Venezuela, es sobre la que llamo con más encarecimiento la atención protectora de la representación nacional. No tenemos caminos por falta de hombres; no tenemos navegación interior por esta misma falta; y por ella es pobre nuestra agricultura, corto el comercio, poca la industria, escasa la ilustración, débil la moral y pequeña Venezuela. Todo, Señor, debemos esperarlo de la población; … (Rey, 2011: 37).

 

Apoyando al empresariado, el 14 de octubre de 1830 se promulgó la Ley Orgánica que habilitaba para el comercio exterior a los puertos de Angostura, Pampatar, Juangriego, Carúpano, Cumaná, Barcelona, La Guaira, Puerto Cabello, La Vela y Maracaibo. La Vela de Coro pasa a ostentar un rango importante entre los puertos marítimos nacionales. Sin duda, el interés de los comerciantes curazoleños por aquel pequeño puerto se incrementó, pues estaba autorizado para exportar e importar, mientras que otros tenían restricciones. (Carrillo, 1995: 920).

Esta y otras leyes facilitaron que se estabilizara en el eje Coro-Curaçao un comercio formal, sustentado en las comunicaciones marítimas, el cual dio lugar a un intercambio mutuamente beneficioso: Curaçao aportaba las mercancías que Venezuela no producía y la República exportaba hacia la isla, entre otros productos, numerosos comestibles y agua.[2] Sin embargo, no todo fue fácil. El inusitado éxito de los comerciantes holandeses provocó la reacción violenta de los viejos grupos de poder local, y entre septiembre y diciembre de 1831 se dieron disturbios contra el grupo judío. Pasquines colocados en los postes de la ciudad amenazaron de muerte a los «holandeses», hubo tiros contra las casas de varios de ellos, incluyendo holandeses no judíos, y un manifiesto fue entregado a las autoridades locales. Uno de esos pasquines decía:

 

Circular a los hebreos. No es posible ya sufriros por más tiempo en nuestro pueblo (…) debéis salir o resolveros a morir: treinta vecinos de esta ciudad y sus campos nos hemos reunido esta noche para daros este último aviso: somos solamente la vanguardia del ejército de la Fe que se ha alistado contra vosotros; bastante sufrimiento hemos tenido y bastantes avisos os hemos dado. No haremos ya más bulla, sólo conoceréis los efectos de nuestro furor por los golpes maestros que daremos sobre vos y vuestras propiedades. Vuestros enemigos. Los corianos.[3]

 

Los eventos pasaron, pero las tensiones persistieron, soterradas, en unas relaciones socio-étnicas siempre difíciles. Esto se puede visualizar en la Sección de Expedientes Criminales del Archivo Histórico del Estado Falcón (Coro), donde se encuentran 41 causas de violencia asociadas a judíos, que cubren el periodo entre 1825 (la más antigua que involucra a un judío) y 1855 (año de los segundos eventos antijudíos, que se explican más adelante). Hurtos a tiendas, injurias, agresiones con heridas y/o golpes, amenazas con arma de fuego y el elemento anti-judío en varios de los expedientes; eran las causas más usuales de formación de los expedientes.

 Lo anterior no impidió que la relación comercial entre La Vela de Coro y Curaçao se hiciera mayor a medida que avanzó el siglo XIX. Estos comercios, controlados por sefarditas neerlandeses, se dedicaron a la venta al mayor y detal de mercancía importada desde Europa y Estados Unidos, al mismo tiempo que exportaron las materias primas que soportaron la economía de la región coriana en esa época: cueros, café, dividive (Caesalpinia coriaria), abonos animales, entre otros productos. Y toda la mercancía -tanto de exportación como de importación- se movilizó por el puerto de La Vela.

Tras estos eventos y pese a ellos, la documentación de archivo indica que la década de los años treinta del siglo XIX fue de asentamiento progresivo de familias, ya no de hombres solos. También quedaron registrados los primeros esponsales en protocolos notariales, los primeros nacimientos reportados a la comunidad madre de Curaçao, y los primeros decesos; estos últimos dieron origen al cementerio judío de Coro.  Con altibajos, la comunidad sefardita fue arraigando en la ciudad de Coro y diversos poblados del hoy estado Falcón.

3.- Las constituciones desde 1830 hasta 1881: un marco dual y excluyente

 

En 1829 la Gran Colombia firma con los Países Bajos el «Tratado de Paz, Amistad, Navegación y Comercio»; que tuvo un apartado especial para los judíos ya residentes en territorio grancolombino: no serían molestados en razón de sus creencias religiosas ni en sus prácticas, que debían ser efectuadas en casas privadas. La estrecha relación Estado-Iglesia Católica se imponía, teniendo la tolerancia religiosa un claro límite, que imponía la invisibilidad social del culto judío a partir de un comportamiento dual: el reconocimiento legal y social del grupo hebreo en simultáneo a la prohibición de la abierta expresión religiosa. Esto obligó a los sefarditas a redefinirse, una vez más, como nuevo núcleo judío en la diáspora; fue obvia la regresión con respecto a lo logrado en Ámsterdam y Curaçao, pero, tal vez pensaron que la cercanía a la isla madre podría aminorar las consecuencias de este nuevo sumergirse y ocultar elementos esenciales de su identidad grupal.

 

En 1830 entra en vigor la constitución de la nueva República de Venezuela,[4] y continúa vigente el Tratado de 1829. Así quedó expresado en el artículo N° 218:

 

Todos los extranjeros de cualquiera Nación serán admitidos en Venezuela. Así como están sujetos a las mismas Leyes del Estado que los otros ciudadanos, también gozarán en sus personas y propiedades de la misma seguridad que éstos; sin que por esta disposición queden invalidadas, ni alteradas aquellas excepciones de que disfrutan, según los tratados vigentes (Asamblea Nacional, 2003: 93).

 

 Las excepciones no detuvieron el flujo migratorio. La presencia de holandeses quedó reflejada en el empadronamiento de extranjeros residentes en la Provincia de Coro, levantado por orden del gobernador Tellería en 1831 a solicitud del gobierno central, y publicado en la Gaceta de Venezuela. La naciente República necesitaba saber quiénes inmigraban y dónde vivían. Este interesante documento ubica 31 holandeses en el cantón capital, Coro (Gaceta de Venezuela, 1831: 7). Al comparar el padrón de 1831 con los personajes que recorren la ruta Coro-Curaçao –los cuales se encuentran en los Libros de Ingresos y Egresos de Curaçao y en expedientes criminales que reposan en el Archivo Histórico del Estado Falcón- las coincidencia de nombres no pasan desapercibidas.

