Artículo publicado en:
El Libro del Oro de Venezuela
Edición BCV.
2010. Pp. 5-29.
Autores:
Blanca De Lima / Jorge Jaber
1.
El Escenario1
… y creo que si yo
pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que más
alto que fallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las
aguas; no porque yo crea que allí donde es el altura del extremo sea navegable
ni agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso
terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina.
Cristóbal Colón
1.1 Geografía y maravillas del siglo xvi
La historia de la
conquista del Nuevo Mundo es la historia de una alucinación colectiva, de un
espejismo, de aventuras sin fin en lugares desconocidos, en una tierra que los
rudos marineros imaginaron poblada por un bestiario tan magnífico como temible:
sirenas, cinocéfalos y cíclopes; amazonas, hombres con cara de perro, grifos y
caníbales. Pero también por minúsculos ruiseñores, tal como se decía era el
paraíso. Tierra de plantas extraordinarias como la pimienta, la canela, el
ruibarbo, la almástica, palo brasil, lináloe y la nuez moscada. Espacios
incógnitos donde acechaban enormes serpientes y volaban papagayos con el telón
de fondo de una vegetación verde lujuria. Pero, más allá de milagros y
horrores, el Nuevo Mundo fue una ilusión hecha de oro, de montañas de oro.
Pero este espejismo
–como siempre ocurre– brillaba en el horizonte mas no estaba en él. No surgía
de los tiempos por venir, por el contrario, era un ensueño que emergía del
pasado grecolatino. Surgía de la memoria y no del cálculo. Quienes lo
describían fijaban su mirada en los clásicos, y de
la mano de ellos imaginaban a esos grifos, ruiseñores, árboles de canela y ríos
de oro que luego aseguraban haber visto. Para venir o enviar sus naves los
reyes, sabios, marinos y mercaderes discutían con vehemencia sobre las
precisiones geográficas heredadas de Aristóteles, Ptolomeo, Estrabon, Plinio...
y entre todos estos sabios, el más reciente de los viajeros célebres: Marco
Polo.
El pasado que
alimentaba las visiones de estos hombres del siglo xvi tenía más peso mientras más lejano era. Tal vez el
primero en reconocer esto fue Alejandro de Humboldt cuando advirtió que los
escritores renacentistas tendían: “a buscar en los pueblos nuevamente
descubiertos todo lo que los griegos nos han enseñado sobre la primera edad del
mundo y sobre las costumbres de los bárbaros escitas y africanos” (Humboldt en
Gil, t. I, 1992, p.15). Demetrio Ramos, al hablar de algunos conquistadores,
ilumina así la cuestión: “...van en busca de un interior que no ven, porque le
llevan dentro de sí” (1987, p. 87).
Juan Gil lo sintetiza de manera lapidaria: “... así lo pedía la historia y así
tenía que ser”. (t. III, 1999, p.11)
En fin, la quimera del
oro se había apoderado de un mundo viejo que miraba ansioso emerger el Nuevo
Mundo, imaginado y temido por siglos. Cristóbal Colón con sus viajes, sus
cartas, su diario y su testamento, publicitó las riquezas de estos mares y
tierras, en mucho exagerada por así convenir a sus intereses; pero, sobre todo,
su visión geográfica, para la mayoría ratificada en los hechos por más
polémicas que se desataran. En adelante el viejo oriente –ahora el Nuevo Mundo–
pasó de ser una leyenda a tener coordenadas precisas; el mito se convirtió poco
a poco en práctica cotidiana; de los navegantes heroicos se terminó en
empréstitos y los milagros requirieron de banqueros.
Finalizando la tercera
década del siglo xvi, cuando
empieza nuestra historia, ya era posible llegar al Nuevo Mundo de manera más o
menos segura y rutinaria. Recordemos que la polémica más apasionada trataba de
precisar a cuál de las tierras descritas por los clásicos se correspondía cada
una de las islas y tierras avistadas por los enviados del rey, de cualquier
rey. Era un problema práctico. Los componentes teológicos y filosóficos que
acompañaron desde siempre a la geografía, tornándola en espacio de unos pocos
sabios, quedaron a un lado. La esfericidad de la Tierra, por ejemplo, terminó
siendo asunto de marinos y no de teólogos.
Toda polémica giraba en
torno a dos acuciantes incógnitas: dónde estaba el oro y dónde el otro paso al
mar del Sur, discusión soportada tanto en la convicción de que los clásicos
aportaban datos por demás exactos, como en que los descubrimientos confirmaban
a plenitud a los geógrafos de la antigüedad. Sin embargo, entre los ensueños y
lo encontrado medió la tragedia, pues nunca se correspondió la geografía
imaginada con la geografía real. Así, desde la antigüedad se asociaba a los
seres extraordinarios, como las amazonas, con las inmediaciones del oro y demás
riquezas. En la América del siglo xvi
los europeos oyeron muchas veces, o quisieron oír, noticias de la proximidad de
las amazonas, los seres inmortales y otros portentos; lo que despertó de
inmediato los más dulces sueños áureos.
Lo cierto es que en el
Coro de 1529, españoles y alemanes tenían la mirada puesta en el imaginario
país del oro y el otro paso al mar del Sur: un camino que, deducían, los
llevaría con mayor celeridad a los tesoros. El nuevo pasadizo secreto estaba,
o debía estar, según calculaban, entre la ruta al mar del Sur descubierta por
Vasco Núñez de Balboa en 1513 –lo que hoy es Panamá– y el estrecho de
Magallanes, descubierto en 1522. Pero lo que mediaba entre ambos puntos era lo
que hoy llamamos América del Sur, nada menos que los llanos y la selva
amazónica con sus tormentosos ríos y sabandijas de toda clase, fiebres,
desiertos y lagos inmensos; hambre, un clima enloquecedor, la humedad que todo
lo pudría, ciénagas. Millones y millones de kilómetros cuadrados, todo ello
cruzado a lo largo por la siempre nevada cordillera de los Andes, más alta e
imponente que cualquiera del Viejo Mundo.
Y en medio de toda esta
vasta y magnífica visión geográfica, en parte imaginaria y en parte real, cabe
preguntarse por qué eligieron Coro. Recordemos que la costa septentrional de
Tierra Firme había sido imposible de conquistar, y que
durante la primera mitad del siglo xvi
subsistió la esperanza de encontrar un paso entre los golfos de Castilla del
Oro –hoy costa colombiana– y de Venezuela a las islas de la especiería; en
virtud de lo excesivamente largo del trayecto por la ruta magallánica. Unos lo
buscaron por el río de la Plata, el Magdalena o el Amazonas; otros cayeron embrujados
por las posibilidades del lago de Maracaibo. En todo caso, lo que hoy es Coro
estuvo en el ojo del huracán, pues, como
sospecha Juan Gil, era un lugar privilegiado: ya Manaure le había ofrecido a
Juan de Ampiés –nombrado en 1511 factor en La Española por el rey Fernando -
pacificar la zona y guiarlo hasta el mar del Sur; sin duda, suficiente razón
para que los Welser le pidieran al endeudado rey de España ese pedazo de árida
tierra. (1999, t. III)
Pero si Alfinger llega
a estas costas en 1529 y Carvajal asesina a von Hutten en 1546, principio y fin
del sueño dorado Welser; 1531 marca el otro hito: la conquista de Perú por
Francisco Pizarro. Por fin oro y plata en abundancia, grandiosa confirmación de
todas las leyendas. Además encuentra esmeraldas, lo cual confirmaba lo
establecido por Cayo Julio Solino en su De
Mirabilibus Mundi. Ahora urge, más que nunca, localizar el lugar donde
nacía el oro y el paso directo al mar del Sur. La competencia fue inmediata y
desalmada.
2. Amos por voluntad real
El 27 de marzo de 1528, Enrique
Ehinger y Jerónimo Sailer firman el contrato que les daba la capitulación sobre
la provincia de Venezuela. En 1530 traspasan los derechos a Bartolomé y Antonio
Welser; la Tierra Firme vivirá, de la mano de sus gobernadores, los años
dorados de la aventura alemana.2
2.1
Juan el sencillo cristiano y Ambrosius el hombre de piedra
El 24 de febrero de 1529 los bajeles
alemanes recalan en la bahía de Coro. El mismo día desembarcan la tropa y la
oficialidad, compuesta de aventureros alemanes, españoles y portugueses,
e incluso algunos negros de Nueva Guinea. Suman 700 hombres y cuentan con 80
cabalgaduras (Castellanos, 1987; Humbert, 1983). Tocan tierra enmarcados por el
golpe marcial de los tambores de guerra, las trompetas, el ruido de las armas y
el bufar de los caballos; y así marchan hasta Coro, donde los
recibe Juan de Ampiés. Llegan vestidos con jubones de seda, calzas de paño y
tocados con penachos de plumas de colores. Se sienten ricos y poderosos. Ha
llegado ostentando el mando Ambrosius Alfinger, emisario alemán y Gobernador,
por voluntad real, de la provincia de Venezuela.
El enfrentamiento sobreviene a los pocos
días y es protagonizado por Ampiés y Alfinger. Aquél renuncia de inmediato a la
defensa militar de su ansiada posesión y acata la voluntad real, quedando
Alfinger como gobernador. Febril, el tudesco nombra cabildo, reparte solares,
inicia la construcción de la iglesia, de la cárcel y de la horca. En fin, pone
todo en orden. El hispano presenta el recién llegado a los caciques, logrando
de estos una buena acogida. Sin embargo, a los pocos días y de manera
sorpresiva, Alfinger ordena encarcelar a Juan de Ampiés; le acusa de
soliviantar a la tropa para abandonar Tierra Firme y refugiarse en Curazao. De
este suceso nació una imagen contrastada que permitió a Arciniegas (1990)
retratar un Alfinger duro, un hombre de piedra, en oposición a un Ampiés
sencillo y cristiano.3
Los sueños del factor Ampiés se truncan.
