David López Fonseca Curiel |
EL LEGADO DE UNA COMUNIDAD: LOS SEFARDITAS DE
CORO
Prof. Blanca De Lima
Ponencia
presentada en la IX Semana Sefardí. Asociación Israelita de Venezuela-Centro de
Estudios Sefardíes de Caracas. Junio 2001.
Publicada en: Revista Maguén-Escudo. Revista
trimestral de la Asociación Israelita de Venezuela y del Centro de Estudios
Sefardíes de Caracas. Segunda Época. Nº 120. Julio-septiembre 2001. Pp. 25-42.
La historia es, desde un ángulo, el arte de descubrir hechos
históricos. Y aunque su imagen sea un tanto borrosa, un tanto imperfecta, nos
permite develar y arrancar del olvido procesos, eventos y personajes que como
conjunto nos dan memoria e identidad.
Hablar de legado es hablar de memoria, por tanto, es sumergirse en el
terreno de la historia para seleccionar qué eventos, qué personajes ameritan
ser evocados como portadores de ese legado, que se expresa en las más variadas
formas y planos. Durante el siglo XIX y parte del siglo XX, la comunidad
sefardita que radicó en la ciudad de
Coro dejó profunda huella a lo largo de su tránsito, y mientras operaba su
gradual y doloroso proceso de pérdida de imaginario colectivo y cambio
cultural. Desde sus primeros integrantes, hasta las generaciones de transición
en el precitado cambio cultural y sus descendientes, este grupo marcó la vida
política, económica, intelectual y en general en todas las áreas que fueron de
su competencia. Una extensa región geohistórica que incluye el conjunta
Falcón-Lara no puede comprenderse sin visualizar el devenir de este colectivo.
Hoy y aquí rescataré para la memoria histórica algunos de esos
personajes y eventos, contextualizándolos en el momento que les tocó vivir,
para lograr una aproximación integral y compleja a ese legado, que dejó huella
en Falcón y más allá de su región de influencia.
David López-Fonseca Curiel
Abogado y político por excelencia, liberal ilustrado
influenciado por el positivismo spenceriano, defensor del liberalismo y el
individualismo. Su vida recorre un extenso periplo que abarca la historia
moderna de Venezuela. Nació en 1844, faltando todavía un año para que España
reconociera la independencia venezolana.
Le correspondió vivir más de la mitad de su vida en un siglo donde se
impusieron en el mundo nuevas relaciones de poder con un nuevo centro de
gravedad: la inversión, donde Venezuela vio la revolución de su estructura
social, al caer el poder de la iglesia católica, de los terratenientes y de los
comuneros. Fue el último cuarto de este siglo XIX de una vitalidad económica
sin precedentes en Venezuela, con sus repercusiones en las artes, la ciencia y
la vida social. Todo ello lo vivió este personaje.
Su línea de pensamiento perfila con nitidez a un liberal fuertemente
orientado hacia la reflexión política, sin por ello descuidar lo social y
económico. En sus escritos –publicados en la prensa coriana- se visualiza a la
Ilustración en su tendencia moderna, donde la palabra libertad tuvo una nueva
definición: el hombre es libre, garante y responsable de su propio orden.
En sus 77 años de existencia, David López-Fonseca
participó como político en la serie de gobiernos que se sucedieron desde la
Revolución azul hasta el gomecismo. Su liberalismo tiene tres grandes
vertientes: la política, la económica y la intelectual.
Con respecto a lo político, dio apoyo irrestricto al estado nacional
liberal como modelo ideal para alcanzar el más alto grado de evolución
política: la república democrática. De la revolución francesa tomó los
principios de libertad, igualdad y fraternidad. De Jefferson el federalismo, la
tolerancia religiosa y el antiesclavismo. En David López-Fonseca el liberalismo
se asocia de manera íntima a la federación, la democracia y la libertad; de ahí
su apasionada defensa del movimiento federal y de la constitución que de él
resultara, entendiéndolo como un evento en el cual el pueblo “... consagró con
su sangre, como dogma inconcuso, los principios más avanzados del liberalismo,
en nuestra CARTA fundamental”[1].
En su concepto, la guerra de independencia había traído la libertad, y la
guerra federal había terminado con los remanentes que quedaban de la época colonial.
En materia
económica, su liberalismo asoció los conceptos de propiedad, trabajo e
individuo. Fue un hombre de ideas progresistas, asociadas al capitalismo que se
expandía con lentitud pero firmeza en su región y en el país; propuso un cambio
radical en la tenencia de la tierra, enfrentando a los remanentes conservadores
que mantenían relaciones económicas ancladas en la medianería, el arrendamiento
y el endeudamiento crónico. Y es que la Guerra de independencia y la Guerra
federal trastocaron las relaciones productivas en la región coriana. Los
grandes apellidos asociados a la plantación serrana y al esclavismo se
dispersaron. El surgimiento de una miríada de pequeños propietarios, medianeros
y arrendatarios y de nuevos grandes propietarios marcó la región coriana. Un
campo con baja productividad, pobre inversión en capital y recursos
técnico-productivos.
Con este panorama de por medio, David López-Fonseca planteó la
necesidad de hacer propietarios a los otrora esclavos, a los pequeños
arrendadores, a los medianeros; “hombres libres, esclavizados por su
ignorancia” les llamó[2],
convencido como estaba de que el principio de la propiedad, unido al trabajo
independiente, motorizarían un cambio radical en la economía y la sociedad de
su tiempo, haciéndola avanzar hacia una mayor democracia; ideas que se resumen
en este párrafo: “Amamos el trabajo porque es ejecutoria de nobleza, pergamino
que no destruyen los insectos, y porque dignifica al hombre, haciéndole cumplir
con el deber de comer el pan amasado con el sudor de su frente”[3]. Era la fuerza modernizante del pensamiento
liberal-positivo en la Venezuela del guzmancismo, donde el peso estaba en la
palabra progreso y no en la palabra orden.
El siguiente párrafo deja ver con claridad la idea de progreso económico
en David López-Fonseca, donde se sumaban de manera armónica el componente
demográfico –en aquella época considerado fuente de civilización y riqueza
económica-, la industria urbana, el agro modernizado y un aparato jurídico a
tono con las nuevas propuestas: “Tráiganse inmigraciones a Coro; establézcanse
bancos que suministren fondos para las empresas industriales; estimúlense a los
criadores a mejorar las razas de las especies de animales que existen en sus
pampas; desvincúlense tantos terrenos improductivos hoy (...) y así, poco a poco, podrá crecer y
desarrollarse la riqueza particular y en consecuencia la pública”[4].
El liberalismo intelectual de David López-Fonseca es intrínseco a su
condición de migrante, a su pertenencia a una minoría étnica y religiosa que
había vivido picos de intolerancia durante los sucesos de 1831 y 1855, y que en
forma permanente debía luchar contra ella. De allí su tono de tolerancia, cuyo
único límite eran los ataques provenientes de los remanentes de poder colonial,
los por él llamados “oligarcas”, con quienes era implacable. De allí su manejo
de la igualdad con un fuerte componente étnico-social más que económico. La
república era, para este político, garante de la igualdad, y así se resume en
este párrafo de su pluma: “En este país republicano, donde el camino de las
aspiraciones está abierto a todas las inteligencias, a todos los gremios
sociales, sin distinción de clases ni de origen”[5].
Se advierte así un enlace entre los conceptos de república-igualdad-libertad,
que tan bien venía a las minorías étnicas y religiosas como lo era el grupo
sefardita coriano. Finalmente, y como punto de enlace entre lo político, lo
social y lo intelectual, David López-Fonseca entendió y argumentó la necesidad
de llevar la educación a las grandes masas, convencido de que un pueblo educado
era el mejor soporte para la democracia.
Fue el suyo un pensamiento que entendió el liberalismo como avance,
como evolución política, como progreso económico y como igualador social. Es
interesante advertir como se suman en su ideario el individualismo desbordante
del siglo XIX, y que encerró en su frase “cada uno es hijo de sus propias
obras”[6],
y por la otra su idea de una sociedad de igualdad, igualdad entendida como la
potencialidad de todos a aspirar y lograr, y que llevó a sus oponentes a
acusarlo de comunista, causando encendidas polémicas que han quedado plasmadas
en las fuentes hemerográficas[7],
independientemente al hecho de que el liberalismo de López-Fonseca nada tenía
que ver con la propuesta política de Marx y sí mucho con su participación en la
masonería, que en Venezuela fue venero para el desarrollo de las ideas
liberales. David López-Fonseca participó hacia 1877 en la logia Unión Fraternal
N° 24 y posteriormente en la N° 17, de la cual recibió un reconocimiento en el
año 1913[8].
