Apuntes. Revista semestral de la Facultad de Arquitectura y Diseño.
Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Colombia.
Vol. XVIII, Nºs 1-2, enero-diciembre 2005, pp. 56-69.
ISSN 1657-9763
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RESUMEN
El patrimonio cultural relacionado con la muerte es un elemento de riquezas múltiples, desde hace poco tiempo asumido como responsabilidad para la investigación histórica y artística. Único en Venezuela, el cementerio judío de Coro guarda valores históricos, culturales y una muestra de la riqueza estética asociada al guzmancismo y la influencia europea en la estatuaria venezolana, permitiendo una visualización más compleja del siglo XIX y XX en la ciudad de Coro y su región de influencia geohistórica. Su historia resume aspectos fundamentales de la vida del Coro independiente, pues su origen se remonta al de la República misma, ya que los primeros sefarditas llegaron a Coro en la tercera década del siglo XIX, tras los años de inestabilidad resultantes del proceso de independencia venezolano. Siempre fue una comunidad pequeña, y quizás derivado de esto y de un proceso progresivo de aislamiento con respecto a otros grupos judíos, se inició su asimilación a la sociedad venezolana. Así, el grueso de los residentes judíos corianos fueron abandonando sus prácticas religiosas y hábitos culturales, dándose además uniones mixtas que contribuyeron a acelerar el proceso de cambio cultural. Este camposanto, aún en uso, fue rescatado del abandono en el año 1970 por la Asociación Israelita de Venezuela y organismos oficiales, recuperándose así para la ciudad de Coro un preciado monumento y patrimonio del colectivo falconiano. El 5 de diciembre de 2003 fue declarado Patrimonio Cultural del Municipio Miranda, y el 20 de julio de 2004 Monumento Histórico Regional del Estado Falcón. En la actualidad, la Fundación del Patrimonio Cultural Hebreo Falconiano y la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda adelantan su estudio para incluirlo en la Red Internacional de Cementerios con Valores Patrimoniales.
Palabras clave: sefardita, arte funerario, cambio cultural, patrimonio.
ABSTRACT
The cultural patrimony related to death is an element of multiple wealth, for a short time assumed as responsibility for the historical and artistic investigation. Unique in Venezuela, the Jewish cemetery of Coro keeps historical, cultural values and a sample of the aesthetic wealth associated to the guzmancismo and the European influence in the Venezuelan statuary, allowing a more complex visualization of the XIX and XX century in the city of Coro and its region of geohistoric influence. Its history summarizes fundamental aspects of the life of the independent Coro, so its origin goes back to the Republic itself, since the first sephardi arrived at Coro in the third decade of the XIX century, after the years of resulting instability of the Venezuelan process of independence. But perhaps as a consequence of its small number and a steady process of isolation from other major Jewish groups, the Coro community steadily assimilated into the larger Venezuelan society. The majority of Coro’s Jewish residents left behind their distinguishing religious practices and cultural norms. This process led in turn to mixed marriages and to the accelerating process of the community’s disintegration. It should be pointed out that this is the oldest Jewish cemetery still accepting burials in the whole of Latin America. It lay abandoned until the year 1970 when the Asociación Israelita de Venezuela, the major Sephardi institution in Caracas, together with government representatives, restored the cemetery. In this way, the city of Coro regained a precious monument, part and parcel of the collective heritage of the State of Falcón. The cemetery was formally declared a Cultural Patrimony by the Miranda Municipality on December 5, 2003; on July 20, 2004, it was declared an Historical Monument by the State of Falcón. At the present time, the Fundación del Patrimonio Cultural Hebreo Falconiano and the Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda advances their study to include it in the International Network of Cemeteries considered National Heritage places.
Key words: sephardi, funerary art, cultural change, heritage
1. INTRODUCCIÓN
El patrimonio cultural relacionado con la muerte es un elemento de riquezas múltiples, desde hace poco tiempo asumido como responsabilidad para la investigación en historia y arte en América Latina y Venezuela. La conservación de cementerios considerados patrimoniales por sus valores históricos, estéticos, culturales y otros, es una actividad muy reciente como inquietud de historiadores y conservadores-restauradores, quienes han advertido cómo la misma tradición que ha hecho transitar la arquitectura doméstica a nuevas expresiones, ha hecho transicionar a la arquitectura funeraria, arriesgándose con los violentos cambios la integridad de este patrimonio.
A sus expresiones plásticas, los cementerios de mayor antigüedad agregan la memoria oral, sus particulares rituales, música, leyendas y una rica historia social, política y de las mentalidades, entre otras. El Cementerio Judío de Coro es síntesis perfecta de tal problemática y tales características. Extraído del abandono en los años setenta del pasado siglo, en la actualidad presenta diversos y agravados problemas en su ingeniería, arquitectura y estatuaria, víctima del deterioro. Su pérdida sería la pérdida de una de las más ricas historias demográficas, antropológicas, económicas y sociales de la Venezuela republicana de los siglos XIX y XX.
En este contexto de cambios surge la inquietud por el estado de conservación del Cementerio Judío de Coro. Descendientes de judíos sefarditas corianos[2] y otros miembros de la comunidad coriana preocupados por su preservación, han insistido en la puesta en valor del mismo con miras a su inclusión en la Red Internacional de Cementerios con Valores Patrimoniales. Este ensayo histórico forma parte de ese esfuerzo.
Único en Venezuela, el Cementerio Judío de Coro guarda valores históricos, culturales y una muestra de riqueza estética en sus monumentos de carácter funerario, arraigados en el espíritu del neoclasicismo, donde se advierte la mano de artistas marmoleros europeos, particularmente italianos; riqueza estética asociada al guzmancismo y a la influencia europea en la estatuaria venezolana del último cuarto del siglo XIX, permitiendo una visualización más compleja del siglo XIX y XX en la ciudad de Coro y su región de influencia geohistórica, ya que revela elementos económicos, políticos y sociales –además de culturales- asociados a la comunidad judía sefardita que vivió en la ciudad de Coro, y que tuvo una influencia decisiva en la marcha de la región durante más de 100 años. Su historia es una historia de casi 200 años, pudiendo decirse que resume aspectos fundamentales de la historia del Coro independiente, ya que su origen se remonta al de la República misma.