Encarcelado, firma un documento que le excluye en forma definitiva de la
conquista de Tierra Firme. Se comprometió a viajar hasta La Española sin
cambiar de ruta y no volver al continente; y en efecto, nunca retornó a Coro,
donde se asentó por cerca de veinte años la administración Welser.
3. Alfinger parte tras el otro mar
Si bien es verdad que como
entonces andaban vivas las nuevas de la grosedad del Perú y cada día iban
creciendo, pretendía por aquella parte llegar presto allá, por ver que su
gobierno se extendía hasta el mar del Sur.
Fray Pedro Simón
3.1 Hacia el Coquibacoa
Alfinger se encuentra en Coro con
Esteban Martín y Pedro de Limpias, antiguos subalternos de Juan de Ampiés.
Martín será el cicerone de los alemanes, a los que unirá su destino en la
aventura que pronto iniciarán. Puso al servicio de la causa del rey su
conocimiento de la lengua de los nativos, tesoro invaluable, sobre todo en los
primeros tiempos. Pedro de Limpias, también conocedor de las lenguas indígenas,
participará en las expediciones de Alfinger y marchará con Federmann hasta
Bogotá, pero su figura destacará en el escenario de esta historia a partir de
1541 junto a Philipp von Hutten.
En agosto de 1529 Alfinger ordena la
partida. Son 180 hombres y los guía Martín (Friede, 1961)4; eligen el occidente como ruta, buscan el mar
del Sur. Está convencido de que su gobernación llega hasta el otro mar. Ningún
europeo, hasta donde se sabe, conocía más allá de las inmediaciones de Coro; lo
demás dormía en el país de los sueños, desde donde surgían ciudades de oro,
bañadas por inagotables ríos que arrastraban en sus aguas el precioso metal.
Divididos, unos por mar y otros por
tierra, avanzan hacia el ocaso. En la caravana van mujeres y niños. Cruzan un
paisaje caliente de cardonales y espinas, horizonte de tierra dura, seca y
amarilla; de un cielo azul impío y sin agua. Tierra de culebras y matorrales,
siempre flanqueada al Sur por la sierra y al Norte por un mar sin estruendo,
tierra por conquistar. Dura debió ser la travesía hasta llegar al lago de
Coquibacoa, el 8 de septiembre (Friede, 1961). En la otra ribera encuentran un
asentamiento y una vasta planicie que perciben estéril. Están en Maracaibo.5
Maracaibo, tierra donde indios de gran
habilidad marina según los cronistas, vivían en palafitos. Tierra de hombres de
buena disposición y mujeres de buena gracia y hermosas, como dijera fray Pedro
Simón (1987). Tierra de aborígenes atrevidos y belicosos en el agua, donde
nació el nombre de Venezuela según nos narra Aguado (t. I, 1963). Allí, Alfinger deja instalado
un pequeño poblado, su escribano tendrá un papel decisivo en esta historia; se
trata de Juan de Carvajal. Se encuentran, según sus cálculos, a 40 leguas de
Coro. (Simón, 1987)
Cuenta Aguado que: “había y hallose
algún oro entre los naturales, mas no era en tanta cantidad como los españoles
y sus gobernadores quisieran”. El oro fue enviado a Coro junto con algunos
indios capturados a cambio de tropas frescas y bastimentos (t. I, 1963, p. 63).
Desde el borde oeste del lago continuaron derrotero hacia la península de la
Goajira. En el curso de esta expedición murieron 70 de los 180 hombres que
partieron, menos por encuentros de guerra y más por los rigores de la
exploración; en diez meses recorrieron 400 leguas (Friede, 1961). Oviedo y Baños
describió los excesos de Alfinger con su propia hueste: “castigando por leves
causas con azotes, horcas y afrentas a muchos hombres de bien”. (2004, p. 35)
Exploraron el gran lago, husmearon hasta
los más recónditos lugares buscando sin cesar el paso secreto, que constituía
su objetivo principal. Con asombro, cuenta fray Pedro de Aguado (1963) que
Alfinger utilizó una canoa hecha de un solo madero, donde cabían cuando menos
40 hombres y seis caballos; y que nunca volvió a verse una igual. Y aunque el
estrecho no apareció el Gobernador concluyó y escribió: “y es de pensar y se
piensa que la dicha laguna toca en el Mar del Sur, por muchas y legítimas
razones” (Friede, 1961, p. 182). Enfermo de fiebres, tras casi un año de
expedición, ordenó el retorno a Coro. Allí, se encuentran por primera vez
Ambrosius Alfinger y Nikolaus Federmann.
4. Un capitán suavo, blanco y pelirrojo
Cuando Nicolás Fédermann se acaricia la barba
bermeja y sus ojos azules miran la línea del horizonte en donde se tocan el
cielo y el mar, quizás sueñe en que el castillo de madera que ahora le lleva al
Nuevo Mundo, tornará navegando sobre olas de oro.
Germán Arciniegas
4.1 Gobernador sí, gobernador no
“En el año de mil quinientos
veintinueve, el segundo día del mes de octubre, salí yo, Nicolaus Federmann, el
joven, natural de Ulm, de Sanlúcar de Barrameda, puerto de mar en España”
(1988, p. 156). Natural de Suavia, de rostro blanco y pelirrojo, hombre culto,
de 29 años, que ha sido nombrado capitán de un barco y de 123 hombres de
guerra, todos españoles. Lo acompañan además 24 mineros alemanes. Tiene
instrucciones de ponerse a las órdenes de Ambrosius Alfinger, Gobernador en las
Indias de la Mar Océano.
Al desembarcar en Coro, el 8 de marzo de
1530, conoce que Alfinger partió hace meses al mando de una expedición en busca
de los pasos secretos; que con sus fuerzas camina hacia el corazón mismo de
esta tierra; que tal vez ha encontrado tesoros y minas de oro, pero que durante
todo ese tiempo no se han tenido noticias suyas ni de su tropa. El país, dice
Federmann, lo gobierna Luis Sarmiento. El 18 de abril arriba una armada de tres
navíos que envían los Welser, a bordo de la cual viene Hans Seissenhofer,
designado en Europa sucesor de Alfinger, pues temen no regrese de su expedición
y que el español Sarmiento no represente en forma adecuada sus intereses. El
nuevo gobernador, llamado en Coro Juan el Alemán debido a su complicado nombre,
depone a Sarmiento y nombra a Federmann teniente general.
De manera sorpresiva, 15 días después
llega Alfinger con el resto de la expedición y retoma sus funciones. La
situación en Coro es tensa, los grandiosos tesoros no acaban de aparecer; sin
embargo, el sentimiento general era que estaban muy cerca. Alfinger ha
regresado con las manos casi vacías, de paso a La Española según él para curar
su enfermedad, pero llevando parte del oro habido en la expedición.6 Por esos días llegan a la Gobernación noticias
alarmantes; en Santa Marta y Cubagua preparan marchas al interior. Todos
pretenden llegar primero adonde nace el oro. Y Federmann aprovecha la
situación; convence a la tropa de seguirlo. Ha sido designado por Alfinger
teniente de gobernador, capitán general y alcalde mayor de Coro; con esta
autoridad decide partir.
4.3 Federmann hacia el mar del sur
Federmann se justifica y escribe:
Al
encontrarme en la ciudad de Coro con demasiada gente innecesaria e inactiva,
determiné emprender un viaje tierra adentro, hacia el mediodía o Mar del Sur,
con la esperanza de hacer allí alguna cosa de provecho. Preparé todo lo
necesario para tal viaje y el 12 de septiembre del año treinta partí con ciento
diez españoles a pie y dieciséis a caballo, con un centenar de indios naturales
del país, pertenecientes a la nación llamada de los Caquetíos, que llevaban
víveres y otras cosas necesarias para nuestra seguridad y abastecimiento.
(1988, p. 169)
Regresan
a Coro el 17 de marzo del año siguiente. La expedición había llegado más allá
de Barquisimeto, hasta el hoy estado Portuguesa; algo del sueño dorado traían
en sus manos:
En
todos estos pueblos o aldeas de esta provincia de Variquecimeto nos dieron
muestras de buena amistad y nos hicieron regalos sin obligarles a ello, sino
por su propia voluntad y por un valor de tres mil pesos oro, que son alrededor
de 5.000 florines del Rhin, pues son gentes ricas que tratan, trabajan,
elaboran y venden oro. (Federmann, 1988, p. 191)
No
obstante, en su ruta la amenaza, el saqueo y la muerte acompañaron a la
negociación, quedando confederados múltiples pueblos de diez naciones indias.
En su Historia Indiana, Federmann
deja constancia de haber encontrado criaturas asombrosas, desde caníbales y
guerreros indomables hasta enanos y negros. Pero sobre todo, escuchó lo que
quería escuchar:
En
esta provincia [Barquisimeto] oí hablar de otro mar, que llaman del Sur o
Mediodía, que era precisamente el que pensábamos alcanzar y que, como ya he
dicho antes, era la causa principal de nuestro viaje; pues allí era donde
esperábamos encontrar más que en ningún otro lugar grandes riquezas en oro,
perlas y piedras preciosas,… (1988, pp. 192-193)
Antonio de Naveros, contador de la
expedición, supuso por su parte que: “… en las dichas sabanas [Barquisimeto]
había sierras rasas donde había muchos nacimientos de aguas y tenían mucha
disposición para haber en ellas oro”. (1988, p. 286)
Pero a Federmann le falta por enfrentar
la otra cara del poder. Cuando llega a Coro, el gobernador Alfinger,
restablecido en La Española y en plenas funciones, lo hace aprehender. Lo acusa
de haberse tomado atribuciones que no le correspondían. Sin duda el gobernador
ha pasado tiempos de gran incertidumbre, temiendo que fuera a su intrépido
lugarteniente al que se le rindiera, antes que a nadie, la diosa Fortuna.
Pronto, lo más rápido que puede, lo envía acusado a Europa. Después de resolver
el obstáculo que le significaba el ambicioso Federmann, prepara su segunda
expedición. Corre el año 1531.
5. Hacia el valle de Upar
… más adelante la vía del sur
había muy grandes poblaciones todos de condahuas y era tierra de muy grandes
sabanas y muchos arroyos de los cuales decían que sacaban el oro.