El padrón no permite saber a qué grupo religioso pertenecían los extranjeros. Sin embargo, al revisar expedientes criminales y protocolos notariales ubicados en el Archivo Histórico del Estado Falcón, vemos que en la época se pedía a los ciudadanos declarar jurando por la religión que profesaban. Gracias a esto, se sabe que 19 de estos extranjeros eran comerciantes judíos curazoleños y otros 13 eran holandeses no judíos. Se nota una clara diferencia entre los judíos -todos comerciantes- y los no judíos, con una variedad de oficios que incluyen, entre otros, el pequeño comercio, marinos, sirvientes domésticos, zapateros, albañiles, jornaleros, dependientes de tiendas e incluso, personas sin oficio.

Volvamos a 1829, retomando el hecho de que se admitió por un tratado la residencia de judíos, reconocidos públicamente como tales y sin ser perseguidos, pero sin expresión pública de su fe religiosa. Los judíos de Curaçao venían de sucesivos vaivenes entre su fe original y el catolicismo. Ocultarse y reemerger no resultaba extraño para ellos. Producto de estos vaivenes, como dice Yosef Kaplan, los criptojudíos de Ámsterdam «absorbieron gran parte de los símbolos y conceptos teológicos de sus opresores. El retorno al judaísmo no podía borrar, como por arte de magia, todo lo que habían aprendido durante su permanencia en el cristianismo católico» (Kaplan, 1996: 27). Sin embargo, en Ámsterdam y Curaçao ya no hubo necesidad de ocultarse, aunque la diáspora y el criptojudaísmo hubieran introducido variantes en las conductas religiosas.

Llegar a Coro y aceptar las condiciones legales, en medio de un entorno sumamente conservador, fue retornar, parcialmente, al criptojudaísmo que habían dejado a fines del XVI, cuando llegaron a Ámsterdam. La ley de libertad de cultos de 1834 no hizo más que refrendar lo dicho en 1829, su único artículo rezaba: «No está prohibida en la República la libertad de cultos». La comunidad judía se habituó a una ritualidad que debía ser oculta -en términos legales, privada. El aspecto identitario fundamental quedó vetado y la pequeña comunidad impedida de tener sinagoga, rabino y hazzán. Se sabe, por una nota publicada en 1847 en el periódico The Occident and American Jewish Advocate (Philadelphia, EUA), que todos los viernes en la noche, sábados mañana y noche, y los días de fiesta, se reunían más de veinte personas en la casa de Abraham M. Senior.[5] Solo les fue permitido tener cementerio. Solo fue posible la expresión religiosa en el espacio de la muerte, justo cuando se dejaba de ser. El veto a la religiosidad pública terminaba con el fin de la vida.

La Constitución de 1830 quedó vigente hasta 1857. Es interesante que la nueva carta magna no incluyó en las Garantías a los Venezolanos la libertad de culto, tampoco quedó asentada de manera expresa la prohibición del no ejercicio de cultos públicos no católicos, y el único artículo referido a los extranjeros asentó:

 

Todo extranjero de cualquiera Nación será admitido en Venezuela. Así como estará sujeto a las mismas Leyes del Estado que los venezolanos; también gozará en su persona y propiedades de las mismas garantías que éstos (Asamblea Nacional, 2003: 106).

 

 Para efectos del día a día, el Tratado de 1829 continuó vigente. Estimamos que la mikve coriana fue construida poco después de la Constitución de 1857. En el inestable marco político venezolano de la época, al año siguiente entró en vigor una nueva constitución, que repitió el espíritu de su inmediata anterior en lo tocante a derechos y garantías de los extranjeros en Venezuela.

Tras la cruenta Guerra Federal (1859-1863), primera guerra civil no colonial en Venezuela, nace la Constitución de 1864, que rescata en su Artículo N° 14, apartado N° 13, el espíritu que mantenía Venezuela desde 1830 en materia de libertad de culto. Se garantizaba la libertad religiosa, «…pero sólo la Religión Católica, Apostólica y Romana, podrá ejercer culto público fuera de los templos» (Asamblea Nacional, 2003: 129).

La necesaria conexión entre la constitución -como marco rector de los derechos fundamentales-, y los códigos, que debían regular en detalle las líneas gruesas trazadas por las constituciones; no podía darse en Venezuela porque no había codificación. De ahí que tratados como el de 1829 continuaran vigentes. Venezuela no tuvo un código civil estable sino hasta 1867. El primer código civil venezolano solo tuvo vigencia entre 1862 y 1863, siendo derogado para retornar a la legalidad previa. A falta de códigos, el país mantenía vigentes leyes del periodo colonial: pragmáticas, reales cédulas, órdenes, decretos, las Leyes de Recopilación de Indias, la Ley de las Siete Partidas y las Constituciones Sinodales del Obispado de Venezuela y Santiago de León de Caracas, conjunto legal eclesiástico que normaba –entre muchos aspectos- el proceso para contraer matrimonio, y que venían de 1698. El Código Civil de 1867 dejó en manos de la iglesia el control de los registros vitales (nacimientos, matrimonios y defunciones). El matrimonio entre no católicos se debía hacer ante la primera autoridad civil de la parroquia, presentando dos testigos. El nacimiento de no católicos debía participarse ante el juez de parroquia.  El código indicaba en detalle la información que debía contener la partida de bautismo. Es interesante constatar que este código fue letra muerta, pues, ni la Iglesia acató la normativa, ni los no católicos participaron los nacimientos ante la autoridad civil. 

La Constitución de 1874 repitió al calce lo relativo al culto religioso público. Esta constitución fue la primera promulgada por Antonio Guzmán Blanco, quien gobernó Venezuela desde 1870 hasta 1887. Un presidente autócrata, ilustrado, personalista, liberal y afrancesado.

 

4.- El periodo guzmancista y más allá [6]

 

El presidente Antonio Guzmán Blanco entró rápidamente en conflicto con la Iglesia Católica en el proceso de convertir al país en un Estado laico. Un nuevo código civil se sanciona el 20 de febrero de 1873. A diferencia de los previos, la autoridad civil tiene ahora el control total de los registros vitales (nacimientos, matrimonios y defunciones). El matrimonio civil debía preceder al eclesiástico y el registro civil de nacimiento al bautismo.