El Cementerio Judío de Coro es uno de los cementerios judíos más antiguos en tierra firme del continente americano, y aún activo. Fue declarado patrimonio cultural del municipio Miranda el 5 de diciembre de 2003 y monumento histórico regional el 20 de julio de 2004. Su reconocimiento como patrimonio municipal y regional es un primer paso en el rescate de un sitio con una particular y compleja trama de valores, único para el estudio de la arquitectura funeraria venezolana y la historia regional falconiana.
2. CONTEXTO HISTÓRICO DE LA PRESENCIA SEFARDÍ EN EL CARIBE HOLANDÉS E HISPÁNICO
Cuando se pierde la primera República, en 1812, Simón Bolívar inicia su exilio político en la isla de Curazao, Antilla Holandesa próxima a las costas de Falcón. Esta isla tenía una larga tradición de dedicación al comercio de víveres, armas y esclavos.
Curazao tenía para ese entonces una colonia judía arraigada, llegada a esa isla en el siglo XVII, tiempo después de que ésta pasara a ser ocupada por los holandeses, el 28 de julio de 1634. En 1648 España reconoció la independencia de las siete provincias. Curazao, hasta entonces con un doble rol estratégico: bélico y comercial, centró sus actividades en el contrabando con tierra firme, que pasó de tener como pivote el tráfico negrero a las mercancías europeas demandadas en forma creciente por la población de las colonias hispanas. La más ligera aproximación a documentos del Coro de los siglos XVII y XVIII nos habla de un intenso contacto entre la tierra firme y sus más inmediatas islas, constantemente visitada por naves provenientes de las vecinas Antillas, y donde los nombres sefarditas se hacen presentes. Barcelona, Puerto Cabello, Tucacas, Río Hacha, Santa Marta, Barranquilla ... de oriente a poniente, las aguas caribeñas que bañaban la tierra firme supieron de la presencia de estos mercaderes. Eran judíos que, huyendo de la persecución en España, habían pasado a Portugal y de ahí a Ámsterdam, desde donde se constituyeron «en el eje principal del judaísmo hispano-portugués de Europa occidental» y se trasladaron a las Indias (Kaplan, 1996: 11).
Sirva de ejemplo de esta presencia en el periodo colonial el informe que en 1722 escribió Pedro de Olavarriaga sobre comercio ilegal desde Curazao: «Los judíos (sobre todo) son los que las frecuentan más [las costas venezolanas] por componerse lo principal de esta isla de ellos; y como la mayor parte de ellos, son apoderados de mercaderes o judíos de Holanda, reciben sus remisiones por vía de los navíos que vienen casi cada mes, y envían sus productos;...» (Olavarriaga, 1981: 104).
Con su actividad, la comunidad judía antillana minaba el monopolio comercial que la corona española pretendía ejercer sobre sus colonias de América, y aún más, minaba la estabilidad política de la región. La fortaleza de estos comerciantes no sólo no pudo ser mermada por las acciones oficiales, sino que, por el contrario, fue in crescendo, favorecidos los comerciantes judíos por la actitud de los comerciantes de Venezuela, quienes encontraban más beneficios en vender y comprar a estos que a la Compañía Guipuzcoana, institución establecida en 1728 por la corona española aliada a comerciantes vascos, con el objetivo de monopolizar el mercado de diversas provincias posteriormente integradas a la Capitanía General de Venezuela.
En el siglo XIX, tras los años de inestabilidad resultantes del proceso de independencia venezolano, la comunidad sefardita, fuertemente involucrada en la causa patriota a partir del apoyo logístico y financiero prestado al ejército republicano (Lovera, 1992; Levy, 2002), cruza el mar y se asienta en tierra coriana. El proceso arrancó en forma permanente desde 1825, con personajes como David Hoheb y su esposa Sara Penso, destacando este por su solicitud de nacionalidad grancolombiana y luego su refrendo como ciudadano venezolano, alcanzando posiciones políticas de importancia, como alcalde segundo municipal y juez segundo de paz. Joseph Curiel y su esposa Débora Levy Maduro, a quienes en una versión se atribuye la creación del Cementerio Judío de Coro. Estos primeros personajes pasaron de apoyar la independencia a apoyar a la nación que surgía, en medio de una serie de compromisos políticos que se deducen del análisis de ciertas fuentes. Ello podría explicar, por ejemplo, los préstamos a las autoridades proporcionados por algunos de estos comerciantes desde los primeros tiempos, como los casos del ya mencionado Hoheb y de J. Abenatar apenas en 1827 (AGN-SGP, T. LXXI: 139 y 150).
Un pequeño padrón de extranjeros con sus ocupaciones fue realizado en 1831, arrojando la presencia de 32 holandeses, donde prevalecían abrumadoramente apellidos sefarditas como Maduro, Curiel, López, Abenatar, Brandao, de Lima, Valencia y Henríquez. De estos holandeses, 71.8% se empadronaron como comerciantes (Gaceta de Venezuela, 1831). Con certeza, fue siempre una comunidad pequeña; y aunque no existe un estudio en particular sobre la demografía de este grupo, los nombres y familias que se ubican en documentos, unidos al tamaño del Cementerio Judío de Coro, permiten afirmar que nunca alcanzó un número mayor a tres cifras, probablemente ni los 300.
Los comerciantes sefarditas, que ya controlaban el comercio ilegal, pasaron a imponerse en la escena local como empresarios legalizados, residentes en diversos puntos de la región coriana, pero particularmente en el plano costero y la ciudad de Coro. Desde entonces, la combinación de ambos tipos de comercio se hizo cotidiana. Se encuentra a residentes sefarditas como testigos en operaciones de compra-venta de goletas, como testigos u otorgantes de libertad a esclavos, comerciando al mayor y detal, otorgando préstamos a interés, adquiriendo propiedades en los hoy estados Falcón y Lara, aperturando casas comisionistas y asociándose en empresas exportadoras e importadoras, representando a firmas curazoleñas, entre otras actividades.