Esteban Martín
5.1 El país de Cuandi
Coro, principios de 1531. Alfinger tiene
el camino libre, la Regencia lo ha confirmado Gobernador en nombre de los
Welser. El 9 de junio parte la comitiva; cuarenta jinetes y 250 infantes. Como
la vez anterior caminan buscando Maracaibo. Una vez más van hacia el mar del
Sur, pero su derrotero los llevará por nuevos rumbos. Creen conseguir su
objetivo siguiendo el valle de Upar, al que imaginan como un gran portillo por
entre las montañas. Saben que en aquella ruta habitan indios que viven del
trueque de sal por oro. Esteban Martín al observar el paisaje concluye:
“tenemos por muy cierto que habrá oro de minas por la gran disposición de la
tierra”. (1988, p. 254)
Llegan a territorio de los pacabueyes,
en la hoy región colombiana de Valledupar. Según Aguado, la laguna de
Tamalameque y sus islas desatan la violencia: “[los indígenas] casi ponían por
señuelo el oro y riquezas que tenían, entendiendo con la vista de ello
atormentar los codiciosos ánimos de los españoles y su gobernador” (t. I, 1963,
p. 69). José de Oviedo y Baños, siguiendo a los primeros cronistas, describe el
encuentro: “como furias desatadas, talaron y destruyeron amenísimas provincias
y deleitosos países” (2004, p. 34). El 6 de enero de 1532, Alfinger envía el
tesoro arrebatado con el capitán Iñigo de Vascuña, al mando de 24 hombres.
Según inventario se llevaron:
Mil
setecientos veintitrés caricuries, grandes y chiquitos; mil cien orejeras de
filigrana, dos mil trescientos treinta y un canutos, mil cuatrocientos
cincuenta y tres manillas, treinta y tres pesos de brazaletes, diecisiete
águilas, cuatro cemies, una cabeza de águila, nueve figuras de indio, una
figura de mujer de oro fino, grande; dieciocho orejeras de andanas, una cabeza
grande de cemi con una diadema, veinticinco orejeras redondas y otros. (Friede,
1961, pp. 197-198)
Con el mar del sur en la mira, le ordenó a Vascuña
ir: “por una tierra en descubrimiento de una laguna [próxima a la de Maracaibo]
de que tenía noticia de dichos indios” (Ramos, 1987, p. 68). Llevan como misión
adicional reclutar tropa fresca. Vascuña decide en secreto seguir una nueva
ruta que calcula más directa.
Partido Vascuña
reanudan la marcha y llegan a Tamara. Cuenta Esteban Martín que allí se trabaja
el dorado metal con yunques, hornos, martillos y balanzas. El sueño del oro se
precipita en cada nombre que emerge de las voces indias. Cada pueblo, cada
laguna, aproxima a los tesoros. Cimpachay, laguna de Zapatosa, Cumiti… y
Cuandi, Coyandin, Cayandin, tan famoso que es el lugar más nombrado en 100
leguas: “Decíannos de cayandin que tenían los indios tanto oro que si allá
fuésemos no tendríamos en qué traerlo” (Martín, 1988, p. 259). Tres días se
precisaban para atravesar Cuandi, y en sus numerosos ríos el oro corría libre.
El mar del sur queda en suspenso. Avanzan eufóricos, pero el infranqueable
Magdalena los detiene.
Seis meses de conquista
produjeron “más de cien mil castellanos de oro fino, sin lo que ocultaron los
soldados, que fue cuasi otro tanto” (Oviedo y Baños, 2004, p. 37). El oro
conseguido fue producto de tal cuota de violencia conquistadora que Baralt
(1960, p. 168) la calificó de “inútil y asoladora”, Tarre (1986) de genocida y
hasta hoy es tema de controversia para la historia de Colombia y Venezuela.
5.2 El tesoro perdido
de Vascuña, la muerte de Alfinger y el regreso a Coro
Pero
Vascuña no volvía. El hambre los agobia y a falta de alimentos buenos son los
caracoles de la ciénaga. Alfinger, preocupado por el destino del oro, envía a
Esteban Martín con 20 hombres a investigar. Vuelve a encargar refuerzos y,
además, pide lo necesario –incluyendo carpinteros– para construir barcos con
los cuales derrotar al Magdalena y alcanzar Cumiti y Cuandi. Parte Martín el
día de san Juan de 1532. Tardan 34 días en llegar a Maracaibo y no encuentran
señales de Vascuña y su grupo. Retornan al campamento y reunidos deciden
acometer una vez más el paso del Magdalena. Intentan llegar a Cuandi, pero el
torrente los detiene. En contra de los deseos de la tropa, Alfinger renuncia al
asalto. Acuerdan volver a Coro.
Retornan
con un tesoro ensangrentado, el de Vascuña lo dan por perdido. Sólo desean
alcanzar la costa para poner a salvo lo ganado. Creen encontrarse al sur de
Maracaibo, pero en realidad están perdidos. Alcanzan montañas nevadas y
despeñaderos; vagan por los páramos andinos. Por fin un pueblo, cuando llegan
lo encuentran quemado. Se desvían al noreste y dan con el paso a las zonas
bajas. Están exhaustos.
Las nieves han quedado
atrás. Buscan la salida al lago de Coquibacoa. Esteban Martín sale por delante,
pero tarda demasiado. Alfinger, impaciente, decide seguirlo. La tropa le pide
cautela. El tudesco desdeña el consejo, alcanza a Esteban y continúan juntos.
En una escaramuza en el valle de Chinácota –hoy departamento colombiano del
Norte de Santander– un dardo envenenado “que las venas rompió de la garganta”
alcanza la humanidad de Ambrosius Alfinger. El comandante germano agoniza
durante tres días. Muere en medio de los más terribles dolores. Desde entonces
“por morir allí tan cabal hombre, al valle le quedó su mismo nombre”
(Castellanos, 1987, p. 207). Según Friede (1961) debió morir el último de mayo
de 1533. El 1º de junio leen el testamento del gobernador y eligen como nuevo
Capitán a Esteban Martín.
Continúa el retorno a
Coro. Un día encuentran un indio que se les acerca amigable y les habla en
castellano. Es Francisco Martín, uno de los hombres de Vascuña. Cuenta la
historia del oro perdido. El capitán Vascuña había decidido seguir una nueva
ruta, más corta; primero repartió el tesoro entre los soldados,
pues pesaba más de ciento diez kilos. Pronto se extravió la expedición. Vagaron
por días sin rumbo, sin agua y sin bastimentos. Aparecieron las temidas úlceras
en piernas y pies, Vascuña sucumbió a ellas. No podían cargar más, ni el oro.
Decidieron enterrarlo en un bosque, al pie de un gran árbol. Iñigo de Vascuña
murió cerca de Maracaibo.
Por último, Martín
contó que unos indígenas lo encontraron y sanaron; y terminó viviendo entre
ellos, convertido en curandero y unido a la hija de un cacique. Gracias a su
intervención la comitiva es recibida en la aldea. Cuando parten hacia Coro se
les unen Francisco Martín y su mujer. Llegan el 2 de noviembre de 1533. La
expedición demostró que en la zona de los pacabueyes había oro. Sin embargo, en
su relación sobre esta avanzada Esteban Martín escribió, desilusionado, al
hablar sobre el lago: “pensábamos que había estrecho de mar para la tierra
adentro, el cual no hay”. (1988, p. 272)
6. Otra vez Nikolaus
Federmann
… entre 1533 y
1536, en el área que se extiende de las
bocas del Orinoco a Maracapana se ha renovado una conciencia muy sólida
de que, al interior, donde los ríos llaneros tienen sus cabeceras, había un
rico país bajo la línea equinoccial del que procede todo el oro que llega a las
costas del Caribe y de la mar del Sur.
Demetrio Ramos
6.1 Todos contra los
Welser y todos hacia el mar del sur
Ambrosio de Alfinger ha
muerto. Brota el resentimiento español. Los colonos se sublevan contra los
alemanes, a quienes consideran usurpadores. Estalla en 1533 la primera rebelión
que vive Coro. Abundan hombres frustrados, desesperados y empobrecidos. Entre
las reclamaciones destaca una: incluir el valle de Upar en la Gobernación de
Venezuela, pues éste era considerado vía segura hacia el otro mar y hacia las
riquezas de tierra adentro.
La administración
alemana obra con desacierto. Incurre de manera reiterada en faltas administrativas;
evade los pagos que debe hacer a la Corona y, sobre todo, contrabandea. A pesar
de todo, Carlos V respalda las medidas que los Welser aplican. La burocracia
española se duele y se opone cada vez con mayor fuerza. En 1533 y 1534
estallarán protestas cada vez más serias, pero siempre se impondrán las
posiciones de los Welser. Los banqueros ignoran a las autoridades intermedias.
Por si fuera poco, se saltan a la Audiencia de Santo Domingo y sus engolados
empleados reales, que nunca dejaron de sentir apego por la causa de Juan de
Ampiés.
Aparece entonces el
obispo Rodrigo de Bastidas, nombrado primer obispo de Coro, segundo de Tierra
Firme, quien llega a Coro en 1534 como gobernador interino, con la
misión de evaluar la situación e informar de lo que encuentre a la Corte. A su
arribo enfrenta las pugnas entre alemanes y españoles, logrando apaciguar los
ánimos.
El triunfo de los
españoles fue relativo; las diversas cédulas reales de fines de 1534 e inicios
de 1535 fisuran el monopolio comercial y las rígidas disposiciones que
mantenían los Welser. Se autoriza el reparto de encomiendas y se toman medidas
que pretendían evitar los abusos de autoridad. Pero no se logra colocar un
gobernador español. A todas estas, el ansiado estrecho al mar del sur no
aparecía, y la pobreza campeaba entre los
vecinos a pesar del oro sustraído a los pacabueyes. Guiñapos de conquistadores
encuentra el obispo Bastidas a su llegada a Coro el 11 de julio de 1534.