A lo largo de su vida política se identificó con gobiernos claves de
tendencia liberal. En sus primeros años con el guzmancismo, criticando en su
momento, por ejemplo, el intento desestabilizador de Linares Alcántara en 1878[9].
Posteriormente con la causa liberal restauradora de Cipriano Castro[10].
Su carrera política recorrió todos los escaños, fogueándose en sus años de
juventud como integrante de juntas de fomento, para en su treintena iniciarse
como concejal, juez y llegar a diputado principal a la asamblea legislativa del
estado Falcón y secretario general de gobierno. Le tocó participar en forma
directa en la estructuración del gran estado Falcón-Zulia en el año 1880, y ya
en su quinta década de vida repitió cargos de diputación y juez, a los que sumó
no menos de otros cuatro cargos de orden político y judicial, alcanzando en
1894 el nombramiento como ministro principal de la corte suprema de justicia
del estado Falcón y desenvolviéndose durante una década en este cargo,
simultáneamente a otras responsabilidades derivadas de su trayectoria política.
Se registra en el Colegio de Abogados en el año 1899 y hasta el final de su
vida ejercerá, en lo esencial, altos cargos en el poder judicial del estado,
incluyendo el de procurador en el año 1920.
Quedan siempre, como en todo pensador liberal, las interrogantes sin
respuesta que esperan por un estudio más a fondo de los escritos de David
López-Fonseca ¿cómo concilió el ejercicio de la libertad y el de la igualdad?,
¿cómo armonizó los intereses individuales y del pueblo, la libre empresa y el
proteccionismo, la tolerancia y el anticlericalismo? ¿cómo explicó el fracaso
del proyecto liberal? ¿cómo evolucionó su pensamiento político hacia la madurez
de su vida? Quizás algunas de estas preguntas nunca tengan respuesta, pero lo
cierto es que un breve balance de los textos de David López-Fonseca nos
enfrenta, una vez más, a las contradicciones propias del pensamiento liberal,
que finalmente dieron pie a su superación como proyecto político.
Los industriales del siglo
XIX
El cambio profundo en la tenencia de la tierra y la recomposición de las
clases sociales sentó el germen para la formación del mercado interno y vio
transitar, en la ciudad de Coro, el capital comercial a capital industrial y
financiero durante el último cuarto del siglo XIX, cuando cristalizaron las
condiciones básicas para hacer intentos industriales en la capital del estado
Falcón[11]. Un capitalista industrial surgió, emergiendo desde el sector comercial
exportador-importador. Era un empresario netamente urbano, sin raíces en el
campo; más aún, estaba ligado a la dinámica comercial de la isla de Curazao, ya
que casi todos eran de origen sefardita curazoleño, arraigados en Coro pero con
fuertes intereses económicos y familiares en la isla holandesa.
Era una nueva generación de capitalistas, descendientes de los primeros
judíos asentados en el eje Curazao-Coro, con estrechos contactos en Estados
Unidos y Europa, políglotas, con educación europea, con una nueva mentalidad a
tono con los nuevos tiempos. Correspondió a sus ascendientes el duro trabajo de
abrirse camino en tierra firme, fundar casas comerciales, enfrentar los
conflictos y los motines antijudíos que sacudieran a Coro en 1831 y 1855, hasta
el presente sólo analizados desde la óptica étnica o religiosa, pero que
requieren una aproximación más compleja e integrada, para comprenderlos también
como resultados del violento proceso de acumulación que marcó al grupo
sefardita en su arraigo en la región coriana, y del que es ejemplo por
excelencia en las referencias documentales el caso de Jeudah Senior. A
personajes como Jeudah e Isaac Senior y Manasés Capriles correspondió en lo
esencial la primera y más dura etapa, a ellos y a sus descendientes la
expansión y diversificación de sus intereses económicos.
A estas mentalidades modernas, afianzadas sobre conceptos como progreso,
cultura y civilización; les correspondió en su lógico avance captar en su
beneficio las nuevas aunque escasas ventajas y oportunidades que estaban a su
alcance para convertir el dinero acumulado por sus padres y abuelos en capital
industrial. La magna obra de ingeniería representada por el dique de Caujarao,
prolegómeno de este intento industrializador, inaugurado por Juan Crisóstomo
Falcón en 1866, permitió a estos industriales utilizar la energía del vapor en
diversas empresas. Igualmente, estuvieron a la cabeza en el uso del telégrafo,
teléfono, cable, máquinas, materias primas y otras tecnologías foráneas que aplicaron
a sus negocios fabriles.
En un país sin circunstancias
propicias, Coro logró interesantes brotes industriales que, independiente a su
éxito o fracaso, se tornan en puntos de referencia fundamentales para
comprender la evolución de la economía capitalista nacional. A tono con los
cambios mundiales, el capital comercial coriano intentó cambios importantes que
dieron origen a nuevos nombres con peso decisivo en la vida regional; se
enlazaron el capital comercial, industrial y bancario; despuntando nuevas
fuerzas económicas.
Manases
Capriles Ricardo, Isaac A. Senior e hijo y la Compañía Jabonera del Estado
Falcón
Manasés Capriles Ricardo es el empresario ubicado con mayor antigüedad e
interés por el sector industrial, al instalar en 1878 una fábrica de jabones
con capacidad para producir 250 cajas diarias, gerenciada por José y Abraham
Capriles: la "Compañía Jabonera (limitada) del Estado Falcón". Las
fuentes periodísticas indican que fue la primera fábrica que tuvo el estado
Falcón, en aquél entonces Sección Falcón del estado Falcón-Zulia. No tenía
competencia y fabricaba jabones amarillo, negro y azul superior. Para el año
1880 anunciaba surtido de jabones y velas esteáricas superiores, lo cual indica
una expansión y diversificación tempranas que le permitieron avanzar y captar
el mercado interno de la Sección Falcón y plazas del estado Lara [12].
El éxito debe haber animado a
Manasés Capriles a participar en la Gran Exposición Nacional de Artes e
Industrias, que con motivo del centenario del natalicio de Bolívar se inauguró
el 2 de agosto de 1883 en el edificio anexo a la Universidad Central[13]. Con posterioridad a la fábrica
de velas, entre 1883-1884 Capriles inauguró la fábrica de aceites[14]. A éstas siguió una fábrica de
tabaco manilla y planchita[15], se conformó así en forma progresiva un galpón industrial.
El galpón continuó su expansión, al anunciarse a mediados de 1884 la
llegada de la maquinaria -importada de los Estados Unidos- para el
establecimiento de una fábrica de tabaco hueva[16]. Fue ésta la primera fábrica de su género que se estableció en el país,
inaugurándose el primero de agosto de 1884. Para esta empresa se asoció a
Jacobo Myerston, quien fungió como gerente[17]. La fábrica se llamó “El Atalaya” y comenzó operando con asalariados
extranjeros que durante el curso de sus contratos entrenarían personal del
país, el cual se incorporaría una vez concluido el compromiso contractual con
los primeros[18].
Convertida ya en un galpón industrial[19], la empresa de Capriles era muestra palpable del avance de la producción
capitalista en Venezuela. El galpón contaba con carpinteros, latoneros,
jaboneros, peones, carreteros, entre otros asalariados. Paralelamente a su
galpón industrial, Manasés Capriles comenzó a interesarse por otras inversiones
alejadas de la manufactura: las comunicaciones, y el 12 de diciembre de 1892
firmó el que sería el cuarto contrato para tender el ferrocarril La Vela-Coro[20]. El 24 de agosto de 1893, desplazando sus intereses del área industrial
al área de las comunicaciones, Capriles Ricardo vendió a la firma Isaac A.
Senior e hijo el galpón industrial de su propiedad, al que Senior agregó una
tenería que fabricaba suelas y calzado, y aún más tarde un aserradero al vapor[21].