3. LA TOLERANCIA RELIGIOSA
La intolerancia económica y religiosa era característica de la corona española, pero estaba muy deprimida en Venezuela. Sin embargo, en general había un ambiente hostil a la inmigración extranjera, y esto repercutía en la esfera religiosa, situación que se consagró en la Constitución de 1811, la cual estableció como fe de Estado a la católica y la única a profesarse en el país. Pese a ello, el tema de la tolerancia de cultos estaba subyacente, y hubo presencia de judíos en el ejército patriota (Lovera, 2002; Levy, 2002).
Sin embargo, pese a la firma del «Tratado de paz, amistad, navegación y comercio», firmado con los Países Bajos el 1 de mayo de 1829, y el decreto sobre libertad de cultos de 17 de febrero de 1834, los judíos corianos nunca procedieron a erigir sinagoga –tal vez concientes de las contradicciones que se daban entre el plano legal y la vida social cotidiana, tal vez por temor al rechazo o la violencia-, desenvolviéndose su vida ritual e identidad religiosa a partir de espacios pequeños utilizados como salas de oración, ubicados en casas de miembros de la comunidad judía, y que variaron en el tiempo, habiéndose detectado por fuentes primarias sólo una de estas salas, ubicada en la hoy calle Talavera de Coro, al interior de una casa que fuera propiedad de David Abraham Senior hacia mediados del siglo XIX (González, 1989).
Quizás motivado a rivalidades comerciales, al contrabando ejercido por los comerciantes judíos, a los núcleos intolerantes religiosos presentes en el país, a factores políticos coyunturales o a una mezcla de estos y otros elementos, hubo tres momentos críticos: 1831, 1855 y 1900, cuando la población sefardita coriana resultó agredida. Entre septiembre y diciembre de 1831 circularon panfletos llamando a expulsar a los judíos y amenazándolos de muerte, también hubo disturbios con agresiones a las casas de diversos comerciantes sefarditas. Fue particularmente violento el evento xenofóbico de 1855; pasquines distribuidos por la ciudad llamaron a la población a expulsar a los judíos, acusándolos de acaparadores del comercio, empobrecedores del pueblo e irrespetuosos de la fe católica. Hubo saqueo de comercios y un éxodo general de 168 pobladores judíos, correspondientes a 35 jefes de familia, que retornaron apresuradamente a Curazao. Otros se ocultaron en áreas rurales del estado. El éxodo, sin embargo, fue temporal, y los negocios continuaron mediante terceros. Progresivamente se dio el retorno de varias familias, que constituyeron el segundo núcleo de esta comunidad de migrantes, y que puede imaginarse aún más reducida numéricamente. Finalmente, en el año 1900 se detecta un último incidente, promovido por el entonces vicario de la diócesis, Pbro. José Dávila y González, y el general Ramón Ayala, jefe civil y militar del estado Falcón, encargado de derrotar a las guerrillas levantadas contra el gobierno del general Cipriano Castro. Aquél a través de una carta pública llamando a expulsar a los judíos de Coro, este informando al presidente Cipriano Castro acerca de actividades anti castristas adelantadas por lo que llamaba «el círculo hebreo de Coro», lo cual desembocó en una nueva circulación de panfletos, pero esta vez en su mayoría defendiendo a la comunidad judía coriana, ya en franco proceso de asimilación cultural. Se dio la prisión de algunos opositores –sefarditas o no- y el auto exilio de otros, mas sin llegar a disturbios públicos como en años anteriores (Aizenberg, 1983; Bakuum, 2001; De Lima, 2002).
4. CAMBIO CULTURAL Y RELIGIOSIDAD
Los sefarditas corianos procedieron en forma gradual, pero desde muy temprano, a arraigar en Venezuela. Esto se revela en las solicitudes de nacionalización efectuadas por hombres de esta comunidad incluso desde los años treinta del siglo XIX, y que fueron concedidas: David Hoheb, Samuel P. Brandao, Isaac de Castro, Samuel L. Maduro Jr., Salomón Leví Maduro y Abraham J. Senior (AGN, SIJ, T. II: 423).
Los varones judíos fueron insertados rápidamente en la educación formal. En 1834, la lista de alumnos examinados en la escuela de primeras letras situada en el Colegio Nacional de Coro arrojó 61 educandos, de los cuales ocho pertenecientes a la comunidad judía. Ocho años después se encuentra a seis niños judíos en cursos de gramática latina y gramática castellana (AGN, SIJ, T. LXXXI: 24-2v; T. CCLXII: 337).
El arraigo económico se dio a partir de constituirse en dueños de los comercios más importantes de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras cuatro del XX. Estos comercios se dedicaban a la venta al mayor y detal de mercancía importada desde Europa y Estados Unidos, al mismo tiempo que exportaban las materias primas que soportaban la economía falconiana de la época. El comercio entre Falcón y las Antillas Holandesas llegó a ser tan fuerte que dio origen a diversos consulados, casi siempre en manos de comerciantes de ascendencia sefardita, como los casos de Ángel Jesurún, vice-cónsul de Holanda en Coro (1848) y Josías Senior, agente consular de los Estados Unidos de América dependiendo del cónsul en Maracaibo (De Lima, 2002).
Fue también bajo el impulso de este núcleo que se alcanzó, en el área cultural, un apogeo de centros difusores de artes y letras, como la «Sociedad Estudiosa» (1843), y las Sociedades «Armonía» y «Alegría» hacia la última década del siglo XIX; donde participaron activamente numerosos sefarditas.
Pero, quizás derivado de su pequeño número y de un proceso progresivo de aislamiento con respecto a otros grupos judíos, se inició la asimilación de esta población a la sociedad venezolana. Así, el grueso de los residentes judíos corianos fueron abandonando sus prácticas religiosas y hábitos culturales, dándose uniones mixtas que contribuyeron a acelerar el proceso de desintegración de esta comunidad.