 En el curso del enfrentamiento Estado-Iglesia se dio la expropiación de edificios eclesiásticos, secularización de los cementerios, abolición de las «primicias» (donativos voluntarios que los fieles hacían a la iglesia), expulsión del país de autoridades eclesiásticas y clausura de conventos. En el extremo, el presidente amenazó con separar a la iglesia venezolana del papado. El Tratado de 1829 pasó a ser historia.

Resultado de este conflicto fue que la Constitución de 1881, firmada por Guzmán Blanco, en su Título III, titulado «Garantías de los venezolanos» redujo el apartado sobre culto a la escueta frase: «La libertad religiosa». Apareció, así, un vacío constitucional que se conservó –idéntico- en la Constitución de 1891. El conflicto Estado-Iglesia Católica hizo posible que –incluso antes de 1881- nuevos cultos llegaran a Venezuela y tuvieran actividad pública: la Iglesia Evangélica Metodista en 1878, los protestantes ingleses con su periódico La Antigua Fe (1889) y los luteranos, llegados de Alemania en 1893. Los vendedores ambulantes de biblias protestantes llegan también en los años ochenta (Mercado, 2006: 36-39).

Joaquín Crespo, presidente de Venezuela entre 1892 y 1898, culminó la labor comenzada por Guzmán Blanco. La Constitución de 1893 hizo expresa mención de los extranjeros en Venezuela, en su Título II, Artículo N° 9:

 

Los extranjeros gozan de todos los derechos civiles de que gozan los nacionales; y pueden hacer uso de ellos en el fondo, la forma o procedimiento, y en los recursos a que den lugar, absolutamente en los mismos términos que dichos nacionales (Asamblea Nacional, 2003: 204).

 

Esto los igualó de pleno con los nativos en materia de culto religioso. La nueva carta magna conservó la herencia del guzmancismo, y su título IV «Derechos de los venezolanos», reza: «la libertad religiosa» (Asamblea Nacional, 2003: 206). Se formalizaba así lo que ya era un hecho: la expresión pública de otras religiones. La primera constitución del siglo XX, decretada en 1901, repitió casi textual lo asentado en la de 1893: «Los extranjeros gozan de todos los derechos civiles de que gozan los nacionales» (Asamblea Nacional, 2003: 230).

Los judíos corianos, sin embargo, no procedieron al culto público. Para ese tiempo vivían un profundo proceso de cambio cultural, con pérdida del imaginario colectivo y enlaces con mujeres católicas. Mantenían su cementerio –única expresión pública de su identidad religiosa- el cual expresaba en su estatuaria buena parte del cambio cultural que vivían.

Se sabían residentes en una ciudad ultraconservadora, donde, aún con todas las garantías legales, vivieron en 1900 un último brote antijudío. En La Revista Católica del 15 de febrero de 1900 –órgano de los intereses cristianos del estado-, el vicario, Pbro. José Dávila y González aprobó la inserción de un artículo anónimo que atacaba en forma directa a la comunidad judeocoriana, mencionando la expulsión de Abraham Senior, venezolano y judío, cónsul de los Países Bajos, acusado de conspirar contra el gobierno y cuyo exequatur fue retirado en medio de las pugnas políticas del momento. El texto intentaba enfrentar a católicos y judíos, incitando a la violencia étnica y religiosa: «los católicos deben aplaudir el hecho de que sean arrojados de Coro todos los hebreos». En respuesta a la circulación de volantes, unos anónimos y otros firmados, el presbítero respondió en carta pública del 24 de febrero:

 

Y ese judío vive aquí, en el seno de la sociedad, con su eterno predominio de oro y su eterno exclusivismo de raza (…) Y duele y entristece que honorables personalidades suscriban hojas en defensa de los eternos enemigos de nuestra Religión (…) Soy sacerdote católico, y por ende enemigo del judío, y no concibo al cristiano que confunde en unos mismos labios la oración religiosa y el beso de Judas. [7]

 

El contenido de los volantes que circularon en respuesta al artículo de La Revista Católica deja ver cómo el Estado laico implantado por Guzmán Blanco había dado sus frutos. Se rechazaban el fanatismo y la intransigencia religiosa, así como el racismo; y se anteponían valores como justicia, democracia y fraternidad, enmarcados en conceptos como civilización y Siglo de Las Luces en oposición al sectarismo, la incultura y la barbarie. Los cambios económicos, sociales y de pensamiento -con su carga de nuevos valores- habían reposicionado al mundo social coriano donde, si bien se mantenía un reducto de antisemitismo con vinculación al clero católico, había también echado raíces una nueva representación de ese grupo, de ese otro que hacía menos de medio siglo había sido expulsado con violencia y ahora era visto como parte estructural de la vida económica y social, y hermanado en valores universales. Pero no debe olvidarse que ellos, los judíos, también habían cambiado. Como se verá más adelante, para 1900 ya estaba en plena marcha el abandono de la fe originaria, en directa conexión con la conformación de familias mixtas judeo-católicas.

 

 5.- El culto público y los sefarditas de África del norte

 

Es necesario precisar que, para los años ochenta del siglo XIX ya había en Venezuela una nueva comunidad sefardita, proveniente de África del norte. Recordemos que el siglo XIX y los comienzos del XX fueron de grandes cambios e intervenciones en el norte de África. Francia ocupa Algeria en 1830 y Túnez pasa a ser un protectorado francés en 1881 como parte de la decadencia del imperio Otomano. En Marruecos estalló la Primera Guerra de Marruecos (1859-1860), que enfrentó a la corona española con el sultanato marroquí. Por último, Francia se hizo con el protectorado de Marruecos en 1912. Todo ello desató oleadas migratorias de los sefarditas residentes en el norte de África hacia distintos puntos, entre ellos, América Latina. Marruecos oscila en medio de las pugnas coloniales de España y Francia. Ya desde antes de la Primera Guerra de Marruecos había emigración judía hacia Gibraltar -bajo dominio británico-. En general, el eje Marruecos-Algeria-Túnez se torna inestable, propiciando la migración no solo de marroquíes sefarditas, sino también de sus correligionarios de países aledaños.