En el año 1898, I. A. Senior e hijo formalizó la venta de este galpón a
la firma Senior Hermanos, propiedad de los hermanos Josías y Abraham Senior[22]. En 1905 hubo cambios y la firma Senior Hermanos fue liquidada,
quedando el galpón en manos de otro hermano, Morry, quien lo reimpulsó y para
1909-1910 agregó en su publicidad a los ya conocidos jabones, velas, aceites y
suelas, la fábrica de alpargatas superiores blancas y de color[23]. Morry I. Senior lo mantuvo hasta su muerte en 1920, cuando sus
sucesores lo ofrecieron en venta, adquiriéndolo la firma De Lima Hermanos[24].
Otros
industriales sefarditas
Otros comerciantes sefarditas también realizaron intentos industriales.
Murray R. A. Correa, inauguró a fines de 1883 su fábrica de velas esteáricas,
con el nombre de “Industria Coriana”[25]. Hacia 1890 Salomón López
Fonseca inició un acelerado avance con su establecimiento industrial velería y
jabonería “Santa Ana de Coro”[26]. A estas se unió en 1896 la fábrica de velas esteáricas "El
Cóndor", de Abraham H. Senior[27]. El mismo López Fonseca agregó a su publicidad en 1896 la fabricación de
pastas italianas, y en 1898 los cigarros “La Libertad”[28]. Como Manasés Capriles, Salomón López Fonseca logró impulsar varias
industrias, sus velas esteáricas fueron premiadas en el Concurso Agroindustrial
de Caracas, y para 1900 se anunciaba como fabricante de jabón negro de pez,
jabón azul, velas esteáricas, cigarros "Libertad" y fideos[29]. En 1906 registró sus marcas de fábrica jabón “Liverpool”, velas
esteáricas “Salomón López Fonseca-velas esteáricas” y jabón “Una mano S.L.F.
Ca.”[30].
El hielo, artículo de lujo para la época, también tuvo sus intereses en
la figura de Isaac López Fonseca, quien manejaba la fábrica “Nevería Coriana”
para 1891[31]. La literatura periodística indica que Isaac López Fonseca fue un
empresario particularmente emprendedor, primero en introducir a Coro un aparato
de destilación continua, y en aplicar a las distintas industrias que tuvo la
máquina de vapor, un aparato de 15 caballos de fuerza y cinco toneladas de peso
que llegó al puerto de La Vela de Coro en diciembre de 1888[32]. Tuvo, inclusive, un proyecto para hacer un viñedo en Coro, y llegó a
plantar mil vides con el objetivo de producir vinos y otros derivados[33].
Estos industriales reprodujeron la competencia agresiva y sin ceder
posiciones que caracterizó al capitalismo en su contexto inicial de
industrialización, imperio de la libre competencia. No existían controles
legales ni regulaciones derivadas de acuerdos entre las partes, la
cartelización resultaba desconocida y el monopolio no estaba presente. El
ejemplo que mejor permite visualizar este ambiente es el de las fábricas de
velas esteáricas. En el año 1896, tres fabricantes sefarditas: Salomón López
Fonseca, Josías L. Senior y Abraham Senior, saturaron el mercado regional hasta
los valles de Carora y Barquisimeto, causando la violenta caída de los precios
y parálisis de las ventas[34]. Josías Senior informó del conflicto a su tío Sigismundo Weil, en
Hamburgo[35].
Las cartas de Weil para su sobrino, escritas en el transcurso de 1896,
son una sucesión de consejos sobre cómo manejar las diferencias entre
empresarios. Ante la situación conflictiva, le sugirió reiteradamente acordar
con López Fonseca y con su hermano Abraham un convenio de fabricación y precios
fijos de velas, con el fin de mejorar el negocio[36]. En su opinión había demasiado crédito y poca ganancia, por lo cual las
tres fábricas debían convenir un precio tanto al contado como a crédito,
multando por caja a quien vendiera más barato que lo pactado. Este, decía e
insistía, era el camino asumido por los fabricantes alemanes de cemento a raíz
de una guerra de precios: cartelizar y multar al que vendiera más barato[37].
Los comienzos del siglo XX indican la presencia de la fábrica de
cigarros “La Sultana”, propiedad de Julio César Capriles bajo la razón social
Capriles & Co[38]. El 1 de agosto de 1901 se constituyó la firma Chumaceiro & Co. al
fusionarse el establecimiento de mercancías y víveres propiedad de Jacob M.
Chumaceiro y la fábrica de Capriles[39]. Segismundo I. Senior se inició con la fábrica de cigarrillos “El
Ideal” en 1904[40]. En 1908 se detecta en prensa la fábrica de jabones de Segismundo I.
Senior, especializada en el detergente de ropa "El Incomparable",
quien pasó a competir con los productos de "La Jabonería" de su
hermano Morry I. Senior[41]. Segismundo Senior mantuvo
varias fábricas que prolongaron por lo menos hasta los años veinte, entre ellas
alpargatas, suelas, el jabón –que para 1922 se publicitaba bajo la marca SIS- y
los cigarrillos marca “India”, “Mara” y “Occidente”[42].
Se cierra este recuento en 1910. Ese año Isaac A. de Lima -del ramo de
farmacia- anunció el envasado de bebidas no espirituosas en el periódico
“Agencia Coriana”, presentándose como fabricante de limonadas y aguas gaseosas[43]. A la muerte de Morry I. Senior, en 1920, la firma de Lima Hermanos
adquirió el galpón de la Jabonería.
El decaimiento de este intento industrializador se asocia a la crisis
estructural de Venezuela en el periodo 1900-1908, que implicó deterioro
político, escasez presupuestaria, agotamiento extremo de las actividades
productivas en general, desempleo y empobrecimiento en aumento, deficiente
sistema tributario y mermado crecimiento económico, entre otras.
Fue, en definitiva y como conjunto, una empresa prometedora que llevaba en sí misma una contradicción,
pues el mismo industrial que miraba el futuro mantenía con el campo una
relación soportada en sistemas tradicionales que mantenían el mercado interno
en condiciones de estancamiento, reprimido en sus potencialidades de
crecimiento. Así, si bien el capital comercial logró la acumulación necesaria
para avanzar hacia intentos industriales, no se dio la consolidación y
robustecimiento del mercado interno en los términos que la industria lo
requería. Por otra parte, la región conservó, en lo esencial, su mismo patrón
de poblamiento, el campo conservó su misma dinámica productiva y la ciudad
creció, sí, pero débil, incapaz de respaldar el intento de cambio que se
gestaba a su interior y que finalmente abortó.
Por otra parte estuvo la actitud del Estado, ambivalente en el discurso,
pero muy clara en su ejecución. La ausencia de una política de Estado
coherente, secuencial y decidida que permitiera consolidarse a la naciente
industria nacional. Batallando con un entorno adverso, los intentos
industriales tanto de Coro como de otras regiones quedaron como esbozo de lo
que pudo haber sido pero, definitivamente, no se logró, ya que en general
perdieron su impulso y desaparecieron o se mantuvieron en la hipotrofia, como
desvanecidas evocaciones de un esfuerzo que se vio inhibido por la inarmónica acción
de las distintas fuerzas que eran necesarias para hacerlos avanzar.
La
comunidad y su historia: Ángel Maduro Acosta, proto-arqueólogo
Cuando Venezuela logra su independencia de la
corona española, la nación tuvo que estructurar un relato histórico que le
permitiera distinguirse del antiguo colonizador, ubicándose en el conjunto de
naciones sin lugar a confusión. La obra de Oviedo y Baños, Rafael María Baralt
y Arístides Rojas es expresión de aquella naciente ciencia en la Venezuela
independiente. Todos ellos giran en torno a la necesidad de gestar una
identidad venezolana, nutriéndose sus obras de las crónicas coloniales que,
como vasos comunicantes, alimentaron durante el siglo XIX todo intento
historiador en Venezuela. Tras la elaboración de este cuerpo histórico nacional
surgió la preocupación por las historias regionales. Bajo un ambiente
impregnado por el pensamiento positivista, diversos personajes falconianos
expresaron su interés por rescatar el conocimiento del pasado falconiano.