El proceso de cambio cultural se aceleró a partir del último cuarto del siglo XIX, culminando en la pérdida del patrón de identidad religiosa y la asimilación al catolicismo. Un proceso similar vivió la pequeña comunidad protestante que radicó en el Puerto de Cumarebo. Aunque hay datos de conversiones en la época colonial, sólo en el descenso del siglo XIX se puede advertir de manera contundente cómo se desdibujaba el perfil religioso de la comunidad. Muy probablemente, las situaciones límites vividas en 1831 y 1855 hayan estimulado este proceso, así como la escisión del grupo judío de Curazao entre ortodoxos de rito portugués y reformistas de rito estadounidense, en 1864. Deben también considerarse las repercusiones del impulso al Estado laico, llevado en forma definitiva por el presidente Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) entre 1870 y 1887, y que estimularon las uniones con gentiles a través de matrimonios civiles e impusieron restricciones a ciertas pautas religiosas, como los entierros directos, que fueron prohibidos por nuevas disposiciones sanitarias. Igualmente ha de tenerse en cuenta el ya mencionado brote xenofóbico del año 1900.
La pérdida del imaginario del grupo fue estimulada por la ausencia de una práctica religiosa cotidiana y consistente, al no haber rabino; y se tradujo en el olvido de las lenguas madres y el lenguaje y tiempo religioso, desaparición de usos, costumbres y culinaria; hibridación de la identidad personal al imponerse nombres del santoral católico, entre otros. Todo ello se visualiza en las lápidas y estatuaria del Cementerio Judío de Coro, que plasman desde la segunda mitad del siglo XIX, pero con mayor fuerza a partir de su último cuarto, un llamativo sincretismo religioso. Debe sumarse a lo anterior la intensa e importante participación en la masonería y el estrecho contacto con masones católicos, generando un clima de liberalismo e intelectualidad que se tradujo tanto en uniones por matrimonio civil como consensuales de varones judíos con mujeres gentiles, como fueron el caso de las bodas de los hermanos Abraham y Segismundo Senior con las hermanas Rosario y Eugenia Molina, José Curiel Abenatar y María Sánchez Atienza, Efraim Curiel y María Sierraalta Hermoso, o la descendencia de Manasés Capriles Ricardo y Sarah Cecilia Senior con diversas mujeres católicas. En la base de estas bodas se conjugó, además del elemento social, un elemento demográfico: las migraciones, quedando demostrado tanto por el caso curazoleño como por el caso coriano, que un alto porcentaje de hombres sefarditas casaron con gentiles en los países donde se establecieron definitivamente.
Progresivamente, la pérdida de los referenciales que daban identidad al grupo, permitiéndole reconocerse como particular y distinto, culminó en la incapacidad de legitimarse como tal ante otros grupos y ante sí mismo. Finalmente, individuos y familias optaron por soluciones diversas que derivaron en la atomización y dispersión de la comunidad. Los proyectos de vida resultantes del cambio cultural tuvieron como común denominador la conversión a la fe católica, la mayoría de ellos sin desconocer sus raíces.
5. EL CEMENTERIO JUDÍO DE CORO
La presencia de cementerios judíos en el continente americano se remonta al siglo XVII, en el Brasil holandés, donde radicó una colonia sefardita. Hoy desaparecido, se sabe de su existencia gracias a dos mapas holandeses de 1639 y 1648, respectivamente. A estos se suma el cementerio curazoleño de Bet Chayim Bleinheim, fundado en 1659, pero cuya lápida más antigua identificada data de 1668. Por la misma época, en Surinam hubo presencia de sefarditas, quienes recibieron de las autoridades privilegios como los de edificar sinagogas, escuelas y cementerio; este último también desaparecido. Para el caso de la América hispana, la tendencia fue al entierro de judíos en secciones de los llamados cementerios de extranjeros, como el caso peruano del cementerio británico ubicado en Bellavista, entre Lima y El Callao, donde recibieron sepultura judíos fallecidos desde 1834 hasta 1875. En Venezuela se conoce de la existencia del desaparecido cementerio judío de Barcelona (edo. Anzoátegui) y el caso del cementerio judío de Coro, ambos muy particulares por tratarse de cementerios destinados exclusivamente a esa comunidad. Un último dato de interés, rescatado por memoria oral, es la existencia en Cumarebo, estado Falcón, de una sección judía dentro del cementerio municipal, lamentablemente también desaparecida (EIC, Coro, 24-03-1999). La desaparición de muchos de los más antiguos cementerios judíos del continente americano y de Venezuela enfatiza el valor del cementerio judío de Coro.
El Cementerio Judío de Coro es mudo testimonio de la presencia de esta comunidad y de su proceso de asimilación a la sociedad venezolana. Sobre sus inicios hay dos versiones orales; la primera, que ha trascendido a la historia escrita, data su comienzo en el año 1832, cuando muriendo la pequeña hija de Joseph Curiel y Débora Levy Maduro, Curiel buscó dónde enterrarla. La ubicación era, para la época, en las afueras de la ciudad. La segunda, estrictamente oral hasta ahora, narra: «Se dice que cuando llegaron aquí los primeros hebreos había un joven de 24 años que vino aquí a establecerse con la señora, que tenía 20 años o algo así. Vinieron e hicieron, se instalaron, tenían venta, comercio. En ese momento había mucho tifus y el señor murió. Entonces la esposa quiso enterrarlo en el cementerio de San Nicolás, pero eso no era posible porque era como enterrar al demonio con los cristianos. Y era tanta la desesperación y ellos tenían un dinero que ella compró un pedazo de terreno allí donde está el cementerio y pagó por muchos meses un celador que estuviera de día y de noche, para que no violaran la tumba de su esposo» (ECM. Coro, 6-04-1999)[3].