6.2 Nikolaus Federmann y Georg Hohermuth von Speyer:
dos caminos hacia el oro
Federmann, mientras
tanto, está en Europa. Primero en Medina del Campo, sede temporal de la Corte
española, adonde llega en julio de 1532. En agosto del mismo año visita
Augsburgo, donde maniobra a su favor ante los Welser. Aguado nos dice que
utilizó para ello “algunas ricas joyas y piezas de oro” traídas de Venezuela
(t. I, 1963, p. 115). Llega acusado por Alfinger y sale nombrado gobernador.
El 19 de julio de 1534
es nombrado sucesor de Alfinger. Pero se hace presente el partido antialemán.
En Coro, la noticia del nombramiento de Federmann aviva el resentimiento. Nace
un movimiento de oposición organizado y se envía a España una delegación. Luis
González Leiva y Alonso de la Llana se presentan ante el Rey en otoño de 1534,
se quejan de los agravios de que han sido víctimas por los tudescos, incluido
Federmann. Piden que el gobernador sea un castellano. El movimiento no
prospera, pero surge como gobernador de coyuntura Georg Hohermuth von Speyer o de Spira:
joven, bávaro, miembro de una familia de gran prestigio en Alemania, parece que
incluso pertenecía a la nobleza rural. Carlos V los había distinguido con un
escudo de armas.
La ansiada búsqueda del
oro se impuso una vez más y a Coro llegan, en febrero de 1535, Spira, Philipp von Hutten y el mismo
Federmann. Pasado el clímax político y llenado el vacío con un nuevo
gobernador, todos, hispanos y alemanes, marchan una vez más en la búsqueda de
las riquezas y los caminos infinitos.
7. Tras el reino del
Meta
Ordenó la Audiencia
de Santo Domingo en octubre de 1533: “… procuren de entrar en la tierra adentro
todo lo más que pudieren, que no es posible sino que hallen y descubran grandes
secretos y riquezas; …”
Juan Gil
7.1 El cálculo, el
sueño y la partida
Sevilla. Jorge de Spira, flamante e
inesperado Gobernador de una tierra que no conoce, eroga de inmediato 817
maravedíes de su peculio para aderezar la flota que lo llevará a Venezuela. Se
decía que a su mando quedaban 500 hombres. Parte de Sanlúcar de Barrameda,
arriba al puerto de Coro el 6 de febrero de 1535. En su travesía a Tierra
Firme, Spira tocó las Canarias y Puerto Rico, donde se le sumaron algunos
baquianos de las huestes de Sedeño, Herrera y Ortal, quienes partieron de Paria
y Maracapana en busca del legendario Meta. Sabían del Nuevo Mundo, estaban
probados en luchas contra cumanagotos. Fueron una valiosa adquisición para el
alemán novel.
En Coro se encuentran Spira y Federmann.
En su momento, ambos han sido nombrados gobernador, enfrentan la situación y
llegan al mejor arreglo posible. Ambos vienen en pos del oro, ambos irán por
él. Cada uno por su lado, cada uno con parte de las fuerzas disponibles; nadie
entregará cuentas. Se organizan dos expediciones.
Jorge de Spira parte el 12 de mayo de
1535. Le acompaña Philipp von Hutten y es guiado por el legendario Esteban
Martín. Spira subvierte el primer sueño germano. Abandona la búsqueda del paso
a la otra mar, la ruta de la especiería y el oro del país de las lagunas, allá
por donde descansaba el difunto Alfinger. Busca otro lugar: el reino del Meta,
el que se asienta en la selva, junto al lecho de la misma ecuatorial, al pie de
los Andes nevados. Titus Neukomm, empleado de los Welser y testigo de la
partida, escribió:
Creemos
todos en la buena suerte –del viaje– y en las muchas riquezas y oro, pues aquí
ya sabíamos muy bien que la tierra adentro está llena de oro y solamente hay
que arriesgarse a soportar las dificultades y los trabajos de recogerlo y
buscarlo y en hacer guerra a los indios. (1988, p. 408)
Spira calculaba
concluir la expedición en dos años y medio. Si además encontraba la otra mar,
que mirando bien las cosas creía muy posible, significaría que era el hombre
más amado, entre todos los alemanes y quizás del mundo entero, por la diosa
Fortuna.
7.2 Sólo regresaron
cien hombres
Siguen la ruta del
mediodía. Sale al mando de 310 hombres y con 80 bestias. Van entre ellos
hombres de Paria y Maracapana. Pronto los nuevos resienten los rigores del
clima tropical. El 26 de junio, en el llamado valle de las Damas –hoy valle de
Barquisimeto–, saben de un asentamiento indígena, reúnen a sus fuerzas,
y, según crónica de von Hutten:,
“invadimos, (...) acuchillamos a algunos y cogimos presos a unos 60...” (t. I,
1988, p. 350). Pasan por pueblos abandonados.
Desde Barquisimeto
continúan y penetran en Los Llanos. Topan con las cordilleras nevadas y la
región cenagosa que inunda el río Portuguesa. A fines de agosto, en un pueblo
abandonado, capturan a un cacique que les informa de un lugar donde yacen
grandes fortunas. Poco después descubren que todo era falso. Para noviembre
había más de 80 hombres enfermos. El 18 de noviembre cruzan un río y acampan.
El 20 parten; “no teníamos ningún camino y no sabíamos qué hacer”, recuerda von
Hutten. (t. II, 1988, p. 356)
Spira avanza, siempre al Sur. Para
febrero encuentra los afluentes del Apure y los salvan. Cruzan el Apure mismo y
continúan hacia el Sur, llegando al infranqueable Arauca, desde donde se ven
montañas cercanas. Del otro lado de estas, aseguran los aborígenes, está el
Meta. El mes de marzo trae noticias de la boca de Guayquiri, un cacique local.
Este ratifica lo que otros han dicho y estimula el sueño: en la otra cara de la
montaña hay oro y plata, es tierra de sabanas, donde el viento corre helado y
libre, y se come y se toma agua en vasijas de oro; “las había visto con sus
propios ojos” (von Hutten, t. II, 1988, p. 359). El lugar está a sólo dos
lunas. Intentan encontrar el paso guiados por el mismo Guayquiri, pero
fracasan.
En abril de 1536 siguen al pie del
Arauca; desesperados. El Arauca ni se acaba ni cede. Ocho meses errando,
mientras lo veían pasar majestuoso, conteniéndolos. El calor y la humedad
hacían de aquellos parajes un lugar nauseabundo, pero esto –según creían–
facilitaba el crecimiento del oro en sus entrañas. Durante esos días, cuenta
von Hutten, muchos murieron en la más horrible de las miserias, convencidos de
que en la otra banda los esperaba el Meta dorado, abundante y generoso.
Primero de diciembre. El capitán germano
decide cruzar el Arauca, y lo logra. Pasan 140 de infantería y 44 de a caballo.
Pero muy pronto aquella tierra se torna en un infierno. Son atacados por
guerreros que ostentan en sus tocados los cascabeles de las serpientes. Día de
navidad en la selva, están perdidos, siguen buscando. Caen sobre un pueblo,
obtienen 10 prisioneros, sueltan algunos como ofrenda de paz y nunca vuelven.
Por fin encuentran oro y plata: “y preguntamos a los indios de dónde venían
estos trozos; ellos dijeron que del otro lado de las montañas” (Von Hutten, t.
II, 1988, p. 361). Envía a Esteban Martín con 50 de tropa a buscar el paso.
Regresan vencidos.
Comienza 1537. Fracasado el intento por
ubicar el paso entre las montañas vuelven la espalda a la cordillera, caminan
más al sur. Días de camino, más violencia y más hambre hasta llegar a un río
enorme, el Marañón, ubicado en la región Orinoquía de Colombia o Llanos
orientales. El madrileño Diego de Montes, cosmógrafo y cirujano, saca el
astrolabio y mide; se hallan a dos grados y dos tercios del ecuador, “ya no
veíamos la estrella polar”, escribe von Hutten. (t. II, 1988, p. 363)
Conducidos por Esteban Martín llegan al
Guaviare y aún más allá, hasta un río de intenso color verde, como el limón. Lo
bautizan río Vermejo, hoy Caquetá. Diego de Montes vuelve a medir las estrellas
y les comunica que están a un grado de la línea equinoccial. España ha quedado
muy lejos. Philipp von Hutten recordó: “Hasta el momento habíamos marchado del
norte al sur; pero allí los indios nos dijeron que, si buscábamos oro, era
mejor que pasásemos al lado derecho...” (t. II, 1988, p. 363). Abandonan la
ruta del mediodía y vuelven a las montañas. A su paso se suceden pueblos
vacíos.
Avanzan convencidos de que deben
trasponer las montañas, último obstáculo que los separa del oro. ¡Debe estar
tan cerca! De nuevo el invierno se interpone, un enorme río los detiene,
necesitan encontrar un paso. Envían al infalible Esteban Martín, quien fracasa.
Herido siete veces es llevado al campamento. Pero las fiebres malsanas le aseguran
veinte días de agonía. La tropa se desmorona, el miedo carcome los corazones
más templados. Muere Esteban Martín y no hay intérpretes, no hay arcabuceros,
no hay ballesteros. Siguen escuchando que el oro y las riquezas están cerca,
muy cerca; aun así todos desean volver a Coro. Sin embargo, Spira no es hombre
que renuncie y ordena de nuevo cruzar el Vermejo, continuar cueste lo que
cueste, pero nadie le sigue.
El 13 de agosto de 1537 emprenden el
regreso a Coro, en un camino de muerte (Friede, 1961, p. 356). Jorge de Spira
intenta hacerlo lo más rápido posible, pero las crecidas lo detienen. Por
primera vez van buscando el norte, de espaldas a la selva. Pasan la navidad en
las riberas del Apure. Los indígenas capturados en la travesía les dicen que
recién pasó una tropa,
tal vez al mando de Federmann, y que marchaban al Sur. Primero no
lo creen, después encuentran las huellas y se convencen. Spira ordena a von
Hutten alcanzar a los expedicionarios, pero el Apure vuelve a detenerlos. Los
otros ya lo han cruzado y llevan tres meses de ventaja, von Hutten y su grupo
regresan y se reúnen con Spira.
