Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda. CIHPMA-AHEF.
Coro, noviembre de 2008.
En este ensayo centro mi interés en esbozar la marcha de la concepción de la historia en el estado Falcón, basándome en lo que ha sido mi práctica como investigadora de esta área, y atendiendo a una frase clave en el texto de Juan José Saldaña: “Los estilos en ciencia revelan el condicionamiento diferenciado a que la ciencia se ve sometida por los hechos sociohistóricos y geográficos” (Saldaña, 1996: 10).
El abordaje de Falcón, permite que, en una escala regional, se visualice lo que ha sido la dinámica nacional de la construcción de nuestra historia, marcada por conveniencias coyunturales y por la presión de un sistema centralista que, a despecho de las regiones, ha impuesto una historia estereotipada, adaptada a cualquier región, manejando a discreción ciertos hechos, obviando otros y enfatizando el culto a los héroes.
El héroe, ese semidiós imaginario y arquetípico que fuera desechado por Aristóteles, transita de los cultos paganos al culto cristiano, reciclado por la iglesia a través de los mártires, santos y profetas, y de los cuales la hagiografía cristiana tiene miles de ejemplos (González, 2000); es retomado por la historia romántico-positivista del siglo XIX, teniendo su mayor fundamentación teórica en la serie de conferencias dictadas por Thomas Carlyle en 1840. El héroe llega a la historia patria venezolana para encarnar en sucesivos momentos a lo largo de los periodos republicanos los valores de la libertad, la igualdad social, la independencia de las metrópolis coloniales y la lucha antiimperialista. Se instala desde entonces y hasta el presente para apuntalar una historia lineal y milenarista, estructurada, como dice Abbagnano, según un plan perfecto e infalible, que da pie a individuos perfectos e infalibles –los héroes-, quienes harán posible dicho plan: el héroe hace la historia (Abbagnano, 1987).
Bajo la sombra del culto a los héroes, el quehacer del historiador en Venezuela ha estado marcado por un problema antropológico e incluso político: el de la identidad. A las regiones se les ha negado el derecho de explicar cómo y por qué se forma parte de ese todo llamado Venezuela, y en qué medida, aun participando de él, se tiene una especificidad que debe ser rescatada, explicada y comprendida. Se trata de pasar de la historia universal a las historias regionales y locales, de los grandes hombres a la complejidad de los actores sociales y al colectivo como entidad presente en el movimiento histórico. Se trata, como contrapropuesta, de que la nueva investigación histórica aporte los elementos que permitan la construcción de una historia para que el colectivo regional comprenda su participación en ese todo armónico llamado Nación, donde la suma de identidades expresada en matices históricos, giros de lenguaje, culinaria, usos y costumbres, religiosidad, etc., lleva a un común denominador que es la nacionalidad.
Pero la construcción del discurso histórico en Venezuela ha marchado, pesadamente, sobre la base del singular y no del plural. Se impone LA HISTORIA, se minimizan LAS HISTORIAS, opacándose las expresiones singulares que los procesos tuvieron en una región particular, o abordándolos desde una óptica centralista, que acrecienta a la región capital en detrimento de la provincia. Es interesante, por ejemplo, advertir cómo los textos escolares destacan reiteradamente a la Provincia de Caracas como la más rica de Venezuela, siendo que sucesivos cambios geohistóricos –olvidados a conveniencia del análisis- tendieron a reducir esta provincia progresivamente, perdiendo los territorios más poblados y de mayor producción, como Carabobo (1822), Aragua y Guárico (1848). Esta gran historia arranca cuando, recién constituida Venezuela como nación independiente, tuvo que estructurar un relato histórico que le permitiera distinguirse del antiguo colonizador, ubicándose en el conjunto de naciones sin lugar a confusión. Oviedo y Baños, Rafael María Baralt y Arístides Rojas son expresiones de aquella naciente historia en la Venezuela independiente.