El Cementerio Judío de Coro posee 182 túmulos, de los cuales 12 presentan ángeles o niños colocados sobre diferentes tipos de bases, uno la figura de una mujer pensante o plañidera, cuatro ostentan únicamente motivos arquitectónicos, hay una lápida con plañidera y otras con pequeños motivos vegetales. Se sabe con certeza, por testimonio fotográfico, de la desaparición de dos estatuas. En su parte más antigua se encuentran modestos túmulos de mampostería convexos o a dos vertientes en su parte superior, y en su totalidad carentes de decoración, 42 sin identificación, similares a tumbas judías de los siglos XVI y XVII en Ámsterdam. Una segunda propuesta está representada por túmulos que asemejan un pedestal, más altos y de planta rectangular, con predominio de la horizontalidad, que ostentan modestas decoraciones de tipo arquitectónico, como base, pilastras esquineras, cornisas rematando el borde superior y enmarcamientos en los laterales. Estas tumbas presentan identificación, consistente en placas de mármol colocadas en la cara superior del túmulo, algunas ligeramente inclinadas y sobresaliendo de la estructura funeraria, lo cual facilita su lectura. Siguiendo el patrón religioso judío, no hay representación de la figura humana.
Las características de su estatuaria y orientación de algunas lápidas permiten advertir el cambio cultural que se operó en esta comunidad. Guarda correspondencia con otros cementerios sefardíes del eje Ámsterdam-Caribe, como el de Ouderkerk (Ámsterdam), el de Curazao y el de Barranquilla (Colombia) (Aizenberg, 1983: 108; Kaplan, 1996: 15).
Será en el último cuarto del siglo XIX cuando adquirirá un nuevo rostro, alejado de la adustez, coincidiendo con el ascenso de una burguesía que tomará para sí los cánones europeos en materia artística: «La pintura y la escultura persiguen durante el siglo XIX un ideal renacentista que se aplica no sólo a las formas y las soluciones academicistas y decorativas, sino también al patrón de belleza física (…) se crea para la estatuaria (…) una tipología artificial tomada de los ejemplos grecolatinos y del neoclasicismo europeo. Incluso se repiten los mismos temas: bacantes y amorcillos, figuras mitológicas, ángeles de perfil helénico, las venus y los personajes míticos, puestos al día por la retórica parnasiana» (Calzadilla y Briceño. 1997: 13).
Sobre este plano discursivo, durante las presidencias de Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo (1841-1898), adquiere gran impulso la llamada «escultura de encargo, celebrativa y funeraria», de gran demanda entre los pudientes y de pingües negocios para los allegados al gobierno (Pineda, 1980: 48). Ya desde mediados del siglo XIX la presencia italiana se advertía en obras públicas como las estatuas de Bolívar del Panteón Nacional (1852) y de Ciudad Bolívar (1869), ambas de Pietro Tenerani. Progresivamente se asientan en Venezuela diversas firmas italianas: J. Roversi –del cual hay varias lápidas en el Cementerio Judío de Coro-, David Ventura, A. V. Moroni, Emilio Gariboldi, entre otros. Utilizando mármol y bronce proveniente de Italia, pero también piedras del país, elaborarán estatuas, cruces, lápidas y otras piezas funerarias. El ascenso social quedará retratado en esta estatuaria: a mayor magnificencia y monumentalidad, mayor estatus (Imagen Nº 4). No será éste un fenómeno exclusivamente venezolano; Iberoamérica y el Caribe hispánico se comportarán de la misma manera: «La escultura en Iberoamérica durante el siglo XIX se caracterizó por el descenso paulatino en la producción de la tradicional escultura religiosa barroca heredada de la época colonial y la introducción y proliferación de la estatuaria conmemorativa, de carácter secular e índole público, vinculada a los proyectos ornamentales de las ciudades. También hubo continuidad en los monumentos de carácter funerario, realizados con el fin de perpetuar la memoria de los fallecidos» (Gutiérrez, 2004: 15); de ahí que hoy tengamos joyas como el cementerio General del Sur, en Caracas; el cementerio de Dolores, en México; y el de Colón, en La Habana, Cuba; por sólo citar unos cuantos, con similitudes en la estatuaria de los mismos.
La presencia italiana asociada al monumento público y funerario en América fue temprana. Una fuerte inmigración condujo a que artistas italianos del mármol se radicaran en distintos países del área, fungiendo tanto como artífices como agentes importadores de mármoles para la labor escultórica, o vendedores por catálogo de distintos objetos decorativos: «En este sentido sobresalieron los monumentos funerarios, muchos de ellos copiados literalmente de los existentes en cementerios italianos, en especial el Staglieno de Génova, cuyos panteones, reproducidos en catálogos y en tarjetas postales, tuvieron una difusión inestimable» (Gutiérrez, 2004: 107).
¿Por qué la presencia y la influencia italiana? Carlos Silva nos lo explica así: «La fuente más clara para el estudio del arte escultórico en Venezuela, pasa, en primer lugar, por Italia, pues el predominio de su estatuaria en Europa, desde Canova había sido ejemplar y arrollador. La tradición de la lapidaria en Italia (…) se filtró en todas academias del viejo Continente y, con ello, el gusto de la gente. Por eso, el joven hispanoamericano que estudiaba en París o en Madrid, también recibía una formación italiana muy fuerte aunque filtrada por los maestros locales» (Silva, 1999: 56). De hecho, el presidente Guzmán Blanco –de claro gusto afrancesado- consideraba obligado el paso de los artistas que trabajaban para el Estado por las escuelas romanas para aprender a esculpir, y las becas guzmancistas exigían ir a Roma. Esta actitud ratifica la siguiente afirmación de Gutiérrez: «Pero no debe soslayarse como aspecto fundamental la posesión por parte de Italia de la tradición clásica, de enorme relevancia en el plano internacional, y cuya «marca registrada» gozó de enorme fortuna en el continente americano, aún más que los lineamientos marcados por Francia en dicha centuria, que prevalecieron en Europa» (Gutiérrez, 2004: 107).
Retomando la singularidad del Cementerio Judío de Coro, en diversos cementerios del eje Ámsterdam-Caribe hay elementos iconográficos que remiten al simbolismo católico, pero el de Coro se distingue por sus estatuas de ángeles y figuras dolientes tradicionales del culto católico, que agrupadas en dos áreas del camposanto se conocen genéricamente como el rincón de los ángeles (Aizenberg, 1983: 107. Imagen Nº 6). Corresponde esta estatuaria funeraria a uno de los tres grandes temas escultóricos del siglo XIX venezolano, junto con el retrato civil y militar y el monumento histórico (Calzadilla y Briceño. 1997: 11).