Tánger y Tetuán concentraban las comunidades sefarditas más importantes del norte de Marruecos. Por su parte, Melilla tuvo la más importante comunidad sefardita de España durante el siglo XX. Los judíos de Marruecos emigraron hacia Europa, Iberoamérica e Israel; siendo Venezuela, Brasil y Argentina los principales puntos de asiento desde Marruecos. Sefamí ubica tres grandes grupos migratorios hacia América Latina: judíos de Marruecos, de Siria y Líbano, y de Turquía, Grecia y zona de los Balcanes. Para este autor, los judíos de Marruecos: «en su mayor parte, sefardíes del norte, especialmente de Tetuán, Tánger y Melilla (…) se concentraron en Venezuela, Argentina y Brasil».  Muchos emigraron a Canadá (Sefamí, 2002: 143-167).

De manera notoria, desde el último cuarto del siglo XIX se da el ingreso a Venezuela de los sefarditas del norte de África. A diferencia de los corianos, estos sefarditas tuvieron una amplia dispersión en la geografía venezolana, residiendo en la capital del país, en puertos del centro como Puerto Cabello, Río Chico y La Guaira; y en el oriente Carúpano y Barcelona; pero también tierra adentro en Villa de Cura, Barquisimeto, Maracay, La Victoria, Los Teques y San Fernando de Apure; entre otros centros poblados. La ocupación por excelencia fue el comercio, incluyendo la venta ambulante –de pueblo en pueblo- de mercadería como textiles y quincalla.

Lo importante a resaltar de este nuevo núcleo sefardita es que, con todo y los cambios que vivía el país, un buen margen de reserva debe haber prevalecido entre ellos, pues servicios y rezos se hicieron en espacios privados hasta muy entrado el siglo XX, y la primera sinagoga inició sus servicios en 1939:

 

De finales del siglo XIX y albores del XX son los todavía recordados oratorios familiares caraqueños. Servicios religiosos se celebraban en diversas residencias, entre ellas la de los señores Pariente y la casa del señor Menajem Coriat, quien se distinguía por sus dotes como Hazán. (Carciente, 1991: 157)

 

En el año 1934, la Asociación Israelita de Venezuela contaba con setenta miembros que para sus rezos seguían congregándose en casas privadas. Es sólo después de casi tres décadas de anhelar una sinagoga, que el día 8 de marzo de 1936 se coloca la primera piedra de la que sería conocida con el nombre de Sinagoga de “El Conde”, obra que se culmina y es consagrada apenas tres años después. (Carciente, 1997: 163)

 

 

6.- Sefarditas de Coro: arraigo y ajuste cultural

 

Simultáneo a este ocultamiento de la expresión religiosa pública, los sefarditas corianos procedieron en forma gradual, pero desde muy temprano, a arraigar en Venezuela. Esto se revela, por ejemplo, en las solicitudes de nacionalización efectuadas por hombres de esta comunidad incluso desde los años treinta, y que fueron concedidas. El primero de ellos fue David Hoheb, quien habiendo recibido la ciudadanía grancolombiana en 1829, pidió el refrendo como ciudadano venezolano en 1832, el cual le fue otorgado el 9 de octubre de ese mismo año. Un listado oficial indica que para 1845 había sido otorgada la nacionalidad venezolana a seis comerciantes judíos de Coro: David Hoheb, Samuel P. Brandao, Isaac de Castro, Samuel L. Maduro Jr., Salomón Levy Maduro y Abraham J. Senior. También se advierte en la inserción y permanencia de los niños en el sistema escolar, figurando en listas de primeras letras del Colegio Nacional de Coro, en estudios de gramática latina y castellana y, décadas después, como graduandos universitarios.[8] Los negocios con las autoridades locales también jugaron un papel importante, los comerciantes judíos prestaban dinero contra vales que amparaban derechos de importación, acumulándose con los años una deuda que formó parte de las causas de nuevos eventos de intolerancia habidos durante el año 1855, más violentos que los de 1831. Pasquines distribuidos por toda la ciudad llamaron a la población a expulsar a los judíos. Uno de ellos decía:

 

Seniores, Maduros, Delimas, Morenos, Lopes, Desolas, Namias, Henriquez, etc. etc. etc. Vuestras ináuditas acciones que habéis cometido os han hecho acreedor a la muerte. Os habla una familia admirada hace mucho tiempo por vos y que se encuentra en la miseria más espantosa por vos hijos sin humanidad. Tened presente que si algún día que no está muy lejos, os sucede algún mal, registrad vuestra memoria y encontraréis a esta desgraciada familia que yace en la miseria por vos judíos. Ella ansiaba el momento de la venganza. Llegará y ellos con sus mismos brazos se vengarán. Recordad esta familia. Recordadla (Bakkum, 2001: 55).

 

 

Hubo saqueo de comercios y la salida inesperada de 168 pobladores judíos, correspondientes a 35 jefes de familia, que retornaron apresuradamente a Curaçao (Aizenberg, 1995: 63; Bakkum, 2001: 65). Otros optaron por ocultarse en poblados del interior de la provincia, lo cual ha podido detectarse por memoria oral de los descendientes y por documentos de archivo.[9]  La vuelta a la isla, sin embargo, fue temporal, y los negocios continuaron mediante terceros. El arraigo se imponía. Progresivamente se dio el retorno de varias familias, que constituyeron el segundo núcleo de esta comunidad de migrantes, y que fue aún más pequeña, como se desprende de los documentos y de las lápidas del cementerio judío de Coro. En esta segunda etapa las tumbas permiten ver unos cuantos apellidos, destacando los Abinun de Lima, Álvarez Correa, Capriles, Curiel, Levy-Maduro, López-Fonseca y Senior.

 

6.1 Matrimonios y mikve

 

En materia de matrimonios, antes de 1860 –posible año de construcción de la mikve coriana- se han encontrado ocho matrimonios efectuados en Coro, cuatro de ellos fueron presentados ante notario en esa ciudad y cuatro se registraron en Curaçao. Cubren el periodo 1835-1850. Entre 1851 y 1859 no se han ubicado otras bodas. Puede descartarse el periodo 1855-1859, tiempo en que no hubo residencia estable de familias judías en Coro. Sigue siendo una interrogante la ausencia de bodas entre 1851 y 1855.