27
de mayo de 1538. Llegan 80 hombres de a pie y 30 de caballería. Von Hutten
escribió en su Diario:
Desde
hace tiempo creían que habíamos muerto y habían vendido y repartido también los
trajes y utensilios que habíamos dejado aquí (…) no estábamos mejor vestidos
que los indios que andan desnudos (…) Sólo Dios y los que lo han experimentado
juntos, saben cuánta necesidad y miseria y hambre y sed, y pena y trabajo sufrieron
los pobres cristianos en estos tres años; hay que admirarse que cuerpo humano
pueda soportarlo por tanto tiempo (…) los cristianos estaban tan consumidos y
tan resecos que a nosotros que pudimos salvar la vida, Dios nos ha dispensado
su gracia. (t. II, 1988, pp. 367-368)
Había terminado el primer viaje por la
ruta del mediodía. Más de un año después, un von Hutten convencido escribió a
un amigo: “os digo que si hubiera podido alcanzar a dicho Federmann, estaría
ahora en un país más rico que el Perú”. (Von Hutten, t. II, 1988, p. 371)
8. Nikolaus Federmann y el contagio
maracapanero7
Dijo Federmann a Fernández de
Alderete: “que venía con aquella gente a se juntar con él para que debaxo de su
bandera fuesen aquel viaje (…) a la provincia de Meta [que] hera rica”.
Demetrio Ramos
8.1 De las perlas hacia el Sur
A comienzos de 1536 Federmann está en el
cabo de La Vela. Enviado por Spira y tras un fracasado intento por extraer
perlas, da la espalda al mar y de cara al Sur penetra el valle de Upar, hacia
el famoso país de las lagunas de Alfinger. Él lo sabe. Sabe con exactitud lo
que Spira desconocía: los balances en oro de las expediciones anteriores.
Ambrosius Alfinger obtuvo en su corta estadía poco más de 9.586
pesos en oro, mientras que él sólo alcanzaba 3.570 pesos (Friede, 1961, pp. 191
y 255). Conoce los detalles de cada salida al interior, pues tuvo y tiene
contacto personal con la tropa. Sabe que sólo del dominio de los pacabueyes se
ha obtenido más oro que el recogido por todas las demás expediciones.8
Pero sobre todo confía en una conseja,
muy comentada por la tropa de Alfinger, que decía que remontando el Magdalena
se asentaba un rico imperio de indios poderosos. Federmann está dispuesto a
conquistarlo, estuviera en la Gobernación que estuviera. Bastante se había
discutido si aquel mítico lugar le pertenecía a Venezuela o a Santa Marta,
alegato de tinterillos y muy menor, a su parecer.
Aprehendido por una avanzada del
gobernador de Santa Marta, Federmann desiste por lo pronto de su avance y
emprende camino hacia Coro. Transcurren tres meses. Precavido, ha colocado
tropa en lo alto de la serranía de Carora para custodiar la salida de Los
Llanos; cualquier entrada o salida de cristiano le sería reportada. Diego de
Martínez, comandante de la fuerza acampada en la serranía, explora los valles
del Tocuyo y Carora.
Mientras, desde el Neverí, en la
Gobernación de Maracapana, ha salido en febrero de 1536 una expedición
comandada por Jerónimo de Ortal, quien emprende una vez más la conquista del
Meta, convencido de que llegará a las minas que alimentan la riqueza del Perú
(Ramos, 1987, p. 126). La insubordinación se impone en las figuras de
Escalante, Martín Nieto y Juan Fernández de Alderete. Según Oviedo y Baños 60
hombres huyen a la Gobernación de Venezuela (2004, p. 89), con la intención de
proseguir la conquista de las regiones auríferas. Buscaban la casa del sol,
escondida en algún lugar del Meta. Pasarán a la historia como los pecadores de
Sedeño. Llegan al portillo de Barquisimeto, donde se encuentran a los hombres
de Diego de Martínez asediados por indígenas. Los europeos se dan apoyo mutuo.
La avanzada coriana envía la inquietante novedad al tudesco.
8.2 De Coro al valle de Santa Fe
buscando el país del Meta
El 14 de diciembre de 1536, en Coro,
Federmann decide salir de manera imprevista so pretexto de que le urge saber si
el gobernador necesita auxilio (Ramos, 1987, p. 125). En la ciudad algunos,
como el obispo Bastidas, dudan de sus intenciones. A cincuenta leguas de Coro
se encuentra con Alderete y Nieto, conoce sus planes y los intentos repetidos
de Ortal y Sedeño por llegar al Meta. El mito de los hombres de Maracapana
termina por convertirse en alucinación colectiva. Siguiendo la consigna de
éstos, Federmann olvida el país de las lagunas y decide buscar el país del
Meta.
Astuto, Federmann maniobra en silencio y
con cautela. Finge amistad con los capitanes mientras seduce a la tropa, que se
suma a sus fuerzas. A Nieto y Alderete los convence de llegar hasta Coro para recuperar
fuerzas y realizar compras para ellos y su tropa. Les ruega que lo esperen 40
días. Él parte hacia el Sur al frente de su nuevo ejército. Llevan suficientes
caballos, armas y más de 700 aborígenes
encadenados que servían como bestias de carga. Acampan en Barquisimeto. Ya
conoce la ruta, sólo tiene cuidado de evitar encontrarse con Spira. Cruzan el
Apure en abril de 1538, pero el Meta los detiene (Gil, 1989, p. 62). Sobreviven
de raíces. La tropa, enferma y extenuada, resiste. Algunos quedan ciegos debido
al hambre. Marchan por un país vacío pues los indígenas, primero ante Spira y
después ante su comitiva, huyen y se refugian en las montañas; abandonan todo
antes de enfrentarlos.
Decidido a buscar el país del Meta entre
las montañas, Federmann ordena enfrentar la cordillera. Los Andes esperan. Tras
la primera avanzada exploratoria, Pedro de Limpias anuncia: han encontrado el
paso. Derrotan sombríos y gélidos páramos, sierras magníficas, montañas
gigantescas. Avanzan hambrientos sobre un país deshabitado. Salvan precipicios
con las bestias en vilo. Indios sigilosos los atacan quemando el pajonal seco
donde acampaban. Cruzan el páramo de Sumapaz y llegan al páramo de Fosca,
dentro del Nuevo Reino. Con los primeros días de enero de 1539 alcanzan el valle
de Santa Fe, hoy Bogotá.
Pero no están solos. Antes han arribado
otros dos grupos de conquistadores. Desde Santa Marta, 700 hombres habían
partido bajo el mando de Gonzalo Jiménez de Quesada y los sobrevivientes
alcanzado el valle en 1537. El otro grupo había salido desde Perú, al mando de
Sebastián de Benalcázar (Friede, 1961, p. 301). Días de espera. Los comandantes
negocian, está en juego el país del Meta y no hay ventajas para nadie. Los de
tropa aguardan disciplinados. Deciden someterse al arbitrio del emperador en
España, para ello los tres comandantes firman un acuerdo el 17 de marzo de
1539. (Humbert, 1983, p. 87).9
Federmann confía poco en sus
posibilidades, pero está dispuesto, como siempre, a llegar hasta lo último. Sin
embargo; procede con extrema cautela y renegocia en secreto, con Gonzalo
Jiménez de Quesada, el 29 de abril de 1539, un acuerdo que reconoce derechos de
los Welser en la Nueva Granada, le garantiza en lo personal cinco partes del
botín, el dominio de las tierras del cacique Tunja, y conservar todo el oro y
piedras preciosas que ha recogido durante la travesía. El resto, incluso la
casa del sol, si apareciera en esa comarca, lo cedía. (Denzer, 2005; Friede,
1961)
8.3 Federmann en Europa
1540. Intrigas y papeleo en la corte de
los Augsburgo. Federmann quiso hacer valer el documento firmado con Quesada,
y fracasa. La corte le pasaba factura, saldaba así un viejo resentimiento
latente desde los días de Ampiés. Se desempolvan los informes levantados contra
Nikolaus, se recuerda la insurrección de los colonos españoles cuando fue
nombrado gobernador, se hace presente su condición de simple empleado de los
Welser.
Derrotado, decide apelar ante el mismo
Carlos V, para lo cual se dirige a la ciudad de Gante. Cuando llega se
encuentra con Bartolomé Welser, quien lo hace arrestar. No logra ver al
monarca. Su patrón lo acusa del robo de 115.000 ducados en oro y piedras
preciosas, y de haber arruinado la Gobernación de Venezuela (Humbert, 1983, p.
88; Arciniegas, 1990, p. 287). Se inicia el juicio en Flandes. Federmann alega
que en tanto se dirimen asuntos coloniales, deben ventilarse ante el Consejo de
Indias. Los Welser alegan que se trata de asuntos privados, para lo cual es
competente cualquier juzgado del reino. Triunfan los banqueros gracias a su
influencia con Carlos V. Se procede al juicio, le confiscan los bienes
depositados en Amberes y Sevilla. Parece no haber salida. Está acorralado.
Pero Federmann contraataca. Ofrece
probar las irregularidades de la administración Welser, a quienes acusa de
haber defraudado a la Corona más de 200.000 ducados (Gil, 1989, p. 43). El
Consejo de Indias solicita que Federmann sea conducido a España para que pruebe
lo dicho. La sola posibilidad de contar con pruebas de que los intereses económicos
del Estado son afectados en forma sistemática causa expectación. El entorno del
monarca se estremece. En 1541 Federmann llega a Madrid en calidad de prisionero
y además a sus expensas, para efectos del juicio.
Pero en el verano de 1541 Federmann enferma.
El 19 de agosto llama al notario y ante testigos revela que sus acusaciones
eran falsas, que actuó para evitar la cárcel y el embargo, que en compensación
entregaba a los Welser sus derechos sobre los dominios del cacique de Tunja,
aquellos que había adquirido en negociación secreta con Jiménez de Quesada.