Inició esta corriente de historiadores autodidactas Pedro Manuel Arcaya,
ejemplo clásico de la gran concentración de conocimiento propia de las élites
provinciales venezolanas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. La obra
de Arcaya es monumental, tanto por su amplitud temática como por los lapsos que
abarca, y de ella emanó una matriz que marcó a la mayoría de los historiadores
posteriores. El impulso concentrado en la figura de Arcaya, sin embargo, no se
mantuvo, y durante el gomecismo la investigación histórica regional fue
sustituida por la efemérides, la crónica y textos menores.
Sin embargo, hay una excepción en
esa posterioridad: Ángel Maduro Acosta, siempre presente cuando se trata de
abordar el tema de la ciencia de la historia en la historia regional del estado
Falcón. En la obra de Maduro se advierte el peso de la influencia de Arcaya
–“nuestro gran Arcaya”, escribió en uno de sus textos[44]-en su preocupación por generar una imagen de lo regional falconiano, de
rescatar el más profundo pasado. Su pensamiento, típicamente evolucionista y
con una peculiar combinación de eurocentrismo y latinoamericanismo, lo llevó
constantemente a hacer parangón entre los pueblos indígenas falconianos y las
llamadas grandes civilizaciones, como los aztecas y egipcios; a aplicar a la
historia de nuestros aborígenes la periodización característica de Europa,
llegando a hablar inclusive del “Renacimiento indígena” en materia de cerámica,
a comparar el arte prehispánico con el prehistórico de Europa[45]. De la pluma del particular análisis histórico de Maduro Acosta la
indígena achagua se compara a la diosa egipcia Isis y a la griega Venus; y
surge una interpretación llamativa de algunos elementos del arte y la lengua
indígena donde se dan la mano elementos de diversas y alejadas culturas. Es,
pues, Maduro Acosta, un eco tardío del positivismo que Arcaya vertiera sobre la
investigación histórica regional en Falcón, pero con variantes muy particulares
en los aspectos interpretativos, y con una intención antropológica como no se advierte
en ningún autor anterior.
Ángel Maduro nació el 18 de marzo de
1889 y murió el 23 de mayo de 1975. Fue hijo de Salomón Levy-Maduro Vaz, de la
comunidad sefardita de Coro. Es un ejemplo típico de primera generación de
católicos descendientes de sefarditas, donde se advierte el particular proceso
de cambio cultural que vivenció esta comunidad. Muerta su madre al nacer, fue
criado por sus abuelos David Levy-Maduro y Betsy Vaz Capriles de Levy-Maduro,
ambos judíos practicantes que junto a su hijo Salomón –también practicante e
incluso oficiante religioso durante parte de su vida- decidieron educar a Ángel
bajo la fe católica, respetando el ascendiente materno[46]. Así, Maduro Acosta creció en un mundo dual y transicional, donde se
mezclaron dos religiones, dos educaciones y dos culturas; hecho éste que le
marcó para siempre.
Egresó como bachiller de filosofía en 1912, estudios que cursó en el
Colegio Federal de Coro bajo la dirección de otro sefardita que dejó huella, el
Dr. José Curiel Abenatar. Heredó de su padre la profesión de odontólogo, pero
desarrolló a lo largo de su vida un intenso interés por la prehistoria
falconiana, e incluyó el amplio espectro antropológico que contiene a la
lingüística, la antropología física, la etnología y la arqueología, enlazándolos
a su vez con la historia. Su obra es pequeña en extensión, pero lo
suficientemente significativa para revelarlo como un historiador nato. Sus
excavaciones arqueológicas tuvieron como precedentes las del Dr. Félix M.
Beaujón y las del Dr. Francisco Tamayo, de las cuales resultaron dos
importantes colecciones de piezas caquetías, a las que se vino a sumar la labor
de Ángel Maduro, lo cual permite considerarlo, junto al Dr. Oscar Beaujón, como
los protoarqueólogos de Falcón, antecesores directos de la obra que después
desarrollaron José María Cruxent e Irving Rouse.
Antropólogo intuitivo, arqueólogo aficionado, la obra de Maduro Acosta
permite ver el uso de técnicas clásicas de la ciencia del hombre, tales como la
recopilación de información mediante la oralidad, el uso del cuaderno de campo,
las visitas a los sitios de interés y, claro está, las excavaciones
arqueológicas, hechas al calor de la emoción exploradora y sin emplear técnicas
especializadas; pese a lo cual llegó a reunir una de las dos más grandes
colecciones prehispánicas del estado Falcón, un hermoso conjunto de 545 piezas
entre cráneos, cerámica y lítica que su viuda, Tecia Ferrer de Maduro, donara a
la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda el 21 de enero de
1983[47].
De una particular combinación de intereses biomédicos e históricos,
surgió en Ángel Maduro la afición al estudio de cráneos prehispánicos, buscando
en ellos respuestas a incógnitas sobre el fenotipo de los indígenas que
habitaron lo que hoy es Falcón. De sus informantes orales recogió una colección
de vocablos indígenas a los que abordó con ánimo estudioso desde la etimología.
Igualmente, es valioso su hallazgo de leyendas indígenas y su interés por la
espeleología, que le llevó a encontrar una serie de petroglifos en diversas
cuevas falconianas, de lo cual derivaron dos trabajos: “Petroglifos de Coro” y
“Estudio sobre la cueva de Chipare”.
Su carrera como historiador y arqueólogo lo condujo a participar en la
creación del Centro de Historia del Estado Falcón en el año 1952, siendo
miembro fundador de esta institución; así como miembro principal de la Junta
Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación en
Falcón, desde el año 1961 hasta su muerte.
El legado del Dr. Ángel Maduro Acosta se encuentra hoy, parcialmente,
donado a instituciones universitarias; pero su familia aún conserva un conjunto
documental y de objetos de alto valor histórico heredados tanto de él como de
su abuelo, cuyo estudio ayudará a comprender y completar, algún día, en forma
más integral y compleja, el pensamiento de este proto-arqueólogo y el proceso
de cambio cultural que vivió la comunidad sefardita de Coro.
Derrotando a la viruela: Darío Curiel Sánchez
Nació Darío Curiel Sánchez
dos veces en su vida: la primera en Coro, el 23 de diciembre de 1907, como hijo
del médico José Curiel Abenatar y de María Sánchez Atienza, aquél sefardita y
ésta gentil. Nace nuevamente en 1956, cuando Venezuela erradicó la viruela,
tomada de la mano y guiada por la impecable gerencia de este epidemiólogo y
sanitarista.
¿Qué era Venezuela y qué era Falcón cuando Darío Curiel
era un niño, un joven? Un país con casi 90% de analfabetas, donde imperaban la
gastroenteritis, la bilharzia, la viruela, la malaria y otras enfermedades
transmisibles asociadas a la pobreza. Una Venezuela que vivió la peste bubónica
en 1908, la fiebre amarilla en 1912, la viruela en el año 15, el paludismo en
1915-1916[48].
Quizás haya tenido recuerdos de la tragedia ambiental y humana que viviera su
terruño siendo él apenas un niño de cinco años, cuando, en 1912, llegó a su
punto más alto una prolongada sequía de casi dos años, y la cual desató la
masiva migración de paraguaneros hacia el resto del estado, muriendo cientos de
personas de hambre, sed y enfermedades asociadas. Era apenas un jovencito de 11
años cuando vivió la pandemia de
influenza o gripe española, violenta epidemia traída del exterior y que hizo
estragos en diversos puntos del plano costero, incluyendo a Coro. Trece años
tendría cuando, una vez más, en 1921, la viruela adquirió carácter epidémico en
su ciudad. Quizás recuerdos transmitidos, sus vivencias personales y la imagen
de su padre –que fuera un destacado médico y educador, fallecido prematuramente
en 1910- forjaran en él la vocación médica y, en especial, el afán sanitarista.
Lo cierto es que, con el recuerdo fresco de la última epidemia de viruela,
partió hacia Caracas en 1923 para cursar estudios de medicina.
La muerte de Juan Vicente
Gómez renovó las estructuras políticas del país, y como en cascada, el resto de
las estructuras siguieron el cambio. Apenas muere el dictador, egresó Darío
Curiel como perito en salud pública (1937) y doctor en salud pública (1938) por
la Universidad de John Hopkins, en los Estados Unidos. En 1936 se crea el Ministerio
de Sanidad y Asistencia Social. Ese mismo año surge la Dirección de
Malariología, y en 1938 Darío Curiel se incorporó al recién creado Ministerio,
donde fundó la División de Epidemiología y Estadística Vital[49].