La siguiente boda se efectúa en 1860. Los residentes no católicos debían atender a una normativa que les obligaba a reportar a la autoridad civil sus matrimonios. La Circular N° 202, fechada en Caracas el 9 de mayo de 1835, emanada de la Secretaría de Estado en los Despachos del Interior y Justicia, expresaba que los no católicos podían casarse sin licencia previa de las autoridades, pero avisando a la autoridad local para llevar el registro estadístico, disposición también aplicable para los nacimientos (del Castillo, Tomo II; 1852: 380). El acatamiento de esta normativa fue parcial, pues no se han encontrado reportes de nacimientos previos a 1873, cuando se creó el registro civil en Venezuela; y pensamos que siete bodas en un lapso de 25 años, tiene dos explicaciones: las bodas no se participaron siempre a la autoridad civil –de lo cual es muestra las dos bodas notariadas en Curaçao y no en Coro- o se efectuaron en la vecina isla, donde había toda la logística.

Las preguntas vienen por sí solas: ¿cómo cumplieron esas ocho novias con el baño ritual? ¿cómo cumplieron con la purificación post menstrual y del postparto? No se ha encontrado otra mikve en la ciudad de Coro, lo cual no quiere decir que no la haya habido. Hasta 1860 todo es especulación. El mar, otra opción para la purificación, estaba muy lejos, a 12 kilómetros, en el puerto de La Vela.

La mikve encontrada en el año 2013, y certificada en junio de 2016 por el rabino Samuel Garzón, fue construida en la crujía izquierda (este) y al fondo de una casa propiedad de David de Abraham de Mordechay Haim Senior y Senior, comerciante sefardita que la adquirió en julio de 1852. Esta familia había llegado a Venezuela, desde Curaçao, en los años treinta; prosperaron económicamente y, producto de este éxito, David pudo adquirir una casona de la primera mitad del siglo XVIII. Esta casa aparece mencionada en el testamento de Francisco Campuzano Polanco, redactado en 1744, como una «casa nueva» destinada a casa de familia.[10] Ubicada en un punto nodal de la ciudad, prácticamente al lado de la plaza del mercado y a dos cuadras de la catedral, en la llamada Calle de la Iglesia; la casa había sido construida y habitada por familias de elevada posición en el periodo colonial. Durante la guerra de independencia estuvo a punto de desaparecer, siendo rescatada y vendida. Un profundo secretismo debe haber acompañado su construcción, ya que la casa está ubicada a solo dos cuadras de la catedral.

En manos de la familia Senior, la casa fue prontamente ampliada hacia el sur, creciendo las crujías este y oeste, y podemos suponer que este crecimiento se hizo planificando dos espacios de uso religioso: una sala de oración y la mikve. La sala de oración se ubicaba en la crujía derecha (oeste) y al fondo, justo en frente del cuarto donde se construyó la mikve. Muy posiblemente haya estado en uso para 1855, año de los segundos motines antijudíos. La sala de oración quedó documentada en una carta dirigida por Abraham de Mordechay Haim Senior a A. H. García en septiembre de 1853 –a poco más de un año de la compra-, pidiendo permiso para abrir dos ventanas que darían hacia el solar del vecino, a objeto de «facilitar frescura y ventilación a la pieza destinada a sus oraciones» (Aizenberg, 1995: 100).[11] Es evidente que García no tuvo inconvenientes, pues hasta hoy se pueden ver las ventanas en esa habitación. Su hallazgo corroboró lo que, por memoria oral, me contara Thelma Henríquez López Fonseca, la última judía practicante de Coro, en 1999:

 

El asunto de la sala de oración viene de muy atrás. Mi mamá decía que los Senior eran los que llevaban la bandera de los ritos. Eran los más religiosos. Esa sala de oraciones existió en esa primera generación, yo no creo que en la segunda generación haya habido algo así (Henríquez, 1999).

 

Con respecto a la mikve, se alimentaba de agua de lluvia. La zona costera del hoy estado Falcón, donde se encuentra Coro, es semiárida. La ciudad se encuentra al sur de la llamada Cuenca del Río Coro, que es de aguas estacionales y pasa al este de la ciudad. La temperatura promedio es de 34C, y la estación de lluvias corre de agosto a diciembre, pero con muy bajas precipitaciones. Esto explica que, de 35 bodas encontradas hasta el momento, el 70% se efectuaran entre agosto y diciembre. En resumen: tenemos una casa habitación con espacios de purificación en la crujía este y de oración en la crujía oeste.

Es de lamentar que no esté a disposición un informe público sobre la mikve y los hallazgos asociados a ella, lo cual impide conocer las hipótesis arqueológicas elaboradas sobre su fecha de construcción o la de su desaparición, sustentadas en aspectos técnicos, como objetos asociados a la habitación donde está ubicada y tipo de materiales empleados en su construcción. Entre lo poco que se pudo conseguir para este texto están segmentos de declaraciones del arqueólogo Carlos Martín, quien dirigió los trabajos y al explicar el hallazgo describió:

 

… capas de calicanto con tres pisos superpuestos separados por 5 centímetros cada uno, para reservar agua pura que no fuese tocada ni recolectada por el hombre y que no se filtrara hacia el suelo. “Se presume que estaba en un espacio libre sin techo y que el agua de lluvia era la que se reservaba”. (…) Durante la excavación se encontró también cerámica indígena que data de entre 300 y 1000 años después de Cristo, cerámica colonial, un centavo de 1876, piezas dentales de seres humanos, restos culturales y óseos, entre otros (Javad News, 2013: 1).

 

Asomamos como hipótesis que esta mikve fue construida tras el segundo retorno de las familias judías a Coro, y bajo la máxima discreción que imponía el saber que parte de la población los rechazaba y el marco legal de 1829 continuaba vigente. Dos familias resultan clave para manejar este escenario: los Curiel Levy Maduro y los Senior Senior. El retorno incluyó varios jóvenes solteros de ambos sexos, entre ellos Isaac Senior Senior –que retomaba los negocios familiares con su hermano David-, Joseph Curiel con varios hijos, las hijas de Isaac Abenatar, los hijos e hijas de Moisés Abinun de Lima; además de otras familias como Capriles, Henríquez Juliao, López Henríquez y Levy Maduro.

El 21 de noviembre de 1860, casan David Curiel y Exilda Abenatar. Dos meses después, el nueve de enero de 1861, casan Isaac A. Senior y Raquel López Henríquez.[12] La lógica permite suponer que estas novias usaron la mikve, que se encontraba en la casa propiedad de David Senior, hermano del contrayente. Joseph Curiel y Abraham Senior, padres de los novios, eran personas muy normativas. Joseph fue mohel para la congregación de Coro, efectuando 35 circuncisiones entre 1829 y 1854.[13] Abraham tuvo en su casa y luego en la de su hijo, espacios para la oración. Joseph fue padrino en la boda de Isaac y Abraham en la de David. Entre 1860 y 1867 hubo ocho bodas. A partir de 1873, cuando se crea el registro civil en Venezuela, es más fácil seguir el curso de estos matrimonios, encontrándose 29 bodas entre ese año y 1921, fecha de la última boda entre judíos residentes en Coro.