Oviedo y Baños fue publicado por primera vez en Venezuela en 1824. Rafael María Baralt, junto a Codazzi, dieron empuje a la historia y geografías encargadas por el Estado venezolano. Todos ellos giran en torno a la necesidad de gestar una identidad venezolana, nutriéndose sus obras de las crónicas coloniales que, como vasos comunicantes, alimentaron durante el siglo XIX todo intento historiador en Venezuela. De prosa apasionada y encendido venezolanismo, Baralt acrecentará el clímax logrado por Oviedo y Baños, su principal fuente documental, lo cual repercutirá en forma directa sobre sus análisis e interpretaciones.
Centrada en el culto a los héroes y la exaltación de ciertos sucesos, que se tornaron en hitos de la identidad nacional, la historia falconiana quedó marcada y reducida a unos cuentos temas, agotados sobre sí mismos al carecerse o no comprenderse la necesaria aproximación a fuentes primarias y, más grave aún, exacerbándose una pugna centro-provincia y generándose en el colectivo falconiano una autoimagen y autoestima histórica contradictoria. Es así como la problemática –nunca clausurada- de la fundación de Coro, la presencia alemana en el siglo XVI, el movimiento de José Leonardo Chirino, la actitud autonomista de la provincia de Coro en la guerra de independencia y su tardía incorporación a este movimiento, la guerra Federal, la improductividad de Falcón en la época agroexportadora, su aislamiento con respecto al país y al mundo y el tema del contrabando, se han convertido en los momentos cúlmenes de la participación de Falcón en la historia venezolana, o en características geográficas y económicas que son una especie de plomo en el ala, porque alteran totalmente el relato histórico. De impacto más regional son la desaparición de la diócesis de Coro, los motines antijudíos de 1831 y 1855, así como la historia de la educación y las sociedades culturales de fines del siglo XIX. Más recientemente se ha incorporado el culto a la bandera y a Miranda, así como el culto a falconianos pro-independentistas, habiendo sido tocados por el dedo de la historia oficial Josefa Camejo y el obispo Mariano de Talavera y Garcés.
El falconiano, en términos históricos, gira entre dos polos opuestos creados por la historia oficial: uno que le identifica con el origen de la nación por haber sido Coro primera capital, primer obispado y suelo que viera la primera misa, haberse dado un movimiento de negros independentistas, haberse enarbolado por primera vez la bandera y haberse iniciado en Coro la guerra Federal. Como contraparte, carga con la culpa de una posible fundación alemana, haberle negado apoyo a Francisco de Miranda en 1806, haberse negado a incorporarse desde temprano al movimiento de independencia y haberse mostrado indiferente al paso de Bolívar; además del estigma estructural de haber sido una región pobre, aislada, extremadamente cálida, árida e improductiva; mala para producir riqueza pero buena para armar revueltas armadas e introducir contrabando. Realmente, para el falconiano lego en lides históricas, esta polarización implica un panorama de identidad histórica, regional y nacional de profundo conflicto.
Tras la elaboración de un corpus histórico nacional surgió la preocupación por las historias regionales. Para el caso del estado Falcón, Pedro Manuel Arcaya, coriano (1874-1958), es el primer gran historiador de la región. Abogado, diplomático, político, historiador y lingüista. Personaje plurifacético, ejemplo clásico de la gran concentración de conocimiento propia de las élites provinciales venezolanas del pasado siglo. De su pluma emergieron los primeros estudios llamados científicos, soportados en un pensamiento típicamente positivista. El pensamiento positivista marcó el análisis histórico venezolano. De la mano de Arcaya, Gil Fortoul, Vallenilla Lanz y otros autores, se gestó toda una visión social e histórica de Venezuela, donde aspectos como el mestizaje representaban un problema, llegándose a visualizar un velado racismo en algunos autores. Por otra parte, la reflexión positivista fue pilar político del “orden y progreso” gomecista (Cappelletti, 1994).