Venezuela vivió durante aquellas décadas una serie de cambios económicos,
demográficos y sociales que exigieron a la par el desarrollo impetuoso pero
organizado del sector salud. Por ello, en 1942, el plan quinquenal de obras
públicas incluyó entre sus programas prioritarios el de saneamiento, que se dio
la mano con la nueva ley de hidrocarburos de 1943 y la de reforma agraria de
1945, entre otros avances jurídicos. En medio de un clima de tranquilidad
pública y democratización crecientes, impulsados por los gobiernos de López
Contreras e Isaías Medina Angarita, Darío Curiel y el equipo de sanitaristas
avocados al control de enfermedades transmisibles y al manejo estadístico de la
morbilidad nacional; avanzaron en una labor que mejoró sensiblemente las
condiciones de vida y salubridad a nivel nacional.
El equipo gerenciado por Darío Curiel logró enrumbar lo que vendría a
ser, 20 años después, el Departamento de Demografía y Epidemiología.
Estructuró, dio coherencia a la dispersa información que existía sobre
mortalidad y morbilidad, logrando así que el país tuviera, por primera vez en
su historia, información confiable sobre componentes demográficos fundamentales
relativos al movimiento natural de la población. A partir de la acción de la
División de Epidemiología y Estadística Vital, con sus actividades de
supervisión y asesoramiento a las oficinas locales de sanidad (medicaturas
rurales, centros de salud, unidades sanitarias), de la elaboración de pautas de
control para enfermedades transmisibles no incluidas en la labor de otras
divisiones, de la vigilancia del estado endemoepidémico del país, del
desarrollo de campañas de vacunación nacionales; logra el Dr. Curiel incidir en
la amortiguación de las fuertes fluctuaciones que presentaba en Venezuela el
indicador mortalidad. La tendencia a largo plazo, tras el esfuerzo sostenido
del equipo, fue la baja general de los niveles de mortalidad. Los focos
epidémicos de la Venezuela de comienzos de siglo comenzaron a ceder y
reducirse. Fue una lucha nacional y sistemática, donde se unió al esfuerzo de
la División de Epidemiología y Estadística Vital el accionar de otros equipos
de trabajo, donde participaron sanitaristas de alto nivel como los Dres.
Arnoldo Gabaldón, Jacinto Convit, Pastor Oropeza y José Ignacio Baldó; y cuyos
resultados fueron la extensión de las campañas de vacunación, el uso
generalizado de insecticidas, el desarrollo de la educación en el área de
higiene. Todo ello transformó de manera radical las condiciones de vida y las
posibilidades de supervivencia de la población venezolana.
Pero de entre todas las enfermedades con las que tuvo que batallar, una
se convirtió en su preocupación fundamental: la viruela. Enfermedad que causaba
en Venezuela, para el segundo quinquenio de los años cuarenta, un promedio de
8410 casos anuales[50],
con altas cifras de morbilidad y mortalidad, amén de la incapacidad y
mutilaciones de muchos sobrevivientes. Un flagelo para el cual el organismo
indígena no estaba preparado, y que al desatarse en América diezmó a la
población nativa.
Conciente de que este
flagelo, y otros igual de importantes, como el paludismo, dependían más de las
condiciones sanitarias del momento, que de la herencia o la historia particular
del individuo, es decir, que las condiciones exógenas privaban sobre las
endógenas, diseñó una política de largo aliento destinada a llevar hasta el
último rincón de Venezuela la vacuna contra la viruela. Una vacuna eficaz, sí,
pero altamente termolábil.
El plan de vacunación
diseñado por Darío Curiel y su equipo incluyó una serie de pasos que incluía
recorrer dos veces la geografía nacional para inocular a la mayor cantidad de
venezolanos. El éxito fue total. Se inoculó al 83% de la población, y a partir
de mayo de 1956 Venezuela no volvió a presentar casos de viruela. Darío Curiel
logró desterrar a la viruela de nuestro país 23 años antes de que la
Organización Mundial de la Salud certificara la erradicación mundial de la
enfermedad[51]. Y
lo logró por encima de los obstáculos de comunicaciones y transportes, de
barreras geográficas, administrativas, educativas y de toda índole. Fue el
éxito resultante de una movilización nacional, constante, infatigable, que no
se negó sacrificios ni escatimó esfuerzos. Una gerencia adecuada y eficiente,
decidida a poner fin a esa enfermedad.
Gracias al accionar del
equipo de sanitaristas venezolanos, Darío Curiel incluido entre ellos, el
cambio en ciertos indicadores demográficos fue revolucionario. La baja en la
mortalidad infantil fue espectacular, disminuyendo en los varones de 219 por
mil en 1936 a 99 en 1956, y en las niñas de 199 a 79 por mil en el mismo lapso[52].
La mortalidad general descendió de 17.4 muertes por cada mil habitantes en
1941, a 10.9 en 1950. La esperanza de vida del venezolano se elevó de 41 años
en 1936 a más de 50 años en 1950[53].
El descenso profundo del patrón muerte y
el mantenimiento de la natalidad repercutieron fortaleciendo la juventud
demográfica que entonces caracterizaba al país.
Como corolario de la vida
pública de este eminente sanitarista, es preciso acotar que su exitosa
experiencia lo llevó a participar a fondo en diversas responsabilidades
internacionales relacionadas con la Organización Mundial de la Salud y otras
instancias. Además, se desempeñó como docente en la Universidad Central de
Venezuela y en la Universidad de los Andes, y fundó la Sociedad Venezolana de
Salud Pública.
A su muerte, el 16 de
septiembre de 1983, Darío Curiel había dejado a Venezuela un legado
excepcional: una nueva configuración demográfica, un nuevo mapa de la salud, un
nuevo ciudadano en cada venezolano que nacía libre del flagelo de la viruela.
Hoy, cuando aparecen nuevas y desconocidas enfermedades,
o vuelven a tomar fuerza las que se creían superadas, en una oleada
re-emergente que mancha nuevamente el mapa epidemiológico con el cólera, la
malaria, el dengue y la tuberculosis; cobra valor la obra de Darío Curiel como
un sanitarista de mérito, que fue capaz, en un país muy joven, apenas
aprendiendo a ser sano, de diseñar políticas y programas eficaces en materia de
salud.
El
último legado de la comunidad sefardita: la colección Alberto Henríquez
Alberto Henríquez (1919-1990) es una
figura emblemática para el estado Falcón. Fue perfil y testigo de una década
turbulenta para los corianos, la década de los años sesenta, década en que
coinciden el auge de la guerrilla, los movimientos contestatarios mundiales y
el inicio de su colección de artes plásticas, que nació con la adquisición de
un Jesús Soto. Una colección como el tiempo que la vio nacer: contestataria. Si
se buscan palabras para descifrarlo, para retratarlo como ser humano, tres
afloran en lo inmediato: rebeldía, reto y desprendimiento.
Alberto Henríquez, de padre y madre
sefarditas, nacido en el momento último del cambio cultural de esta comunidad
en Coro, fue un rebelde nato. Un apasionado de las lecturas bíblicas judías y
católicas, buscando en ellas respuestas a interrogantes propias de su mundo
dual. Un hombre de transición cultural eterna, que vivió buscando respuestas al
tema de mesianismo.
Iconoclasta. Cuestionó todos los moldes y patrones de su tiempo, y si
viviera los continuaría cuestionando. Fue uno de esos seres que pareciera haber
nacido fuera de contexto, fuera de época, adelantado a todo. Por eso su figura
fue y sigue siendo fuente de polémica, como lo son todas las figuras que abren
brecha. Escogió una opción de vida poco comprendida en su momento, opción que
correspondía a una sensibilidad particularmente desarrollada. Y esto se reflejó
en sus gustos heterodoxos en materia de arte, en su innato impulso
coleccionista, que permitió poco a poco la consolidación de la única y más
valiosa colección de artes plásticas que haya tenido el estado Falcón, y una de
las más completas de Venezuela.