Quién sabe si su testimonio fue sincero o negociado. En el invierno de 1542
murió. Gil no pudo evitar escribir: “un verdadero prodigio de integridad este
hombre”. (1989, p. 43)
Y mientras Nikolaus Federmann disputaba
y moría en Europa, Jorge de Spira, desde Coro, anunciaba al monarca en octubre
de 1540 que pronto partiría al país aurífero del sur, en busca del aquel
magnífico interior que ninguno terminaba por ver. El obispo Bastidas es su
aliado más entusiasta. La expedición está casi lista cuando a principios de
noviembre es atacado por las fiebres tercianas, muriendo el 11de junio de 1540
(Friede, 1961, p. 372). Fue sepultado en la catedral de Coro con grandes
honores. Sobre su tumba, el padre Rodríguez de Robledo escribió un epitafio en
latín, que decía que aquél había sido un
hombre lleno de virtud, mas vacío de ventura. (Castellanos, 1987, p. 234)
9. Encrucijada de vidas
Hutten siente que el mundo se ha
convertido para él en un mar de lodo. ¡Qué oscura y tormentosa es esta América,
y que diáfana y alegre era su patria!
Germán
Arciniegas
9.1 Philipp von Hutten: el último
aventurero dorado
Philipp von Hutten. También alemán, noble y
pariente de poetas. Capitán general de Venezuela y aventurero insaciable.
Marchó con Spira hasta casi llegar al ecuador, siendo cronista de aquella
exploración. Aliado del obispo Bastidas, que vio en él al socio capaz de
colmarlo con el oro que todavía guardaba la selva.
La muerte de Spira sume a Coro en la
parálisis; sin gobernador no podía haber entrada. La impotencia se apodera de
los soldados y un grupo, encabezado por Lope Montalvo de Lugo, decide partir
siguiendo la ruta de Federmann hasta el Nuevo Reino, del cual llegó a ser gobernador.
Parece que invitaron a von Hutten, pero el alemán los desdeña y decide unir su
destino al obispo Bastidas.
Desde Coro von Hutten escribe a
familiares y amigos. En sus cartas transita de la desilusión al nuevo
entusiasmo. Si en marzo de 1539 escribió a su padre “en esta región no se puede
lograr mucho (…) trataré de salir tan pronto como sea posible”; para diciembre
de 1540 comentó a su hermano “… en todas las gobernaciones se espera descubrir
grandes riquezas, especialmente en la nuestra,…” (1988, pp. 373 y 382). Por sus
líneas desfilan los grandes ríos, las amazonas y los indios caníbales. Nada importa. A cinco meses
de su salida está convencido de poder “… conquistar y descubrir tierras ricas,
pues sabemos exactamente dónde están”. (1988, p. 386)
Y mientras von Hutten escribe, sueña con
ser gobernador y se entusiasma con la casa del sol; el 12 diciembre de 1540
llega el obispo Rodrigo de Bastidas acompañado por Pedro de Limpias y asume la
gobernación, designando a von Hutten su capitán general. En febrero de 1541
llega Bartolomé Welser (Ramos, 1987, pp. 416 y 419). Sabe von Hutten que sus
aspiraciones a gobernador han terminado, pero
tiene la total certeza de que encabezaría otra entrada, que bien podría ser
gloriosa. Quizás sólo lo atormenta saber si aún estarían a tiempo.
9.2 Hacia el oro, cueste lo que cueste10
Es el 14 de agosto de 1541, hay
expectación en la ciudad de Coro. En misa solemne el obispo Bastidas bendice a
los que parten. Según Simón, financia la expedición ordenando capturar y vender
aborígenes de la laguna de Maracaibo (t. II, 1987). Philipp von Hutten y
Bartolomé Welser encabezan la falange real que marcha en busca de la selva. Su
objetivo: el oro, donde quiera que esté y cueste lo que cueste. Sus fuerzas,
poco más de cien hombres decididos a todo. Como guía parte el veterano Pedro de
Limpias (Friede, 1961, p. 380)11.
Constituyen la mejor expedición posible, pues tienen la ventaja de saber por
adelantado a dónde se dirigen, sólo cabe esperar el éxito.
Una vez más eligen la ruta del mediodía,
pues mantienen viva la ilusión de dar con los tesoros ocultos en las tierras
del Meta.12 Siguiendo la misma ruta de
Spira, entre enero y agosto de 1542 avanzan desde Barquisimeto, pasan el
Casanare y llegan hasta el río Opía, un afluente del Meta que cruza el
departamento de Casanare (Colombia). Nada los detiene. Se enteran del reciente
paso de Hernán Pérez de Quesada. Cuenta Cristóbal de Aguirre, expedicionario de
von Hutten, que los naturales les informan que la gente del Nuevo Reino de
Granada está: “en busca de una provincia que llaman Ocuarica El Dorado que
confina con las Amazonas” (Ponce, Rengifo & Vaccari, t. I, 1977, p. 494).
Quesada, ya instalado en el mito de El Dorado, seguía por coincidencia la misma
ruta de Spira.
Tras el desconcierto entre la tropa, von
Hutten ordena seguir a Quesada. Exige marchas extenuantes, sin consideración
para heridos y enfermos. Dos mitos y dos hombres van en una misma dirección. En
la montaña y guerreando con indios de la nación choque lo encuentra la navidad
de 1542. Acosados por los aborígenes choques y el hambre se desvían y penetran
la selva, abandonado el rumbo de Quesada. Narra Ramos que a partir de ese
momento la expedición coriana se internó en tierras pantanosas y tremedales.
(1987, p. 424)
Llegado enero de 1543 la selva los
ahoga. La ruta hacia el Meta se diluye entre ciénagas. Un nuevo desvío los
lleva al sureste. Es invierno. Entre febrero y mayo, un grupo al mando de Pedro
de Limpias incursiona por órdenes de von Hutten y captura un cacique, quien: “…
les dio dos coronas de cabeza grandes de oro fino y preguntado de donde había
habido las dichas coronas dijo que las hubo de las amazonas donde afirmó haber
estado,…” (Ponce et al., t. I, 1977, p. 495). Con ello el mito se reactiva. Al
reagruparse la decisión es seguir ese rumbo, guerreando, soportando
enfermedades y hambre. Así terminó 1543.
A principios de 1544 el capitán germano
decide abandonar la selva y volver al llano. Atraviesan el Papamene y llegan a
tierras de los guaypíes, quienes les hablan de las hermosas guerreras. Ya von
Hutten había escuchado durante su primera expedición: “… que en el bello río Papamena abajo, había mujeres que vivían
durante algún tiempo del año sin hombres, lo mismo que se escribe de las
amazonas” (Castellanos, 1987, p. 243; von Hutten, t. II, 1988, p. 370). El mito parece
confirmarse.
Cristóbal de Aguirre, expedicionario de
von Hutten, al declarar sobre la jornada afirmó que en la tierra de los
guaypíes habían encontrado “collares y joyas de fino oro”, pero que no se
detuvieron porque sabían que tales riquezas provenían de otros pueblos. (Ponce
et al., t. I, 1977, p. 494). Extenuados, permanecen hasta fines del 44 en el
punto que Spira llamara Nuestra Señora.13
(Friede, 1961, p. 382)
9.3 Mientras, en Coro…
las autoridades dan por muerto a Philipp
von Hutten y nombrado un nuevo gobernador; el licenciado Juan de Frías, quien
ocupado en Cubagua envía a su teniente Juan de Carvajal como autoridad para
Coro. Carvajal tiene la prisa de la ambición y falsifica documentos que le
designan gobernador y capitán general (Friede, 1961, p. 390). Coro era una
plaza desolada y miserable, nada apetecible para hombres de su talla
aventurera.
Carvajal abandera la idea de salir a
buscar mejores tierras; quizás, sueña, encontrarían oro y suficientes indios
para salir de la miseria. Entre el día 8 y el 10 de abril de 1545 es dada la
orden, y es inapelable. Hombres, mujeres, niños, rebaños y gallinas hubieron de
marchar. Quedaba atrás la administración de los Welser, que tanto odiaba el
español Juan de Carvajal. Llevan un buen número de esclavos jirajaras y
caquetíos, tal vez unos 250. Quizás fue la caravana más numerosa que jamás
partiera de esta ciudad. (Silva, t. I, 1983, pp. 321 y 322)
Juan de Carvajal ambiciona llegar hasta
un lugar escondido en los confines del Nuevo Mundo, llamado Sogamoso, al que
imaginan cubierto de oro. Siempre el oro. Fueron unos ocho meses de camino. El
7 de diciembre de 1545, Juan de Carvajal funda Nuestra Señora de la Pura y
Limpia Concepción del Tocuyo (Oviedo y Baños, 2004, p. 140). El tiempo se
consume en construir una ciudad de la nada y contra todo. Algo muy alejado de
los sueños de grandeza con que habían salido, y muy cercano a lo que pretendían
haber dejado en Coro. Tal vez no repararon en que eran los primeros
colonizadores de esta parte del Nuevo Mundo.
9.4 Philipp von Hutten en la tierra de
los omeguas14
En 1545, una vez repuestos y con parte
de la tropa, von Hutten inicia una nueva etapa desde Nuestra Señora, alcanza
las orillas del Guaviare y llega a Macatoa, donde pregunta una y otra vez por
la tierra de los omeguas y los naturales le responden que está río abajo. La
respuesta era la esperada: “…junto a cierta cordillera que en días claros de
allí se divisaba, había grandísimas poblaciones de gentes muy ricas y que
poseían innumerables riquezas;…” (Aguado, t. I, 1963, p. 261). Pero le piden
que no incursione en aquellas tierras, pues a pesar de su reconocida valentía,
la gran cantidad de guerreros acabaría con ellos. Philipp von Hutten desoye el
consejo.