Arcaya es figura cimera de la interpretación positivista sociohistórica en la historia regional venezolana. De entre los pensadores positivistas ninguno, como él, demostró a través de sus obras la preocupación por los temas de su terruño. Ninguno, como él, produjo la cantidad de estudios referidos a historia regional. Sus primeros textos datan de fines del siglo XIX, se corresponden con un pensamiento positivista joven, con manifestaciones de antiimperialismo, que al madurar transitó al conservadurismo, el cual se deja advertir en sus ensayos publicados desde el año 1906 en El Cojo Ilustrado, y que en 1917 fueron compilados en Madrid bajo el título Estudios de sociología venezolana. Arcaya estudió la historia prehispánica falconiana, la lingüística caquetía, las clases sociales en la época colonial, los apellidos corianos de origen hispano, la insurrección de negros de la serranía coriana en 1875, la guerra federal, entre muchos otros temas de historia regional falconiana. Tal vez su obra más ambiciosa fue la Historia del Estado Falcón, de la cual sólo alcanzó a terminar y publicar el primer tomo, en el año 1919. Como temas conexos escribió, entre otros, sus Memorias y un trabajo que, finalizando el gomecismo, hizo el balance –claro está que, positivo- de aquella dictadura.
Su obra histórica, dispersa en libros y prensa, otra inédita, expresa su interés y preocupación por rescatar y explicar el pasado de su estado natal. Preocupaba en particular, a Arcaya, dar prestancia a la calidad de la población aborigen de Falcón: los caquetíos. A partir de una sutil pero decidida apología de este pueblo, Arcaya derivaba un mestizaje particularmente benéfico, del cual resultaba una población criolla racialmente, digámoslo así, bastante aceptable, ya que predominaba la unión de indígenas y blancos.
La obra de Arcaya es monumental, tanto por su amplitud temática como por los lapsos que abarca. De ella puede afirmarse, sin dudar, que emana la matriz que orientará los gustos e intereses de historiadores locales posteriores. La pluma de Arcaya marca hasta el presente el quehacer histórico en Falcón. Sin embargo, otros historiadores de la época centraron su interés en algún tema particular de la historia falconiana. Destaco el caso de Jules Humbert a comienzos del siglo XX y su obra La Ocupación Alemana de Venezuela en el Siglo XVI, reactivación de la leyenda negra antialemana heredada del periodo colonial y puesta al día exactamente en momentos que el expansionismo alemán coqueteaba con ideas como la anexión de la isla de Margarita para, posteriormente, encabezar el bloqueo de puertos venezolanos en 1902. También está la obra del abogado Salvador De Lima Salcedo, titulada Geografía del Estado Falcón. Astronómica, Física, Histórica y Política; publicada en 1906 y que mereció la sanción oficial del ejecutivo del estado como texto para estudios escolares a comienzos del pasado siglo.
Corto empuje tuvo este impulso concentrado en la figura de Arcaya. La investigación histórica de corte científico positivista nació y murió con Arcaya, siendo sustituida por la efemérides, la crónica y textos menores que aún hoy abundan en la producción literaria del estado. El aparato escolar que emergió tras el fin de la dictadura gomecista impulsó la gran historia, la historia patria. Durante seis décadas (1920-1970), la investigación histórica falconiana avanzó sobre el reciclaje puntual de la obra de Arcaya y otros autores menores, sin el recurso a fuentes primarias. La obsesión temática se revela obra tras obra: de la fundación a los Welser, de José Leonardo a la guerra federal, ritornelo inacabable, ideas intocables, conclusiones pontificadas. Historiadores atados al oficialismo, temor a lo sacralizado. Vino a reforzar esta historia oficializada la creación, en 1952, durante la dictadura perezjimenista, del Centro de Historia del Estado Falcón; institución del Estado que se abocó a la exaltación de los temas tradicionales y a la generación de un núcleo de historiadores no profesionales que improntó durante décadas la marcha de la investigación histórica regional y local.
Como hecho aislado debe citarse el interés en la historia prehispánica apoyada en el uso de técnicas arqueológicas, que tuvo su momento cimero en los estudios de José María Cruxent e Irving Rouse, cuya obra Arqueología de Venezuela (1963), es el primero de una serie de aportes de impacto mundial. En la actualidad y para el caso falconiano, sólo José Oliver, portorriqueño radicado en Inglaterra; y la investigación arqueológica –ya concluida- del Proyecto Interconexión Centro Oriente Occidente (Proyecto ICO, de PDVSA), han continuado desarrollando esta línea de investigación.