Alberto Henríquez, hijo de Daniel Cohen-Henríquez y Eliana
López-Fonseca, escribió de su colección que su existencia fue obra de la
casualidad. La casualidad dio origen a una de las colecciones plásticas más
representativas en Venezuela de sus diversas tendencias artísticas y autores,
donde si bien predominan la pintura y escultura nacional, se incluyen otros
objetos de las más variadas épocas y expresiones del alma venezolana. Así, la
colección Alberto Henríquez nos muestra los siglos XIX y XX en la plástica
nacional, pero también objetos que nos hablan de la plástica colonial y
prehispánica, mobiliario y objetos decorativos de distintas épocas de nuestra
historia.
Sin embargo, yo no creo en esa
casualidad de la que escribió Alberto. Por una parte tuvo amigos muy próximos
que le orientaron e influyeron en su ánimo a la hora de adquirir ciertas obras,
entre ellos su primo, Iván Capriles López, y el pintor Víctor Valera. Pero hay
algo más de fondo. Visité en una ocasión su casa, recorrí sus habitaciones,
conocí su colección y conversé con él. Como en una especie de pequeña cámara de
las maravillas, como si cada objeto encerrara algún mágico poder, Alberto fue
reuniendo piezas que sembraron todos los rincones de su casa, en un amasijo
artístico, mezcla de todos los siglos, donde se respiraba el placer de la
posesión, el placer del adorno, el dilettantismo, la rareza, el rebuscamiento
de una personalidad compleja donde se combinaban la ruptura y lo convencional,
lo reconocido y lo desconocido, el pasado exaltado y el porvenir que hoy era
protesta: un pintor desconocido junto a un Reverón, un tiesto prehispánico junto
a un trozo de ferrocarril, una pieza colonial junto a un escultor novel. Su
pequeña cámara de tesoros lo proyectaba de inmediato, como una personalidad
atormentada donde el sosiego y la agitación convivían. Tal vez no hubo una
intención, pero, definitivamente, el azar no es lo que caracteriza a esta
colección, que tiene un claro hilo conductor
en su propio personaje. La casualidad, entonces, tiene por nombre
Alberto Henríquez.
De la representatividad de esta
colección deja constancia la presencia de obras que abarcan el rigor de la
Academia de Bellas Artes, la renovación impulsada por el Círculo de Bellas
Artes, la Escuela de Caracas, Los Disidentes, el Taller Libre de Arte, el arte
cinético, La Barraca de Maripérez, Presencia 70 y el Círculo del Pez Dorado. Se
reúnen así, entre otros, a Francisco Herrera Toro, Emilio Boggio, Manuel Cabré,
Tomás Golding, Armando Reverón, Rafael Monasterios, Próspero Martínez, Elisa
Elvira Zuloaga, Pedro Ángel González, Pedro Centeno Vallenilla, Pascual
Navarro, Mateo Manaure, Carlos González Bogen, Oswaldo Vigas, Omar Carreño,
Jacobo Borges, Virgilio Trompiz, Régulo Pérez, Bárbaro Rivas, Jesús Soto,
Carlos Cruz-Diez y Alirio Rodríguez.
Y no se puede comprender el significado de esta colección si se olvida
que fue el resultado de la actitud contestataria de Alberto Henríquez,
contrastando con el conservadurismo y las reticencias de una ciudad pequeña,
aparentemente plácida y bucólica, pero donde un grupo de jóvenes intelectuales
y artistas desarrollaban las ideas de ruptura que impregnaban el ambiente de
aquellos turbulentos años tanto en el orden mundial como nacional, y que
tuvieron en Alberto un mecenas, un dador en el más puro sentido del
desprendimiento. Porque Alberto dio sin recibir, al calor de una época donde
las paredes decían “prohibido prohibir”. Recordemos que en esos años nació en
la moderna Latinoamérica la convicción de que la revolución era posible en
todos los órdenes, sueño que pronto se transformó en imperativo moral. Recordemos que fueron años de intensa
búsqueda política y artística, de pujantes e innovadores conceptos que
invadieron, y modificaron, todos los rincones de la tradición y la geografía.
La colección Alberto Henríquez habla por sí misma de un hombre sensible, amante
de las artes, mecenas por excelencia para los noveles pintores que, al amparo
de El Palmar, recibían la acogida provinciana de un ser que parecía ajeno a
aquella pequeña y conservadora ciudad, donde un personaje como Alberto
resultaba un tanto extraño, excéntrico en su política de puertas abiertas al
arte y a las ideas artísticas y políticas que en esos años sesenta bullían por
doquier y estallaban con violencia en la sierra falconiana, al punto que llegó
a comentar cómo los guerrilleros pasaban por su propiedad –entonces totalmente
alejada de la ciudad-.
Todo esto dio a la colección un sello muy particular, pues unía a los
consagrados y a los nuevos rebeldes de la plástica nacional y regional. Esos
que no tenían cabida en una Venezuela donde casi no existían galerías de arte
ni otros centros para adquirir la obra de noveles artistas nacionales,
exceptuando la solitaria Sala de Exposición de la Fundación Mendoza y dos
lugares que surgieron a la vida artística nacional en aquellos días: Galería 22
y El Muro, sitios donde Henríquez adquirió parte de su colección.
Por eso la colección se formó
también, o quizás deberíamos decir sobre todo, en los talleres de los artistas,
en el trato directo con ellos, en su paso por la quinta El Palmar, sede
original de la colección que fue donada por su dueño a la Universidad Nacional
Experimental Francisco de Miranda. En la actualidad, debido a la insuficiencia
de espacios en El Palmar, la colección se encuentra parcialmente en depósito, y
una selección de la misma está expuesta en el anexo del Museo Diocesano, en el
Museo Alberto Henríquez y en el vestíbulo del Teatro Armonía en la ciudad de
Coro.
La colección muestra como un ser lúcido, arraigado a la provincia
coriana, vio transcurrir los nuevos tiempos desde la vieja ciudad que vio
llegar a sus ancestros y donde él veía morir los últimos destellos de su
comunidad étnica y religiosa. En Alberto
se reunió y se resumió la herencia cultural sefardita, esa que arrancó en la
Sociedad Armonía y que encontró en Alberto Henríquez su último representante.
Fue el postrer y más preciado legado que en materia de bellas artes pudo dejar
ese colectivo, que, en la figura de Alberto, decía adiós a su peso específico
en la escena coriana, una vez completado el proceso de cambio cultural. Fue un
último llamado a perpetuar la memoria de sus ascendientes y tornarla para
siempre en presente.
Recuerdo nuevamente mi único
encuentro con Alberto en El Palmar. Corrían los años setenta y la colección ya
estaba consolidada, pero no dejaba de crecer. En el transcurso de la visita me
mostró un hermoso piano, en el cual había incrustado su cédula de identidad,
habiéndose dañado el hermoso laqueado del mueble. Asombrada por aquello que
consideré excesivo, le pregunté por qué había colocado su cédula ahí. No
recuerdo sus palabras textuales, pero la idea era que se supiera que a él se le
debía el que ese piano estuviera aún entre nosotros. Hoy comprendo que, tras
sus palabras, estaba el grito desesperado de un colectivo que sabía esta a
punto de cruzar el umbral de la historia, y no escatimó gestos en su último
intento por marcar con su huella la tierra coriana.
FUENTES
FUENTES
PRIMARIAS
1.-
Documentación de archivo
Archivo
Histórico de Coro-UNEFM, Fondo Senior. Cajas 2, 4, 6, 10, 74, 84, sin
número (1896-1897), sin número (1893-1909), sin número (1902-1903), sin número
(1903-1904).
Archivo Histórico de Coro-UNEFM, Sección
Instrumentos Públicos (SIP).
Archivo personal Sr. César Maduro. Coro.
Archivo personal familia Henríquez
López-Fonseca. Coro.
2.- Fuentes orales
Entrevista a Thelma Henríquez López-Fonseca.
Coro, 6-04-1999.
Entrevista a Thelma Henríquez López-Fonseca.
Coro, 25-08-1999.
Entrevista a César Maduro Ferrer. Coro,
6-04-1999.
FUENTES
IMPRESAS
1.- Documentos
oficiales
Leyes
y decretos de Venezuela. Tomo 11. Biblioteca de la
Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela.
Caracas, 1990.
Leyes
y decretos de Venezuela. Tomo 12. Biblioteca de la
Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela.
Caracas, 1990.
Leyes
y decretos de Venezuela. Tomo 16. Biblioteca de la
Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie República de Venezuela.
Caracas, 1990.