Parten de Macatoa y alcanzan la frontera
del país de los omeguas. A distancia de una media vista, se levanta una ciudad
tan grande que no alcanzan a distinguir donde termina. ¿Lo habrían encontrado
finalmente? Ese era, tal vez, el día de su mayor gloria. Ante sus ojos cansados
se extienden más casas de las que pueden contar. Están maravillados. El guía
les indica que quien habita la gran casa es el señor del lugar,
y que esta también sirve de templo. Dentro, según les dice: “…aunque tenía
ciertos simulacros o ídolos de oro del grandor de muchachos, y una mujer, que
era su diosa, toda de oro, poseía otras riquezas, él y sus vasallos, que eran
muchos,…” (Aguado, t. I, 1963, pp. 264-265). Aquella era una de las muchas
ciudades de los omeguas; en adelante encontrarían otras, cada cual más rica.
¡Han llegado! Imaginan, con justicia,
que gracias a su Dios se encuentran ante la Casa del Sol, el reino del Meta o
cualquier otro digno de los sufrimientos vividos. No podía ser de otro modo.
Ellos, más que nadie, bordeaban el ecuador, en tierras bajas, con clima
tórrido. Todos los informantes coinciden en que aquella es la tierra de donde
viene el oro, y esto concuerda con los datos que
ellos poseen. Este era el desconocido interior, nunca antes visto.
Philipp von Hutten avanza arrollador,
decidido a capturar el primer omegua que le saliera al paso; pretendía
interrogarlo de inmediato. Los naturales corren azorados. Von Hutten y el
capitán Artiaga, en los mejores caballos, avanzan a la vanguardia, persiguiendo
a dos guerreros. El paso de los brutos se impone y pronto estuvieron sobre
ellos. Los indígenas no tenían posibilidad alguna ante
aquellas bestias.
Pero en el último instante, el indígena
perseguido por von Hutten se vuelve y aguanta de pie la embestida. Sereno,
templa su lanza. El tudesco cae gravemente herido en el pecho. Cargado en una
hamaca es evacuado. El alemán resiste, impasible. Diego de Montes obra el
milagro y von Hutten sobrevive. Pero están rodeados de omeguas que vuelven a la
carga. Von Hutten herido no puede comandar sus fuerzas, le entrega el mando a
Pedro de Limpias. Con escasa caballería y sus lanzas, 38 europeos se baten,
resisten el asalto y luego la infantería arremete con las espadas. Nunca se
sabrá toda la verdad de esa famosa batalla, lo único cierto es que vencieron a
los omeguas.
La batalla ha terminado y retornan a
Nuestra Señora. Las noticias del triunfo y las riquezas desatan tal alegría
que, según Aguado (t. I, 1963, p. 269): “…ya se juzgaban por poseedores y
señores de aquella próspera y rica tierra,…”. Sin embargo, dicen los antiguos
cronistas que la falta de tropa, armas y caballos le impiden culminar la
empresa. Para von Hutten es la segunda vez, quizás recordó su entrada con
Spira. Deciden retornar sabiendo que los omeguas quedan vencidos, pero
volverían para culminar la conquista.
9.5 Así murió Philipp von Hutten
A finales de 1545 y encabezada por
Bartolomé Welser, acompañado por Pedro de Limpias y Diego de Losada; una
columna de veinte hombres parte a Coro con el objeto de traer refuerzos para
con ellos volver a Barquisimeto, donde von Hutten y el resto de la expedición
pensaban reponerse. Avanzan a marchas forzadas, llevan a cuestas el cansancio
acumulado de cuatro años de aventuras.
En Acarigua, Pedro de Limpias se subleva
y la mayoría lo apoya. El antagonismo hispano alemán se impone. En su derrotero
intentan alcanzar Cubagua, pero el ataque de los aborígenes les hace retornar
al valle de Barquisimeto, al cual llegan en febrero de 1546 y adonde todavía no
arribaba von Hutten. Allí tienen noticias de Juan de Carvajal y entran en
contacto con su teniente Juan de Villegas. La noticia sobre los alemanes cambia
el rumbo de la historia.
El gobernador tudesco está vivo y
Carvajal necesita apartarlo del camino. La valiosa información de Pedro de
Limpias le permite negociar a este un salvoconducto. Bartolomé Welser y sus
hombres quedan en manos del falso gobernador, quien ordena a Villegas contactar
a von Hutten en Acarigua. El clérigo Juan Frutos de Tudela declaró en el juicio
de residencia que, tras una espera infructuosa, Villegas dejó en una ceiba una
cruz y una carta, la cual decía: “… aquí estuvo Juan de Villegas cuatro días
esperando a Felipe de Huten y como no vino se fue para el Tocuyo a donde le
hallará tres leguas de los humacaros…”; el objetivo, atraer al germano hacia
Carvajal. Philipp von Hutten y 60 hombres llegan y, tras reiteradas presiones,
el encuentro se da en El Tocuyo el 24 de abril de 1546. (Ponce et al., t. I,
1977, p. 489; Friede, 1961, p. 393)
El germano hace saber su intención de
continuar hasta Coro, para dar cuenta a su Majestad de su
entrada. El pueblo espera, expectante, el desenlace. Carvajal sabe que debe
impedirlo, y emite una escueta y terminante orden: von Hutten no puede salir de
El Tocuyo. El alemán reacciona violento, se coloca su armadura y exige
explicaciones a un Carvajal que se intimida. Se enfrentan, hablan, se
contienen. Von Hutten lo desaira, da la media vuelta y monta. El español sabe
que su autoridad está en juego. Los expedicionarios toman caballos, armas y
pertrechos a Carvajal antes de irse al valle de Quíbor, a cuatro leguas de El
Tocuyo. Carvajal ha sido humillado.
La celada se prepara. Carvajal finge
ceder. El 29 de abril de 1546 ambos grupos suscriben un acuerdo, Pedro de Limpias
está entre los firmantes. Carvajal se comprometía, entre otros puntos, a
extender un salvoconducto para que los alemanes prosiguieran hacia Coro 15 días
después de firmado el convenio; a cambio, von Hutten regresaría los caballos y
las armas retenidos a Carvajal durante los enfrentamientos. La tropa quedó en
libertad de sumarse al ejército que prefiriera (Ponce et al., t. I, 1977).
Bartolomé Welser y Philipp von Hutten parten confiados hacia Coro con sus
mejores hombres. En El Tocuyo queda la gente fiel a Carvajal y los indecisos.
En mayo de 1546 avanza la columna al
mando de von Hutten. Nos cuenta Aguado (t. I, 1963) que caminaban floja y
descuidadamente. Acampan al pie de la sierra de Coro. Al atardecer y de
improviso se presenta Carvajal con su gente, entre ellos Pedro de Limpias,
quien desde su deserción había instigado contra von Hutten. Los alemanes,
confiados en el convenio firmado, no intentan defenderse. Encadenados, con
colleras y humillados;, mueren
Pedro Romero, Gregorio de Plasencia, Bartolomé Welser y Philipp von Hutten.
Según Frutos de Tudela, los prisioneros: “… con grandes voces y gemidos pedían
confesión y penitencia de sus pecados rogándoles hasta tanto no los matase…”, a
lo cual Carvajal no accedió pese a que él: “… como cura propio de ellos
requirió al dicho Carvajal a voces públicamente que mirase que aunque tenía
poder sobre los cuerpos que no le tenía sobre las ánimas que eran divinas que
los dejase confesar…” (Ponce et al., t. I, 1977, p. 491). Magdalena, indígena
esclava de von Hutten, narra el momento:
… a puesta de sol el mes que pasó (…) llegó
mucha gente de caballo y de a pie sobre ellos, (…) y arremetiendo con el dicho
Felipe su compañía prendieron a los dichos Felipe de Huten y Bartolomé Belzar y
Romero y Plasencia y les ataron las manos y brazos atrás y atados así los
detuvieron hasta bien tarde de la noche y ya casi al medio de la noche cortaron
la cabeza primeramente sobre una piedra a Romero y luego tras el Plasencia y
tras él a Bartolomé Belzar y luego tras él a Felipe de Huten y cortadas las
cabezas juntándolas con los cuerpos los enterraron en un ribazo de un arroyo…
(Ponce et al., t. I, 1977, pp. 500-501)
Philipp von Hutten creyó haber llegado
al país del oro. Con su muerte se cumplió el premonitorio temor que expresara a
su hermano Moriz en 1541, cuando le escribió antes de partir: “… temo más a la
guerra con los cristianos que con los indios,…” (t. II, 1988, p. 386). El oro y
pertenencias de los expedicionarios desaparecían en manos de Carvajal y los
suyos mientras se esfumaba el sueño Welser.
El oro del ensueño, el de la gloria, la
fama y el mito se transformó, así, en el oro de la discordia; pequeño y
miserable. Nada más alejado de los misteriosos imperios orientales, de la magia
de Cipango y de Catay; de las antiguas precisiones geográficas y los mundos
áureos de la antigüedad.
9.6 Así murió Juan de Carvajal
El 27 de agosto de 1546 se toma
confesión a Juan de Carvajal en el juicio de residencia ordenado por la Real
Audiencia de Santo Domingo. Se le acusa de haber usurpado el cargo de
gobernador y capitán general, bajo el cual ha ejecutado: “… hechos nefandos y
adbominables de tiranías y crueldades así contra cristianos como contra indios
vasallos de Su Majestad y de paz,…” (Ponce et al., 1977, p. 467). Ciento nueve
preguntas reconstruyeron la trama que se hilvanó desde Coro hasta El Tocuyo.
Carvajal acusó a Pedro de Limpias y Sebastián de Almarcha de haberlo inducido
al crimen. Denunció a von Hutten y su gente como empaladores de indios e insurrectos del Rey y a la poblada como una
Fuenteovejuna que se impuso a cualquier autoridad. El 17 de septiembre la
sentencia lo condena:
…
a que sea sacado de la cárcel pública donde está, atado a la cola de un caballo
y por la plaza de este Asiento sea llevado arrastrando hasta la picota y horca
y allí sea colgado del pescuezo con una soga de esparto, o de cáñamo, de manera
que muera muerte natural… (Ponce et al., 1977, p. 541)
Un
Juan de Carvajal, tal vez ahora temeroso de la justicia divina, confiesa ante
escribano y al pie de la horca su arrepentimiento. Declara:
...
que en la muerte de Felipe de Hutten y Capitán Bartolomé Belzar y Gregorio de
Plasencia y Diego Romero él solo tenía la culpa de sus muertes y en ello
ofendió gravemente a Dios Nuestro Señor y esta muerte la recibe con paciencia
en recompensa del yerro y de otros graves yerros que ha hecho y cometido contra
la Divina Majestad de Dios Nuestro Señor como muy pecador y mal cristiano…
(Ponce et al., 1977, p. 542)
Murió
en El Tocuyo el 17 de septiembre de 1546.