Con los años, David Senior residenció en Curaçao, e Isaac asumió las riendas de la casa comercial en Coro, quedando como propietario de la casona. Ya en manos de Isaac, el patio central fue cerrado por su lado sur al construirse un espacioso comedor al fondo, y se colocó una fuente, la cual se alimentaba desde un depósito construido en la esquina sureste del solar, mismo depósito que alimentaba la mikve (González, 2002: 162). El momento en que Isaac Senior deviene en propietario de la casa de la mikve coincide con los inicios del guzmancismo.

 

6.2 El fin de la mikve: cambio cultural y desaparición de la comunidad sefardita de Coro

 

Si cerramos el escenario en torno a la familia Senior, el final pudo haberse dado hacia comienzos del siglo XX, en función de que entre los años sesenta y noventa del siglo XIX hubo una intensa actividad demográfica entre matrimonios y nacimientos de esa familia, y dos mujeres judías hacían vida en esa casa: Raquel López Henríquez y su única hija hembra, Auristela. Allí, en la casa de la mikve, nacieron los hijos de Isaac Senior y Raquel. Tres hijos de esta pareja matrimoniaron también en esa casa, incluyendo a la ya mencionada Auristela, en 1894. El último hijo que contrajo matrimonio fue Morry, en 1905, con Esther Abinun de Lima. Ese mismo año hubo otros dos matrimonios, de otras familias. Isaac Senior había fallecido en 1884, y la casa quedó en poder de su hijo mayor, Josias, quien quizás la haya mandado rellenar antes de partir a residir a Europa, en 1908.

Otra posibilidad es que la casa, administrada por Jacobo Senior –hermano y socio de Josias- haya mantenido aún su mikve hasta 1921, año del último matrimonio conocido entre judíos corianos. Ese matrimonio fue el de Miguel Ángel Senior –hijo de Josias y nieto de Isaac- y Séfora Curiel, y tuvo lugar el primero de octubre de 1921. Los hijos de Josias retornaron a Coro desde Suiza, donde vivían, a raíz de la muerte de su padre, el 15 de octubre de 1918.[14] En este periodo, pudieron haber usado la mikve otras dos parejas: Manasés Capriles Senior y Débora López Fonseca Moreno en 1914, y Daniel Cohen Henríquez y Eliana López Fonseca Moreno en 1918.

Sabemos por memoria oral que desde comienzos del siglo XX los días de guardar, así como las costumbres y prácticas alimenticias tendían a desaparecer, a partir de supresiones o modificaciones tan profundas que les hicieron perder su sentido original. La memoria oral de una sobrina criada por sus tías y una abuela judías, rescata:

 

Mi bisabuelo David nació aquí. Mi abuela Débora y mi padre. Aunque tenían sus costumbres y tradiciones y ellos se reunían, pero ya no por la parte religiosa. Eso se había perdido. Ya no sabían ni cómo se rezaba bien. (…) Mis tías limpiaban muy bien la carne para quitarle las impurezas. Y el cochino, que no era permitido en su religión. Ellas preparaban siempre algo de cochino. Ellas lo hacían por la integración del mundo. Los judíos, decía una de mis tías, tenían esa costumbre por razones de salud. “Nosotras tenemos que adaptarnos al medio que estamos viviendo” (Capriles, 1999).[15]

Thelma Henríquez, última judía practicante de Coro, hoy de 99 años de edad, narra:

 

Yo recuerdo que mi papá conmemoraba –creo que es la palabra- el Kipur, pero él lo conmemoraba de esta manera: cerraba la empresa y nos llevaba a pasear. (…) Yo llegué a creer que el Kipur era un día festivo, no de perdón. (…) Mi mamá no tenía hábitos religiosos de rezos y algo así. La religión era la moral: no robe, no hable mal (Henríquez, 1999).

 

En cuanto a la muerte, las lápidas y estatuaria del cementerio judío de Coro plasman desde el último cuarto del siglo XIX, un llamativo sincretismo religioso. Presenta características muy particulares que lo diferencian del tradicional cementerio judío. Así, hay doce estatuas de ángeles o niños, una plañidera, dos obeliscos, columnas y lápidas decoradas con motivos vegetales y arquitectónicos; esta estatuaria fue característica del último cuarto del siglo XIX y se le conoce como «escultura de encargo, celebrativa y funeraria», con influencias grecolatinas y neoclasicistas, característica de la ascendente burguesía venezolana (Pineda, 1980: 48; Calzadilla y Briceño, 1977: 13); la cual contrasta con la horizontalidad y sencillez de las tumbas más antiguas, en su mayoría innominadas, que siguen el estilo de muchas de las tumbas del antiguo Beth Haim de Curaçao. Debe sumarse a lo anterior la intensa e importante participación en la masonería y el estrecho contacto con masones católicos, generando un clima de liberalismo e intelectualidad que se tradujo tanto en uniones por matrimonio civil como consensuales de varones judíos masones con mujeres gentiles, hijas de masones.

En el último cuarto del siglo XIX hubo 13 parejas casadas en Coro, de las cuales nueve dejaron descendencia, un total de 57 niños. Sin contar los hijos de parejas no casadas en Coro, pero que residieron y tuvieron hijos allí. Doce de estos niños procedieron a enlaces mixtos, y veintitrés –casi todas mujeres- permanecieron solteras. El resto emigró casi en su totalidad. El sentido de la mikve desaparecía.

La tercera década del siglo XX vio el nacimiento de la que puede considerarse la última cohorte de niños sefarditas, de cuya nupcialidad dependía el porvenir demográfico del grupo y que la mikve, si es que aún existía, tuviera algún uso. Eran niños provenientes de tres matrimonios: Débora López Fonseca y Manasés Capriles (1914), con seis hijos; Eliana López Fonseca y Daniel Cohen Henríquez (1918), con tres; y Séfora Curiel y Miguel Ángel Senior, con cinco hijos. Estas novias, suponemos, pudieron ser las últimas en usar la mikve. El devenir de estas familias, sin embargo, no lo hizo posible. De estos 14 niños, ocho quedaron solteros y todos los que casaron lo hicieron con gentiles. De hecho, Séfora Curiel y Miguel Ángel Senior procedieron al bautismo ya siendo ancianos, y todos sus hijos fueron católicos.