Leyes y decretos de Venezuela, tomo 29. Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Serie
República de Venezuela. Caracas, 1992.
Memorias del Ministerio de Agricultura, Industria y
Fomento 1898.
Caracas, Tipografía Universal, 1899.
Memorias del Ministerio de Fomento 1877. Caracas, Imprenta Nacional,
1878.
Memorias del Ministerio de Fomento 1892. Caracas, Imprenta y
Litografía Nacional, 1894.
Memorias del Ministerio de Obras Públicas 1894, tomo 2. Caracas,
2.- Fuentes hemerográficas
Periódicos de Falcón: Agencia Coriana, Auras de
Occidente, El Águila, El Anunciador Comercial, El Ciudadano, El Conciliador, El
Constitucional, El Delta, El Día, El Federal, El Horizonte, El Nacional, El
Obrero, El Semanario, El Trabajo, La Crónica, La Industria, La Juventud, La
Península, Lampos Corianos, Médanos y Leyendas, Nardos.
FUENTES
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edición FACES/UCV, 1986.
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Editores Latinoamericana, 1994.
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Venezuela. Caracas, edic.UCAB-ORSTOM, 1979.
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Paisajes Urbanos e Industriales de Venezuela. Caracas, Ariel-Seix Barral
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Maza
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Caracas, Edición CONAC, Serie Inventarios N° 1, 1998.
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Ediciones Fundación para una Nueva República, 1988.
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Caracas, s/e, 1987.
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Touchard, Jean, Historia de las Ideas Políticas. Madrid,
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Zamora, Mary , Etiología, epidemiología y clínica de la viruela. En:
Germán Yépez Colmenares (Coord.) Historia de la salud en Venezuela.
Caracas, Fondo editorial Tropykos, 1998.
[1] La Industria. Coro,
17 de julio de 1879.
[2] La Industria. Coro,
31 de julio de 1879.
[3] La Industria. Coro,
11 de septiembre de 1879.
[4] La Industria. Coro,
17 de julio de 1879.
[5] La Industria. Coro,
18 de septiembre de 1879.
[6] La Industria. Coro,
18 de septiembre de 1879.
[7]
Léanse la serie de cartas cruzadas entre el general Juan Manuel Payares Seijas
y David López-Fonseca en el periódico La Industria, de Coro, publicadas
durante el segundo semestre de 1879.
[8]
Archivo Histórico de Coro-Universidad Nacional Experimental Francisco de
Miranda, Fondo Senior (en adelante AHC-UNEFM, FS), Cuaderno de la
logia Unión Fraternal N° 24. Coro, 1877-1879, F. 4.
“Considerando de la logia
Unión Fraternal N° 17 a David López-Fonseca, como el más antiguo masón
sobreviviente de la logia coriana [15-03-1913]”. Logia Unión Fraternal N° 17,
Coro.
[9] La
Industria. Coro, 13 de noviembre de 1879.
[10] Boletín
del Archivo Histórico de Miraflores N° 91, mayo-junio de 1976, p. 141.
[11]
Igual sucedió en toda Venezuela, caracterizada en la década de los setenta y
ochenta del siglo XIX por la presencia de intentos de industrias en Maracaibo,
Caracas, Valencia, Coro, Ciudad Bolívar y Puerto Cabello. Al respecto, léase:
Manuel Rodríguez Campos, “Federación, economía y centralismo” en Inés Quintero
(Comp.), Antonio Guzmán Blanco y su Época, pp. 84-85.
[12] La
Industria. Coro, 15 de julio de 1880, p. 1. Sin embargo, el 18 de julio de
1884 La Industria, en un artículo sobre las fábricas de Coro, indica el
año 1882 como el inicio de la fábrica de velas esteáricas de M. Capriles. Tal
vez la producción anterior a 1882 no haya resultado de importancia.
[13] El
naturalista alemán Adolfo Ernst, entonces director del Museo Nacional, fue
designado por Guzmán Blanco para la organización de esta gran exposición.
Capriles no llevó muestras de velas a la Gran Exposición de 1883, lo que puede
ser indicativo de una producción que aún no alcanzaba los niveles de calidad
y/o cantidad por él ambicionados.
[14] La
Industria. Coro, 4 de abril de 1884, p. 4; La Industria. Coro, 18 de
julio de 1884, p. 2; El Delta. Coro, 27 de noviembre de 1884, p. 3; La
Industria. Coro, 4 de marzo de 1886, p. 1.
[15] La
Industria. Coro, 9 de septiembre de 1884, p. 2.
[16] La Industria.
Coro, 18 de julio de 1884, p. 2.
[17] La
Industria. Coro, 17 de agosto de 1884, p. 2; La Industria. Coro, 9
de septiembre de 1884, p. 2; El Delta. Coro, 27 de noviembre de 1884, p.
3.
[18] La Industria.
Coro, 5 de septiembre de 1885 p. 2.
[19] El
galpón industrial de Capriles Ricardo se ubicaba al sur de la ciudad, teniendo
como linderos: al este, el camino del paso real; al oeste, el camino del
acueducto; al sur, la huerta de Nicolás M. Gil; y al norte, calle pública. En
la actualidad, aún una calle conserva el nombre de Jabonería.
[20] Memorias MOP 1894,
tomo 2, Documentos, pp. 6-8.
[21]
AHC-UNEFM, FS, caja 2, Doc. 150; El Conciliador. Coro, 24 de
diciembre de 1903, p. 3.
El Fondo Senior
permite perfilar esta tenería y fábrica de calzado, que para adquirir sus
equipos consultó a las firmas newyorquinas D. A. De Lima & Co. y Neuss, Hesslein & Co. Senior
solicitó información o bien hizo pedidos de hormas para calzado, una prensa en
base a cilindro, martillo o rueda que sustituyera al vapor; cortes para
calzado; catálogos para zapatería y talabarterías, cola y tachuelas para
calzado, entre otros. AHC-UNEFM, FS, caja 2, Docs. 159, 160, 169, 172,
181, 196, 202 y 209; Caja 4, Docs. 406, 408, 410 y 412.
[22] En
los Protocolos del Municipio Miranda del cuarto trimestre de 1898, reposa con
fecha 15 de octubre de 1898 el registro de la escritura de venta de I. A.
Senior a Senior Hermanos de: “... un edificio construido de adobes y techado
de tejas, así como también los establecimientos industriales de belería,
javonería, tenería y extracción de aceites con todas sus maquinarias, aparatos,
aparejos, tanque y depósitos de mampostería sólida, enseres y demás accesorios
pertenencias necesarias para el funcionamiento y ejercicio de dichas
industrias,...”. La operación se tasó en 40.000 bs. El documento
explicita que desde su compra en 1893 a Manasés Capriles, fue pasada a Senior
Hermanos, y que sólo estaban extendiendo la escritura de venta para registrarla
como mandaba la ley. AHC-UNEFM, Sección Instrumentos Públicos (SIP).
[23] La Juventud. Coro,
5 de marzo de 1909, p. 4; Nardos. Coro, 11 de marzo de 1910, p. 4.
[24] El Día. Coro, 7 de
mayo de 1920, p. 1.
[25] La
Industria. Coro, 4 de abril de 1884, p. 4; La Industria. Coro, 15 de
abril de 1884, p. 4; La Industria. Coro, 18 de julio de 1884, p. 2; El
Delta. Coro, 22 de noviembre de 1884, p. 4.
[26] La
Industria. Coro, 15 de octubre de 1890, p. 1; El Federal. Coro, 29
de abril de 1891, p. 1; El Nacional. Coro, 16 de marzo de 1893, p. 4; El
Ciudadano. Coro, 10 de julio de 1896, p. 3.
[27] La Industria.
Coro, 9 de mayo de 1896, p. 3; El Ciudadano. Coro, 10 de julio de 1896,
p. 4.
[28] Lampos Corianos.
Coro, 27 de mayo de 1896, p. 4; Lampos Corianos. Coro, 13 de abril de
1898, p. 1.
[29] La
Crónica. Coro, 1896, año I, mes I, N° 6, p. 2 (fecha mutilada en el
original); El Constitucional. Coro, 17 de abril de 1897, p. 4; El
Obrero. Coro, 11 de diciembre de 1900, p. 1.
[30] Leyes
y decretos de Venezuela, tomo 29, p. 155.