Es también digna de observar –excepto en una tumba reciente, la de Frajda Cirla Szomstein, de origen askenasi- la ausencia total de caracteres hebraicos en las lápidas; así como la orientación oeste de algunas tumbas, contraviniendo la tradición judía de hacerlo hacia el este, mirando hacia la Tierra Santa. Igualmente, se advierte a partir de la segunda generación nacida en Coro, el uso de nombres no característicos de la fe judía: Carmen, Julia, Ernesto, Horacio, Honoria, Rodolfo...
La escultura funeraria de este camposanto es de temática heterogénea, no asociada estrictamente a representaciones religiosas. Se encuentran motivos alegóricos como alas, relojes de arena, ánforas y columnas; motivos arquitectónicos de evocación neo gótica, figuras extraídas del romanticismo, figuras angelicales y de niños acompañados de elementos naturales como rocas, flores y otros motivos vegetales. Destacamos dos temas: el de los ángeles y el de las mujeres pensantes.
Es interesante la reiteración temática en las figuras angelicales destinadas a niños, provenientes diversos talleres, aunque la mayoría de ellas carece de identificación de autor o taller. En la religión judía está prohibida la representación de la figura humana; sin embargo, se acepta la idea del ángel como un mediador entre Dios y los hombres, tal y como resulta de su raíz etimológica griega, donde ángel significa mensajero. El ángel –o el niño, por asimilación figurativa- es símbolo de lo invisible, de fuerzas ascendentes y descendentes entre Dios y sus criaturas; son guardianes de los inocentes y de los justos. En los inicios de la iconografía no llevaban alas, que aparecieron en el siglo IV asociadas a la túnica blanca como símbolo de santidad inmaculada (Pérez-Rioja, 1988: 65-66). En el caso coriano, más que un sentido católico, supra terrenal, estas figuras tienen un significado protector y sublime, relacionado con muertes prematuras, desde infantes hasta adultos jóvenes, identificados los primeros con el ángel niño, generalmente asexuado y desnudo, o bien como un infante; y los segundos apegados a la representación clásica del ángel alado y con túnica, como el de la tumba de Carmen A. C. de Senior, rubricado por Romanelli Telli, Florencia, en la base de la obra escultórica.
La más antigua de las representaciones angelicales se ubica, de manera discreta, en la tumba de la niña Leah Senior, fallecida en 1869. En ella, una mano poco diestra, ajena a aquella que grabó la lápida y tal vez en época posterior, talló en la piedra la figura de un ángel niño que sostiene, a manera de arco y por sobre su cabeza, una guirnalda de flores. La figura pasa prácticamente desapercibida en la piedra jaspeada, y su disminuido tamaño lleva a imaginar un escenario donde el cambio cultural asomaba a hurtadillas, y tal vez alguna mano en conflicto de creencia religiosa hizo u ordenó grabar una imagen que no se corresponde con los demás elementos formales de la lápida. Después de ése, el angelito más pequeño, una serie de imágenes de bulto o en relieve darán cuerpo al rincón de los ángeles, serie de obras de los años ochenta y noventa del siglo XIX, siendo la más reciente el ángel de la tumba de Emma de Senior, fallecida en 1902.
En los ángeles niños la expresión del conjunto suele llamar a la tristeza, reflejada en el rostro o postura de la figura, a veces en actitud de plegaria, que suele ir acompañada de diversos elementos como rocas, flores, ánforas y anclas; en las representaciones clásicas se impone el hieratismo del neoclasicismo.
Las bases pétreas que suelen acompañar a estas figuras dejan ver un toque romántico en la técnica escultórica; se aprecia el golpe del cincel y la piedra desvastada se fusiona con las áreas intocadas, generando bases rocosas de aspecto inacabado o rústico.
La estatua de «Mujer de pie pensativa recostada sobre columna con ánfora» (98 x 41 x 44 cm. Fecha: circa 1921), de la tumba de Honoria Curiel, es una excepción en el conjunto, y forma parte del conjunto de «Mujeres Pensantes» que el italiano Emilio Gariboldi dejó en diversos panteones venezolanos, como la «Mujer de Pie» del panteón Valarino y las «Mujeres Pensantes» de los panteones Poleo, Savino y Ricardo Álvarez de Lugo (Cementerio General del Sur, Caracas. Este conjunto estatuario guarda fuerte similitud formal, temática y estilística, y es interesante advertir que el dolor de la muerte se asocia a lo femenino o lo andrógino-femenino. Son mujeres pensativas, tristes, llorosas, desesperadas; plañideras bajo diversas presentaciones. Estas esculturas presentan un mismo principio de composición: dos elementos en vertical, uno humano, otro alegórico, que arrancan de una base común y se unen mediante la gestualidad del elemento humano, que pareciera apoyarse o buscar en el objeto alegórico un punto de apoyo a su verticalidad fragilizada por la tristeza, el decaimiento anímico.
Emilio Gariboldi, escultor italiano nacido en Milán hacia mediados del siglo XIX y de quien se desconoce su fecha y lugar de muerte, instaló su primer taller en Caracas en 1899, sus últimas obras venezolanas se datan hacia 1933. Destaca su producción de esculturas funerarias hechas tanto con mármoles italianos como con mármoles provenientes de las canteras de Gañango (Puerto Cabello). La estatuaria funeraria asociada a Gariboldi es de temática heterogénea, no asociada estrictamente a representaciones religiosas. Abundan las alegorías, las figuras extraídas del romanticismo y el naturalismo (Suárez, 1994).
En el Cementerio Judío de Coro se han ubicado, hasta el momento, cuatro obras de Gariboldi. La primera es el túmulo de Ernesto A. Correa (1874-1912), con placa de mármol blanco sobre base de mármol gris. La segunda y tercera son las lápidas de Raquel Curiel (1853-1923), firmada en Caracas, y de Johebeth A. Curiel de Rois Méndez (1833-1924); ambas de mármol blanco colocadas en forma directa sobre túmulos de mampostería.