 

Conclusiones

 

¿Cómo explicar que, con 29 bodas documentadas en el periodo 1860-1921, la comunidad sefardita coriana haya declinado desde el mismo siglo XIX y la mikve perdido su sentido y función? El marco legal jugó un papel definitivo, al mantenerse en el tiempo la prohibición del culto público, lo cual impuso conductas y prácticas criptojudías durante todo el siglo XIX. Esto debe haber afectado el rito matrimonial y otros, aflorando la información a través del registro civil y no de los archivos comunitarios, que nunca existieron.

Venezuela se negó como país multiétnico y rechazó el pluralismo religioso, toda vez que hubo judíos venezolanos desde inicios de la República, sin los mismos derechos que sus paisanos católicos. Las relaciones culturales y sociales quedaron marcadas por la diferencia. En Coro, siguiendo a Lévinas, dos otredades se enfrentaron a partir de identificarse como opuestas, antagónicas; siguiendo una lógica alejada del núcleo de la alteridad, que implica la comprensión del otro y el respeto a la diferencia y especificidad (Fernández, 2015: 425). Esto enlaza con los sucesos de 1831, 1855 y 1900. Usos, costumbres y cultura sefardita quedaron sujetos al ocultamiento; la autonomía intragrupo –de que gozaron tanto en Ámsterdam como en Curaçao, y que les permitió tener autoridades internas y estructuras administrativas, religiosas y de apoyo mutuo- no fue posible en Venezuela.

A lo anterior se suma que nunca fueron más de unos 400 sefarditas, mismos que vivieron, en simultáneo al represivo marco legal venezolano, un progresivo aislamiento con respecto al grupo judío madre, pues el contacto con Curaçao se fue espaciando, en buena medida por el vaciamiento demográfico de la isla. Súmese la falta de rabino y sinagoga, más las presiones locales de un medio social muy conservador. Todo ello estimuló la asimilación de estos inmigrantes a la sociedad venezolana. Así, el grueso de los residentes judíos corianos fue abandonando sus prácticas religiosas y hábitos culturales, dándose –desde el último cuarto del siglo XIX- numerosas uniones mixtas de varones. Treinta mujeres quedaron solteras entre el último cuarto del siglo XIX y lo que corrió del siglo XX. Trece hombres no dejaron descendencia y dieciséis dejaron descendencia con gentiles.[16]

Es muy probable que las situaciones límites vividas en 1831 y 1855 hayan estimulado este proceso. Tras los motines de 1855, por ejemplo, se dio la conversión al catolicismo de tres varones, entre ellos un hijo y un hermano de Joseph Curiel, y un sobrino de su esposa, Débora Levy Maduro.

También deben considerarse las recurrentes pugnas entre conservadores y reformistas de Curaçao (1841, 1844, 1845, 1847, 1848 y 1849) que culminaron en la escisión del grupo judío curazoleño entre ortodoxos de rito portugués y reformistas de rito estadounidense, en 1864; todo ello mezclado con rivalidades económicas y repercutiendo sobre la comunidad coriana como extensión natural de la curazoleña (Emmanuel y Emmanuel, I, 1970: 370-392).

Otro elemento son las repercusiones del impulso al Estado laico, que estimularon las uniones mixtas a través de matrimonios civiles e impusieron restricciones a ciertas pautas religiosas, como los entierros directos, que fueron prohibidos por nuevas disposiciones sanitarias. Igualmente ha de tenerse en cuenta, aunque no haya prosperado, el brote anti-judío de 1900.

Los sefarditas corianos, sin sinagoga y sin rabino, trataron de preservar, en la medida de lo posible, la práctica religiosa, llevados de la mano de los mayores, los que emigraron a comienzos de la República y tenían una fuerte carga de ritualidad, como Joseph Curiel y Abraham Senior. El secretismo y ocultamiento de estos espacios se torna, reafirmamos, en una especie de retorno al criptojudaísmo, pues, aunque no se negaba la fe religiosa, se ocultaba su práctica. El retorno a Coro después de 1855 se hizo en medio de las mayores prevenciones y discreción en materia del cumplimiento de la norma religiosa. El ocultamiento y el temor soterrado se hicieron, quizás, costumbre; y ya ni los aires de progreso y liberalidad guzmancista cambiaron el rumbo de esta comunidad, que se enrumbaba a su desaparición.

La pérdida de parámetros de identidad les llevó en forma progresiva a buscar nuevas formas y opciones para presentarse ante el colectivo, ello significó una redefinición de la identidad personal y social. Individuos y familias optaron por soluciones diversas que culminaron en la desintegración de la comunidad, bien por soltería sin descendencia (femenina y masculina), por emigración de las familias, por uniones mixtas con la formación en el catolicismo de los descendientes e incluso por conversiones tardías, como las de Miguel Ángel Senior Álvarez Correa y su esposa.

Hoy, la comunidad judía de Coro no existe. La mayoría de los descendientes, ya educados como católicos, reconocen sus antecedentes sefarditas. Todos ellos confluyen, de diversas maneras, en la preservación del legado que esta comunidad dejara en Coro y su región de influencia.

 

REFERENCIAS

Libros

Asamblea Nacional. Textos constitucionales 1811-1999.
Caracas: Servicio Autónomo de Información Legislativa, 2003. Impreso.

Bakkum, Maarten-Jan. La comunidad judeo-curazoleña de Coro y el pogrom de 1855.
Caracas: INCUDEF-Centro de Investigaciones Históricas del Estado Falcón-Biblioteca Óscar Beaujón Graterol, 2001.
Impreso.

Calzadilla, Juan y Pedro Briceño. Escultura/Escultores. Un libro sobre la escultura en Venezuela.

Caracas: Maraven, 1977. Impreso.

Carciente, Jacobo. La comunidad judía de Venezuela.
Caracas: Asociación Israelita de Venezuela, 1991.
Impreso.

Carciente, Jacobo. Presencia sefardí en la historia de Venezuela.
Caracas: Asociación Israelita de Venezuela, 1997.
Impreso.