[31] La
Industria. Coro, 12 de noviembre de 1891, p. 2; El Federal. Coro, 29
de abril de 1891, p. 3.
[32] El Anunciador
Comercial. Coro, 3 de diciembre de 1888, p. 1; 15 de diciembre de 1888, p.
1.
[33] El
Obrero. Coro. 2 de marzo de 1901. P. 2; El Anunciador Comercial.
Coro, 3 de diciembre de 1888, p. 1.
[34] La
correspondencia del Fondo Senior permite advertir algún tipo de
diferencias entre los hermanos Abraham y Josías Senior, que condujeron a
Abraham hacia el año 1895 a separarse de su familia en lo tocante al ejercicio
del comercio; para lo cual estableció su propio negocio y montó una fábrica de
velas que entró a competir con la de su hermano. AHC-UNEFM, FS, caja 6, Docs. 109,
119, 228.
[35] AHC- UNEFM, FS, caja 6, Doc. 210.
[36] AHC- UNEFM, FS, caja 6,
Doc. 150. Sigismundo Weil era familiar de los Senior. Residía en Hamburgo para
fines del pasado siglo y tenía intereses económicos tanto en Europa como en
Venezuela (Puerto Cabello). Residió en Coro y Curazao, donde casó con Clara de
Abraham Mordechay Senior y Senior, hermana de Isaac A. Senior, fundador de la razón social I. A. Senior.
Surtía a I. A. Senior e hijo de materias primas para sus industrias (estearina,
cueros patentes, pinturas para pieles, soda caústica ...), le enviaba muestras
de productos europeos similares a los manufacturados por Senior y le apoyaba
buscando asesoría sobre los problemas técnicos y de adquisición de maquinaria y
equipos que se le presentaban. También daba servicios a la fábrica de Abraham
Senior. AHC- UNEFM, FS,
caja 6, Docs. 172, 177, 182, 195, 210, 211, 225, 228, 240, 243, 295.
[37] AHC- UNEFM, FS, caja 6, Docs.
236 y 256.
[38] El Obrero. Coro,
20 de diciembre de 1900, p. 4.
[39] El
Horizonte. Coro, 14 de octubre de 1901, p. 4; AHC- UNEFM, FS, caja sin número
(1893-1909), Docs. 296 y 326. El anuncio oficial lo suscribieron Jacob M. Chumaceiro
y Julio César Capriles, dando poder general a Ismael Capriles. El 1 de enero de
1903 se anunció la separación del socio Julio César Capriles, quedando Jacob M.
Chumaceiro con los activos.
[40] El Águila. Coro,
10 de septiembre de 1904, p. 4.
[41] Para
el año 1906, I. A. Senior e hijo recibió cartas desde Caracas enviadas por
Tomás A. Navarro. En ellas se le participaba la protección oficial para las
siguientes marcas de fábrica producidas por Senior: suela “La Coriana”, velas
esteáricas y jabones “El Solicitado”, “Especial para Carora” y “Ultramar”; y
estaban en proceso de registro las marcas de jabones “Anauco Coriano” y “El
Competidor”. Todos estos productos salían de “La Jabonería”. AHC-UNEFM, FS,
caja 84, “Carta de Tomás A. Navarro [7-07-1906]”; AHC-UNEFM, FS, caja 74,
“Carta de Tomás A. Navarro [23-06-1906]”.
[42] La
Juventud. Coro, 18 de enero de 1908, p. 4; Médanos y Leyendas. Coro,
30 de abril de 1922, p. 14; El Semanario. Coro, 29 de agosto de 1922, p.
4.
[43] Agencia Coriana.
Coro, 23 de agosto de 1910, p. 1.
[44] Ángel Maduro, Prehistoria
de Pedregal, s/p.
[45] Ángel Maduro, Prehistoria
de Pedregal, s/p.
[46] Entrevista a César
Maduro. Coro, 6-04-1999.
[47] Acta
de donación de la colección bibliográfica y arqueológica del Dr. Ángel G. L.
Maduro a la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda. Coro,
21-01-1983.
[48] Chen
y Picouet, Dinámica de la población. Caso Venezuela, p. 149.
[49]
Aníbal Osuna, Una biografía del Dr. Darío Curiel. Caracas, p. 5.
[50]
Aníbal Osuna, Ob. Cit., p. 8.
[51]
Aníbal Osuna, Ob. Cit., p. 8; Mary Zamora, Etiología, epidemiología y
clínica de la viruela, p. 18.
[53] Emilio Osorio, Geografía
de la población de Venezuela, p. 123.
3 comentarios:
Hola, mi tatarabuelo era David Cohen Henríquez jr y mi bisabuelo Rafael Cohen Henríquez Penso, que está enterrado en el cementerio judío de Coro. A mi me encanta la historia y la genealogia. Me parece que la historia está ahí para ser leida y valorada nunca trastocada. Primero me gustaía dejar un punto muy claro y es lo que yo pienso sin entrar en una diatriba ni con el dueño del Blog, solo que me parece que la democracia existe para que la gente opine y hasta que se equivoque y que sea su propia torpeza que lo borre no el dueño de quien publica. Lo que yo quería acotar era lo siguiente, cualquier comunidad judía durante la época de la inquisición en el Caribe no tendría nada que ver con España. La cumunidad de Curazao tiene su origen en Portugal, y corresponde a la expulsión a partir de 1497. Y tiene como epicentro Amsterdam, por que ahí fueron a parar los judíos portugueses como refugiados. debemos comenzar por decir que Holanda representó para España y Portugal un fuerte enemigo que terminó derrontandolos. Curazao fue poblada por Holanda en dos intentento y no hubo una comunidad judía organizda hasta 1560. Primero fue Recife y de ahí también llegaron los judíos portugueses para colonizar la isla. Así como se gestó la población de otro gran territorio en manos de los holandeses como era Nova Amstherdão hoy Nueva York. En pocas palabras los primero habitantes y en llegar allá fueron los portugueses, aproximadamente 20 fmilias de Recife. Nunca los holandeses trataron a los judíos como ciudadanos holandeses, como si lo hicieron los historiadores pro España. Yo oigo tantos embustes que se dicen en la redes y como han escrito tantas personas. La única presencia en Venezuela, la realizaron los judíos portugueses a partir de 1824, con el edicto del libertador de libertad de culto y permiso paera que los extranjeros se establecieran en Venezuela, para ser más exacto en Coro, es decir en las costas venezolanas. El Cohen Henríquez es un linaje y tiwene su origen de salida Portugal o para ser más exacto Castela. El Henríquez no es un apellido y ante de salir de Portugal se escrbía así, Henriques. Se sobre entiende que se trataba deuna identificación. En 1497 la economía era feudal y el primer Rey de Portugal era el Henriques y todos los que vivían y trabajaban en sus tierras devían pagar impuestos. Además era una manera de identificación y así se identificaban. El Henriques varió vía Holanda por que se necesitaba evadir las alcabalas de la inquisición que perseguía a los judíos. Así que ese cuento que los judíos españoles se vinieron a las colonias de España en el caribe me parece de mal gusto. ni que los judíos fueramos tontos para venirno a un lugar que lo administra España y hace presencia la inquisición, por favor. Y es un linaje que por muchos siglos se mantuvo dentro de lo que los judíos llamamos mantener la puresa y la fe. La mayoría de sus matrimonios eran enntre mismos familiares. En la isla si habían Henríquez como habían otros apellidos, como habían judíos que habían cambiado sus apellidos hebreo por gentiles sobre todo muy portugueses como Da Costa, Pereira, Brandão. Pero regresando a el tema, la comunidad de origen portugués no era la unica también llegaron los Askenazitas, como tmbién otros Cohen que no necesariamente tendrían que ser familiares. Por que allá también se dio la unioes entre apellidos. Lo cierto que el Cohen Henríquez por mucho siglos hubos matrimonios Cohen henriquez Cohen henríque o sino ella era nacida de Cohen henríquez que a la final resultba lo mismo. Yo lo que si observo a veces es esa conducta de privilegio y da la impresión que los Fonseca, los Senior eran los únicos judíos allá en Coro, los habían si.
Gracias por ese aporte Rafael. El rastreo de mis ancestros me llevaba hasta Curazao y ese origen desde Portugal lo desconocía. Mil gracias.
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