NOTAS
1.-
Este apartado sigue los textos de Colón, Juan Gil, fray Pedro Simón, Demetrio
Ramos y la antología de Horacio Becco.
2.-
Un extenso y detallado análisis de las capitulaciones como documento y en
particular la suscrita entre los Welser y la corona española se encuentra en el
estudio preliminar al libro Juicios de
residencia en la Provincia de Venezuela. Tomo I. Los Welser; editado por la Academia Nacional de la
Historia.
3.- Ampiés
y Alfinger generan una dicotomía que es trabajada por casi todos los
historiadores, y donde el hispano queda consagrado como hombre de bien,
mientras el germano encarna los excesos de la conquista. Como parte de esta
dicotomía, algunos historiadores, como Pedro Manuel Arcaya en su Historia del estado Falcón, narran que
Ampiés sí ofreció resistencia ante el gobernador alemán, defendiendo sus
derechos; y que Alfinger convirtió la costa coriana en el principal mercado de
esclavos de Tierra Firme.
4.-
La cifra oscila entre 150 y 180 hombres, dependiendo de la fuente utilizada.
5.-
Los cronistas y algunos historiadores modernos difieren sobre la ruta seguida
por esta primera expedición. Algunos siguen la “Información de servicios”
presentada por Alfinger, que permite trazar una ruta sur-sureste siguiendo las
tribus mencionadas en el documento; otros, entre ellos Pedro Manuel Arcaya,
marcan el recorrido por la costa, en sentido oeste, más avenido con las 40
leguas mencionadas por fray Pedro Simón y con el hecho de que Alfinger buscaba
llegar a la barra del lago de Maracaibo.
6.-
Una vez más, hay diversas versiones. Aguado, Simón y Oviedo y Baños no
mencionan el oro llevado por Alfinger hacia La Española. La carta de Antonio de
Naveros y Alonso Vásquez de Acuña al rey denuncia a Alfinger por la extracción
clandestina de oro hacia esa isla. Friede, apoyado en otro documento, afirma
que el oro llevado pagó los impuestos de rigor.
7.-
De Demetrio Ramos es la idea de las llamadas expediciones de contagio, producto
de la información vertida por los hombres llegados desde Maracapana y Paria.
8.-
Aguado no comenta el intento perlero, otros cronistas como Castellanos y Simón
sí lo hacen. Los historiadores modernos, como Friede, Pardo y Ramos, también
incluyen el episodio.
9.-
Muy diversas son las versiones sobre este encuentro. Desde quién llegó primero
entre Federmann y Benalcázar, pasando por el número de soldados, actores en las
negociaciones y número y tipos de acuerdos suscritos entre las partes.
10.-
La ruta narrada es la propuesta por Juan Friede, por ser la más detallada en
tiempos y puntos geográficos, aunque algunas de sus afirmaciones no son
compartidas por otros historiadores.
11.-
Muy variables los números de los expedicionarios de von Hutten. Aguado y Simón
hablan de 120, Oviedo y Baños y Baralt dicen que 130, Humbert y Arciniegas 150,
Friede se apoya en una carta de Pérez de Tolosa y asienta que partieron 100
hombres. Otros historiadores, como Demetrio Ramos, no proporcionan el dato. Con
certeza, una expedición con mucha menos tropa que las anteriores.
12.-
Desde los primeros cronistas se afirma que von Hutten supo de El Dorado antes
de partir de Coro. Demetrio Ramos argumenta que este mito llegó a Coro ya avanzada
su expedición.
13.-
Según Friede, von Hutten fundó Nuestra Señora, sin dar la fuente documental.
Otros autores sólo lo dan como un punto que Spira bautizara con ese nombre.
14.-
Para el enfrentamiento con los omeguas se siguió la versión de fray Pedro de
Aguado, que es repetida por fray Pedro Simón y Oviedo y Baños. Sin embargo, ya
el mismo Aguado sospechaba la exageración del episodio, que no aparece en las Elegías. Demetrio Ramos reflexiona que
esta versión fantasiosa fue una nueva esperanza surgida ante el desengaño de
los expedicionarios por no haber encontrado el país áureo.
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Tarre,
A. (1986). Biografía de Maracaibo.
Maracaibo: A. Tarre Murzi.
12 comentarios:
Buenas noches, quería saber si sabia algo mas sobre los Senior, sobre todo cuando llegaron a Coro desde curazao, y también sobre Isaac A. Senior. Muchas gracias, estoy full interesado ya que Isaac fue mi ascendiente, saludos desde Valencia, Venezuela.
En mi libro "Coro: fin de diáspora", puede encontrar mucha información sobre los Senior de Coro, que descienden de Isaac de Abraham Mordechay Haim Senior y Raquel de Josías López Henríquez y Namías de Crasto. Le agradezco si me dice de cuál rama desciende usted, porque cinco de los hijos de Isaac y Raquel tuvieron descendencia. Un placer contactarlo y a su orden en lo que me sea posible ayudarlo.
Felicitaciones por sus notas, muy interesantes y bien documentadas.
Estoy realizando una búsqueda de mis orígenes en Paraguaná. Se que allí vivieron el bisabuelo de mi abuelo, de nombre Valerio Pereira y su esposa Rosalía Pereira, que al parecer eran primos Se que debieron vivir en Moruy hasta 1812 como fecha límite, por que según me contó mi abuelo, que su abuelo ( Leonardo Pereira), nació en San Fernando de Apure en 1813, debido a que en la zona de Coro hubo una gran emigración hacia el sur, ellos argumentan que por una gran sequía, yo pienso que era producto de la guerra de Independencia, ya que ese momento habia saqueos y expropiaciones a las haciendas para mantener los costos de la misma.
De hecho conseguí en el Registro Inmobiliario de Quibor, un testamento de un hermano de Valerio, llamado José León Pereira, murió aprox. 1820, casado con María del Pilar Arrieta de Pereira.
Mi abuelo me contó que a ellos le contaron que Valerio y Rosalía eran de La Coruña, yo creo que nacieron en Venezuela, y que descendían de Españoles, no sé, si sefardíes, porque hay algunos Pereira, que en España tomaron el apellido de protectores por temor a ser perseguidos. y sé de algunos que estuvieron incursionando a Venezuela desde islas vecinas.
No se si todos los Pereira de Paraguaná tienen el mismo tronco. Lo cierto es que mis antepasados ya vivían en Paraguaná antes de la tercer decenio del Siglo XIX.
Agradecería cualquier ayuda
Saludos
Estimado Sr. Pereira:
lamento decirle que no he estudiado ese apellido, desconociendo por completo su decurso en el estado Falcón. Sería necesaria una investigación en forma para arrojar datos sobre su historia familiar.
Saludos cordiales.
Estimada profesora De Lima, reciba un atento saludo. Tengo ancestros sefardíes corianos y estoy investigando mi árbol genealógico. Soy bisnieto de Alejandro Florencio Salcedo De Lima, tataranieto de Alejandro Cesáreo Salcedo Tinoco y tras tataranieto de Jacobo Salcedo, pero no he podido progresar más. Le agradecería mucho cualquier consejo o recurso bibliográfico que pueda sugerirme. Cordialmente, Bernardo Rodríguez Salcedo.
Le saludo apreciada compatriota. Le felicito por su trabajo.He leído varios de ellos todos muy interesantes. Mi nombre es HernÁn Blanco, de Coro. Le agradecería alguna información sobre los Namias. ya que estoy escribiendo sobre ellos, sobre todos los que suponemos descienden de esclavos. En Coro todos los Namias son morenos,entiendo que reciben el apellido de Namias de Castro. La información que maneja esta familia con la cual estoy vinculado por mi esposa, es que se origina de un domingo Namias el cual engendra a Martin y este a su vez en padre de Juana Namias, que se residencia en la sierra y forma una familia, otro Juan Evangelista forma familia en Cumarebo y Julian que forma dos familia en unión con Clara Guanipa y Vicenta Guerrero. La otra cosa que me gustaria saber es si en Falcón hubo alguna familia judía de apellido Blanco. Gracias por cualquier información.
Un caluroso saludo
Me ha fascinado este relato sobre los ALEMANES llegados a la Provincia de Venezuela hace aproximadamente 500 años atrás. Y no solo habían Alemanes, sino también Flamencos y Suizos. Coro fue llamada Neu-Ausburg (Nueva Augusta) por los Welsares. Me gustaria saber mas a precisión la veracidad si los soldados welsares huyeron y se asentaron an Cuara (al sur de Quibor) tal como lo cuentan algunos lugareños.
Estimada profesora de Lima, muy interesante todos sus proyectos.
Quisiera leer el libro que ud a escrito sobre los Senior. Aparace solo algunas paginas en google books.
Hay alguna posibilidad de leerlo todo?
Soy decendientes de los Senior. Estuve en Curacao y tengo las copias de la informacion del libro de las tumbas de curazao, si no las tiene con mucho gusto se las puedo enviar.
Quiero hacer la genealogia a partir de:
Juan Maximiliano Senior Sambrano
fecha nacimiento: 21 febrero de 1894
Padre:
Juan Bautista Senior
Madre:
Ana Victoria Cambrant
Quizas ud ya tiene esa linea de familia.
Estoy aqui en Nueva York por unos dias, dejeme saber si quiere que vaya a la libreria publica por alguna informacion.
Excelente trabajo ,dado que expone a través de las fuentes disponible la presencia alemana en Coro, sin tomar partido en las leyendas (negra y/o dorada) que han acompañado el tema.
Estimada profesora De Lima, me gustaría contactarla para una investigación genealógica.
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