Carrillo, Tomás. Leyes económicas de la república aristocrática. Régimen del general José Antonio Páez 1830-1848 3 vols.
Caracas: Academia Nacional de Ciencias Económicas, 1995. Impreso.

del Castillo, Pedro. Teatro de la legislación colombiana y venezolana 2 vols.
Valencia, Venezuela: Imprenta del Teatro de Legislación, 1852.
Impreso.

Emmanuel, Isaac y Suzanne Emmanuel. History of the Jews of the Netherlands Antilles 2 vols. Cincinatti, Estados Unidos: American Jewish Archives, 1970. Impreso.

González, Carlos. Coro. Historia de su conservación monumental.
Caracas: Fundación Banco Mercantil, 2002.
Impreso.

Kaplan, Yosef. Judíos nuevos en Ámsterdam.
España: Gedisa, 1996.
Impreso.

Lovera, Elina. De leales monárquicos a ciudadanos republicanos. Coro 1810-1858.
Caracas: Academia Nacional de la Historia, Col. Fuentes para la Historia Republicana de Venezuela, N° 87, 2007. Impreso.

Pineda, Rafael. Narváez. La escultura hasta Narváez.
Caracas: Ernesto Armitano, 1980.
Impreso.

Rey, Juan. Huellas de la inmigración en Venezuela.

Caracas: Fundación Polar, 2011. Impreso.

Documentos de Gobierno

República de Venezuela. Gaceta de Venezuela. Trimestre I, N° 11. Valencia: 20-03-1831. Impreso.

 

Revistas

Fernández, Olaya. “Levinas y la alteridad: cinco planos”. Brocar. Cuadernos de Investigación Histórica 39 (2015): 423-443. Impreso.

Sefamí, Jacobo. “Memoria e identidad en la literatura sefardí y mizrahi en Latinoamérica”.
Sefarad 62.1 (2002): 143-167. Impreso.

Entrevistas

Capriles Granadillo, Débora. Entrevista personal. 23 de marzo de 1999.

Henríquez López Fonseca, Thelma. Entrevista personal. 6 de abril de 1999.

Disertación o tesis

Mercado Contreras, Rubén Darío. “La Iglesia Protestante en Mérida. Siglo XX (Una aproximación a la historia del protestantismo en Venezuela)”. Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela, Facultad de Humanidades y Educación, Escuela de Historia, 2006.

Publicación periódica en línea

 “Hallazgo arqueológico de mikve judío en el Museo Alberto Henríquez de Falcón”. Jabad Lubavitch de Venezuela. Jabad News. 20 de diciembre de 2013. 17 de noviembre de 2021 ˂http://www.jabadve.com/media/pdf/791/psVW7910155.pdf>

 


[1] Esta información se encuentra en el Libro de Registro de ciudadanos holandeses que ingresan a Curaçao (Abril 1822-Diciembre 1825), cuyo original se conserva en Archivo Nacional de Curaçao. Hay varios libros que permiten hacer seguimiento a ingresos y egresos de ciudadanos neerlandeses y de otras nacionalidades, hasta cuando menos los años sesenta del siglo XIX.

[2] Las llamadas islas ABC (Aruba, Curaçao y Bonaire) no tienen ríos ni fuentes de agua que los sustituyan. En el periodo hispánico fueron conocidas como las “islas inútiles”, debido a que su clima, falta de agua y calidad de la tierra no permitía que prosperara actividad económica alguna.

[3] El expediente completo de estos disturbios reposa en Archivo General de la Nación (Caracas), Sección Interior y Justicia, Tomo XXXVIII.

[4] En Venezuela hubo nueve cartas magnas en el periodo que interesa para este texto, las cuales se recorren en este inciso centrando la atención en la libertad de religión: 1830, 1857, 1858, 1864, 1874, 1881, 1891, 1893 y 1901.

[5] Aizenberg, 1995: 100.

[6] El periodo guzmancista o guzmancismo abarcó el lapso 1870-1887. Antonio Guzmán Blanco dominó el escenario político venezolano, ejerciendo la presidencia durante casi 14 años, alternando con otros que le sustituían brevemente en el poder ejecutivo, pero conservando Guzmán Blanco el control del país.

[7] El Archivo Familiar de César Maduro (Coro), descendiente de sefarditas corianos, conserva todos los panfletos y otros documentos relacionados con los eventos de 1900 y con el antisemitismo en el periodo de la Segunda Guerra Mundial. Este conjunto fue producto de las inquietudes que sobre el tema tuvo Salomón Levy Maduro Vaz (1873-1964), último oficiante que tuvo la comunidad judía de Coro.

[8] Tanto las nacionalizaciones como los datos educativos proceden del Archivo General de la Nación (Caracas), Sección Interior y Justicia.

[9] La Sección de Causas Criminales del Archivo Histórico de Falcón, aportó la información que permitió conocer las repercusiones de los eventos de 1855 en poblados cercanos a Coro.

[10] El Archivo Histórico del Estado Falcón tiene una sección de testamentarías, con documentos que cubren el periodo colonial y el republicano. Este testamento se encuentra en la Caja 18, que carece de índice.

[11] Este A. H. García es Francisco Apolinar Henrique García, quien aparece como funcionario público tanto en tiempos coloniales como republicanos. Hizo fortuna en la post independencia, adquiriendo propiedades particularmente en la península de Paraguaná. Formó parte de la nueva elite política venezolana.

[12] Estas bodas, y las de 1873 en adelante, se ubicaron en el Archivo Histórico del Estado Falcón. Las del periodo 1860-1867 en la Sección Instrumentos Públicos, Tomos 68, 69 y 70; y de 1873 en adelante en la Sección Registro Civil.

[13] Estas circuncisiones fueron reportadas a la congregación madre, en Curaçao. Quedaron asentadas en el Libro identificado en su portada como Registro B de la Comunidad Mikve Israel, el cual se conserva en la Biblioteca Mongui Maduro, de Curaçao.

[14] Los restos de Josias y los de su esposa, que murió en Coro en 1930, fueron trasladados para su descanso definitivo en el Cementerio Judío de Berg Altena, en Curaçao.

[15] Estas fueron mujeres nacidas en los años ochenta del siglo XIX, que llegaron a avanzada edad, falleciendo en los años sesenta y setenta del siglo XX.

[16] Estas cifras se obtuvieron a partir de contactos con descendientes de esas uniones, y de documentos ubicados en el Archivo Histórico del Estado Falcón.