La cuarta y de mayor interés es la antes mencionada «Mujer Pensante» de la tumba de Honoria Curiel (1901-1921). Figura en posición pedestre, su cabeza inclinada, rostro dando el perfil izquierdo. Se apoya su brazo derecho en un elemento simbólico: un ánfora, cubriendo su mano parte del rostro, que expresa profunda tristeza. Viste larga túnica, una corona de flores en la mano izquierda, la pierna izquierda levemente flexionada y pies que se asoman. El conjunto reposa sobre un pedestal rectangular.
La sensualidad destaca en la figura femenina del panteón Curiel, a través de una túnica y sobre túnica de pliegues suaves que esbozan el busto y el área pélvica, y permiten advertir una anatomía clásica, de venus romana. Los brazos desnudos y de musculatura definida contrastan con un rostro virginal, semi oculto por el velo, generando una sensación de intenso dolor interior que se une a la sensualidad. Es una imagen convencional, de forma compositiva neoclásica pero con contenido expresivo, alejada tanto del hieratismo como de la ortodoxa función religiosa. Se advierte una valoración de la emoción. Hay una belleza ideal neoclásica con connotaciones románticas. La obra pacta con ambas tendencias y logra un equilibrio discursivo.
La dolorosa plañidera de la tumba de Honoria Curiel guarda una historia de amor que, en susurro, se desliza por nuestros más viejos, quienes cuentan que la joven, enamorada de un católico y ante la oposición familiar a su noviazgo, optó por quitarse la vida; en lo que viene a ser una tragedia que encarna lo que fue el destino de la mujer sefardita coriana: la soltería o el matrimonio endogámico, éste último cada vez más difícil de acordar dada la escasez de varones en Curazao –motivado en buena medida por recurrentes migraciones hacia otros países- y la opción abierta para los varones de casar o proceder a uniones consensuales con gentiles, dejando sin alternativa a las mujeres de su propia comunidad (EAL-F. Coro, 15-04-1999).
Como esta, historias de diversas experiencias en torno a la muerte y el cambio cultural se guardan entre las tumbas de este camposanto. Samuel López-Fonseca (1855-1928), falleció en el Hospital Vargas de Caracas. En su lecho de muerte, le es avisado el hecho a Pedro Manuel Arcaya, falconiano, entonces Ministro del Interior, quien se presentó para ver a su coterráneo. El capellán del hospital le transmitió que, ignorando su fe religiosa, le ofreció los auxilios del catolicismo en su lecho de muerte, respondiendo Samuel: «Soy judío. En este momento supremo de la muerte me abrazo a mi religión, que es la judía, porque no puedo presentarme ante Dios apóstata» (CTH. Coro, 16-06-1999).
Plañideras, ángeles o niños, columnas o ánforas, la expresión funeraria que sirvió de referencia al colectivo judío en proceso de cambio cultural fue la de la ascendente burguesía católica criolla, con la cual ellos se identificaban en todo excepto la religiosidad. Para este grupo social el «buen gusto» tenía su expresión funeraria en el uso del mármol o sus imitaciones, y en ciertos motivos temáticos relacionados con el neoclasicismo. La muestra escultórica del Cementerio Judío de Coro ratifica el fenómeno iberoamericano de la influencia italiana con impronta neoclásica, bien por importación o factura nacional, detectándose hasta el momento las firmas J. Roversi, F. Roversi, I. Roversi M. C. A., Marmolería Carrara, ¿R. Batorche? (P. Cabello), Emilio Gariboldi y Romanelli Telli (Florencia).
Dentro del proceso de secularización que vivía esta comunidad desde cuando menos el siglo XVII, puede deducirse que estas figuras fueron más la expresión de un sentimiento que de una religiosidad, misma que sólo se concretaría cuando se procediera a entierros en camposantos católicos y al cumplimiento de toda la ritualidad católica (bautismo, confirmación, matrimonio eclesiástico, etc.). Lo cual vino a suceder en plena forma a partir de las generaciones nacidas ya en el siglo XX.
Reafirmando su carácter atípico, a tono con la biculturalidad del grupo, este cementerio ha aceptado entierros de católicos descendientes de los sefarditas que arraigaron en Coro, habiendo recibido sepultura allí Oscar Curiel Thompson (1926-1979), hijo de Raimundo Curiel Correa y de Mercedes Luisa Thompson Nebrus, católica; quien descansa, cercano a su padre, en una tumba hasta hoy innominada. Como contraparte, judíos sefarditas corianos reposan en diversos cementerios católicos de Venezuela, como Segismundo Senior, enterrado junto a su esposa en el cementerio católico de Coro; Josué Levy-Maduro, enterrado en el sitio de Manare, península de Paraguaná; y Rolando Curiel Correa, sepultado en Caracas.
Este camposanto, aún en uso, fue reconstruido por Mario Abinum de Lima en 1945. Una placa colocada al interior del pórtico del cementerio así lo hace constar, colocando los años 1865-1945, de lo cual se deduce que 80 años atrás debió ejecutarse algún trabajo de importancia en el lugar, tal vez en relación con el retorno de la comunidad tras los sucesos de 1855. Años de deterioro condujeron a la vandalización del sitio y pérdida de varias de sus estatuas –el último intento sucedió el pasado mes de abril de 2006, la estatua fue encontrada en una esquina posterior del cementerio, con pérdida de dos falanges en los dedos de una mano-. Fue rescatado del abandono en el año 1970 por la unión de esfuerzos de Sara Celinda López-Fonseca Curiel, Iván Capriles López, Esther de Lima de Senior, Hnas. López-Fonseca Curiel, Miguel Ángel Senior Correa y los hermanos Alberto, Thelma y Herman Henríquez López, todos ellos descendientes de la comunidad sefardita coriana; la Asociación Israelita de Venezuela y organismos oficiales, recuperándose así para la ciudad de Coro un preciado monumento y patrimonio del colectivo falconiano. El 5 de diciembre de 2003 fue declarado Patrimonio Cultural del Municipio Miranda, y el 20 de julio de 2004 Monumento Histórico Regional del Estado Falcón. En la actualidad, con el auspicio de la Fundación del Patrimonio Cultural Hebreo Falconiano, la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda adelanta su estudio para incluirlo en la Red Internacional de Cementerios con Valores Patrimoniales. Constituye, junto al templo y cementerio de San Nicolás, una unidad de alto valor histórico-arquitectónico y artístico que, inexplicablemente, no fueron considerados en la Declaratoria de Patrimonio Mundial de 1993. Un error que a futuro se deberá subsanar.