La ruptura de esta inercia que sometió la actividad histórica a una erosión profunda se inició en los años setenta del siglo XX, asociada al desarrollo mundial de la historia social contemporánea y la necesidad de grupos marginales al poder por encontrar su pasado. Va de la mano de la profesionalización de los estudios de historia a nivel superior en toda Venezuela, y de un lento proceso de descentralización política y administrativa que hoy se enfrenta, de nueva cuenta, a presiones centralistas. Tocó entonces a las regiones venezolanas la hora de definirse y reconocerse. Los historiadores de nuevo cuño comenzaron a abordar nuevos temas, como la historia de la arquitectura, la historia de la iglesia y la historia de la guerrilla; o los mismos desde nuevas ópticas, imponiéndose el reabordaje de la historia regional. La historia regional falconiana no construyó héroes, por el contrario, encontró motivaciones humanas en algunos de estos personajes; y además hizo surgir nuevos nombres, nuevos actores sociales, nuevos paisajes... así, la historia regional falconiana ha ido develando la especificidad geohistórica de nuestra región, retando las imágenes tradicionales. Publicaciones periódicas como la revista Tierra Firme, se convirtieron en tribuna arbitrada para estos historiadores. En materia de libros surgieron textos que sacaron a la luz nuevos temas. Coloco a guisa de ejemplos la obra del rabino Isidoro Aizenberg titulada La Comunidad Judía de Coro 1824-1900 (1983), donde centró su atención en la historia de los migrantes sefardíes curazoleños, elaborando el primer estudio que cubrió el decurso de este grupo desde su llegada hasta el comienzo del siglo XX; y el libro del historiador Carlos González Antillas y Tierra Firme. Historia de la Influencia de Curazao en la Arquitectura Antigua de Venezuela (1990)
No tardaría en darse el enfrentamiento, y la historia oficial también buscó una actualización y reforzamiento de sus tesis sobre estudios basados en fuentes primarias. Es así como se encargó a Demetrio Ramos, para su presentación pública en 1978, con motivo de los 450 años de fundación de Coro, el libro La Fundación de Venezuela. Ampiés y Coro: una Singularidad Histórica, obra sobre la fundación de la ciudad, buscándose una sanción de prestigio a la tesis de Ampiés fundador. La conclusión de Ramos sobre una doble fundación y el automático realce de la figura execrada de Ambrosio Alfinger, desilusionó a más de un miembro del Centro de Historia del Estado Falcón.
Pero en términos generales, en el caso de Falcón ha predominado el silencio aplastante hacia los aportes generados por estos historiadores, hecho que se refleja en su ausencia de los pensum de estudios de la educación básica y media, que siguen alimentándose sobre las añejas interpretaciones. El empuje de la investigación en historia regional en Falcón no ha logrado pasar de una primera etapa, donde el historiador con su trabajo aporta los elementos específicos del pasado de una región, visualizándola en su devenir geohistórico. La participación de los informantes orales es decisiva en esta etapa, así como el rescate de las fuentes escritas regionales. Pero la segunda etapa, donde ese relato histórico se difunde, se adapta a los diferentes niveles educativos y grupos sociales para que el colectivo tenga así las puertas abiertas para recuperar su pasado, para sentirse presente en una historia distinta, arraigada en su contexto cultural; esa etapa no se ha alcanzado.
A falta de textos locales diseñados específicamente para cubrir las necesidades de nuestros niños y jóvenes en materia de historia, ya que por ley el 20% de los contenidos en esta área de conocimiento deberían ser sobre historia regional y local, los docentes acostumbran a utilizar el superado libro de consulta de Oscar Beaujón Historia del Estado Falcón, con lo cual se refuerzan todos los vicios y limitantes de la historia oficial-central. Esta obra fue uno de los productos del intento de oficializar la historia regional a partir de una colección de historia de los estados editada por la Presidencia de la República en los años ochenta del pasado siglo, y destinada a complementar la enseñanza de la historia, según resolución N° 623 del Ministerio de Educación, fechada 9-10-1979. El libro sigue el patrón tradicional en base a la división cronológica por siglos y el énfasis en los héroes. A partir del movimiento federal se diluye en una especie de historia de la educación y de la cultura, omitiendo en su totalidad aspecto como el cambio demográfico, social y político, la historia económica, el bloqueo de 1902, la revolución libertadora y las dictaduras del s. XX.
Adviértase, pues, como el concepto de historia ha oscilado, para el caso falconiano –espejo de la investigación histórica nacional- entre dos polos dicotómicos que han entendido la actividad de historiar desde ángulos totalmente diferentes, que se soportan en contextos específicos y atienden a necesidades del momento y a grupos de poder. Por un lado la historia oficial, la gran historia, ajena a la consulta de fuentes primarias durante largo tiempo, sesgados sus análisis para atender a demandas de identidad nacional y de predominio y control de la región capital sobre la provincia. Por otro lado la historia regional, que ha implicado el avance del conocimiento en busca de lo nuevo, de rupturas epistemológicas y presiones culturales y políticas que retan las concepciones ortodoxas.
La labor de los historiadores regionales ha sido y es posible porque no hay una historia, sino historias; y así como es legítima una historia nacional sobre la base de los comunes denominadores de una población y su espacio geohistórico, también es legítimo rescatar la historia en función de explicar las singulares expresiones que los sucesos tuvieron en una región particular. Es una necesidad imperiosa del colectivo de las regiones, no siempre considerada ni advertida por quienes gerencian la educación y la investigación histórica. Es una necesidad que permite ubicarnos en el conjunto nacional sin lugar a confusión; porque, como dice Ghalioun en su hermoso texto Liberación de la Historia: «... para poder sobrevivir, un pueblo tiene que reconocerse y conocer su puesto en el tiempo y en el espacio, para no quedar excluido en forma definitiva, con la amenaza consiguiente de la aniquilación y desaparición. Se plantea entonces el arduo problema de definir la propia historia, tanto la que se manifiesta a través de un plan determinado del tiempo como la que se expresa por las conquistas materiales y morales de la sociedad» (Burhan Ghalioun, 1984: 331).
La historia regional y local es nuestra historia más cercana, la que espera por nosotros antes que el papel se desintegre y los informantes se mueran; cuyo rescate permitirá vernos, reflexionarnos y perfilar nuestra identidad cultural como regiones. Comprendiendo lo que fuimos, sabiendo lo que de ello pervive en lo que somos, podremos proyectar y avanzar tanto hacia el futuro de nuestro más pequeño terruño como hacia el de la Nación que nos integra al mundo. El diálogo entre las regiones será más fluido y la consistencia de un proyecto nacional tendrá mejor futuro.
BIBLIOGRAFÍA
Abbagnano, Nicola (1987). Diccionario de Filosofía. México, FCE.
Cappelletti, Ángel (1994). Positivismo y Evolucionismo en Venezuela. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Ghalioun, Burhan (1984). “Liberación de la historia”, en UNESCO, Historia y Diversidad de las Culturas. España, Ediciones del Serbal-UNESCO, pp. 332-347.
González, Rafael (2000). “El culto a los mártires y santos en la cultura cristiana”, en Kalakoricos, Nº 5, pp. 161-186. Documento en línea disponible en:
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=192201 (05-11-2001).
Saldaña, Juan José (1996). “Teatro científico americano. Geografía y cultura en la historiografía latinoamericana de la ciencia”, en Juan José Saldaña (Coord.), Historia Social de las Ciencias en América Latina. México, UNAM/Porrúa editores, pp. 7-41.
1 comentario:
Me parece un extraordinario aporte intelectual, dado a que resume como se ha manejado la disputa entre la historia nacional y la historia regional, o mejor dicho entre las tendencias centralistas y regionales . Excelente.
Publicar un comentario