BIBLIOGRAFÍA
FUENTES PRIMARIAS
Archivo Histórico de la Asamblea Nacional. Gaceta de Venezuela. Trimestre 1, Nº 11. Valencia, 20 de marzo de 1831.
Archivo General de la Nación (AGN), Sección Interior y Justicia (SIJ). Sección Gastos Públicos (SGP).
Archivo Histórico de Falcón-Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (AHF-UNEFM), Fondo Senior (FS).
FUENTES SECUNDARIAS
- Aizenberg, I. (1983). La comunidad judía de Coro. 1824-1900. Caracas: Coedición Biblioteca de Temas y Autores Falconianos-Asociación Israelita de Venezuela.
- Bakkum, M. (2001). La Comunidad Judeo-Curazoleña de Coro y el Pogrom de 1855. Caracas: INCUDEF-CIHEF-V Coloquio de Historia Regional Falconiana-Biblioteca Óscar Beaujón Graterol.
- Calzadilla, J. y Briceño, P. (1997). Escultura/Escultores. Un libro sobre la escultura en Venezuela. Caracas: Edición Maraven.
- Corona fúnebre en memoria de José Curiel Abenatar (S/F).
- De Lima, B. (2002). Coro: fin de diáspora. Isaac A. Senior e Hijo: redes comerciales y circuito exportador (1884-1930). Caracas: Edición CEP-FHE/UCV.
- González, C. (1989). Descubierta la sinagoga judía de Coro. El Universal, diciembre 5, 4-1.
- Gutiérrez, R. (2004). Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica. Madrid: Ediciones Cátedra.
- Kaplan, J. (1996). Judíos nuevos en Ámsterdam. Estudio sobre la historia social e intelectual del judaísmo sefardí en el siglo XVI. Barcelona: Editorial Gedisa.
- Levy, A. (2002) Los sefardíes de Curazao y la independencia de Venezuela. En: Asociación Israelita de Venezuela-Museo Sefardí de Caracas. Los sefardíes. Vínculo entre Curazao y Venezuela. Caracas: AIV-Museo Sefardí de Caracas.
- Lovera, R. (1992). Curazao, escala en el primer destierro del Libertador. Caracas: Monte Ávila editores.
- Lovera, R. (2002). La estadía de Simón Bolívar en Curazao. En: Asociación Israelita de Venezuela-Museo Sefardí de Caracas. Los sefardíes. Vínculo entre Curazao y Venezuela. Caracas: AIV-Museo Sefardí de Caracas.
- Olavarriaga, P. de (1981). Instrucción general y particular del estado presente de la Provincia de Venezuela en los años 1720 y 1721. Caracas: Edición Fundación CADAFE.
- Pérez-Rioja, J. (1988). Diccionario de mitos y símbolos. Madrid: Editorial Tecnos.
- Pineda, R. (1980). Narváez. La escultura hasta Narváez. Caracas: Ernesto Armitano editor.
- Silva, C. (1999). La escultura en Venezuela en el siglo XIX y la presencia italiana. Caracas: Edic. Istituto Italiano di Cultura-Armitano editores C. A.
- Suárez, A. (1994). Emilio Gariboldi y Pietro Ceccarelli. Bosquejo biográfico e inventario de sus esculturas en Venezuela. Tesis de licenciatura no publicada. Facultad de Humanidades y Educación, Escuela de Artes, Universidad Central de Venezuela.
FUENTES ORALES
Entrevista a informante confidencial. Coro, 24 de marzo de 1999.
Entrevista al Sr. César Maduro Ferrer. Coro, 6 de abril de 1999.
Entrevista a la Srta. Alicia López-Fonseca Mendoza. Coro, 15 de abril de 1999.
Conversación con la Srta. Thelma Henríquez. Coro, 16 de junio de 1999.[1] Este trabajo es ampliación de uno anterior, que bajo el mismo título fue publicado por el Consejo Nacional de la Cultura (Venezuela) y el Museo Diocesano de Coro en el año 2005, como Nº 3 de la serie Cuadernos del Museo.[2] Los judíos sefardíes provienen de la diáspora ibérica originada por el decreto de expulsión emitido por los reyes católicos Isabel y Fernando el 31 de marzo de 1492. Los judíos askenasíes provienen de la Europa oriental.[3] La narración se la hizo una tía abuela paterna al Sr. César Maduro Ferrer, nieto de Salomón Levi-Maduro, último oficiante religioso de la comunidad sefardita coriana.
5 comentarios:
Estimada colega, mucho le agradeceria si pudiese contactarme para compartir información relacionada con la estatua perdida de Simón Bolívar, obra inedita del artista Pietro Tenerani en 1867. Mi correo es : Franklinmarchetti@yahoo.es, o por mi blog: www.elblogdemarchetti.blogspot.com
o al 0414-815.81.49
Agradezco informacion si hay entre los allí enterrados alguien de apellido Namias. Gracias
Estoy interesado en obtener informacion sobre las familias judias de apellido Namias. gracias
Estimado Sr. Padilla:
me disculpa, no había visto sus comentarios. No hay lápidas con el apellido Namías en el cementerio judío de Coro, aunque hay más de 40 tumbas sin identificación. El mejor libro para conocer la genealogía de ese apellido en Curazao es el volumen II de Isaac Emmanuel "History of the Jews of the Netherlands Antilles". El apellido original es compuesto: Namías de Crasto, y ha tenido diferentes grafías: Nehemie, Nehemias, Nahamias, Nemias, Namias. Saludos.
Estimada profesora Blanca de Lima:
Saludos desde La Vela de Coro.
Necesitamos contactarla para proyecto de estudio y promociòn de la presencia judía en Coro.
Josè Millet
milletjb2007@gmail.com
04162168703 y 04125960330
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